Pakistán es un país que inicialmente puede provocar algo de miedo, muy probablemente por todas las noticias negativas que aparecen en la prensa y la televisión desde hace décadas. Tendemos a pensar que la información que recibimos es toda la información, pero esto no es cierto, ni de lejos.
La impresión inicial cuando se aterriza en Pakistán es de desconcierto. Todo es diferente, caótico: la gente, las carreteras, los hoteles, el alumbrado, la sociedad, la comida, las costumbres, el transporte, todo. Es posible que algunas personas sientan una punzada de temor y se vean superadas por lo que se despliega ante sus sentidos. Esta percepción subjetiva se ve acrecentada por la ausencia casi total de turistas occidentales. Estamos solos en un mundo extraño. Si superamos esta fase (no tenemos más remedio, a menos que decidamos coger un avión de vuelta) descubriremos un país extraordinario donde todavía es posible vivir aventuras de verdad. La gente es muy amable y hospitalaria, y la sensación general es de absoluta seguridad.
Desde luego, a veces esta impresión de seguridad es engañosa, porque en Pakistán hay radicales que cometen atentados, sobre todo contra la policía y contra políticos reformistas que luchan contra los talibán y otras organizaciones terroristas. Al margen de este riesgo impredecible, la probabilidad de sufrir un ataque violento por la calle es muy baja, menor que en la mayoría de los países occidentales, que casi todo el mundo considera seguros, ordenados y civilizados.
También es cierto que algunas personas se sienten engañosamente inseguras en Pakistán porque están inmersas en un entorno desconocido que no comprenden: mujeres con burka que pasean como fantasmas, hombres de mirada penetrante, barba poblada y enfundados en su salwar kameez, olores intensos, basura, monumentos abandonados, callejuelas oscuras y estrechas… Pero de repente alguien nos ofrece un chai sin pedir nada a cambio y poco a poco nuestra percepción cambia. Pakistán deja de ser un país ominoso para convertirse en un descubrimiento muy especial que nunca se olvida.
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Sin duda, lo más peligroso de Pakistán es el tráfico, pues las normas de circulación son casi inexistentes y muchos conductores no tienen un permiso de conducir normal, es decir, han pagado por poseer un trozo de papel que los acredita como conductores, pero no se han examinado. Mucha gente aprende a conducir sobre la marcha. Lo que me sorprende es que no haya más accidentes.
Otro peligro real es la abrumadora contaminación, omnipresente en las grandes ciudades, por donde circulan centenares de miles de vehículos de toda condición.
Por lo demás, la sociedad pakistaní enseña al viajero que hay alternativas muy válidas al modo de vida occidental, porque a pesar de todos sus defectos, corruptelas, injusticias y desigualdades, en general la gente vive más relajada, con un nivel de estrés bastante inferior al que experimentamos en muchos países desarrollados.
Eso sí, no tiene ningún sentido visitar Pakistán junto con otras 10 o 15 personas, pues los grupos grandes nos aíslan del entorno y nos impiden sumergirnos en la sociedad y la cultura.
Para más información puedes consultar el viaje que organizamos a Pakistán y las secciones Viajes e Historias de mi sitio web personal tatoroses.eu