Pakistán: collados de Shimshal y Shpodeen
Marta Bretó
- Fechas: Agosto - septiembre de 2021
- Duración: 30 días en Pakistán. 13 días de trekking
- Texto: Marta Bretó / Fotos: Marta Bretó y Tato Rosés
- Integrantes: Marta Bretó, Tato Rosés, Akhtar Hussain, Muhammad Ismail, Rahmat Karim, Dad Karim, Danish Ali, Nouman Mustafa, Khawaja Em Dec
NOTA: Esta expedición fue improvisada tras el cierre de fronteras en EEUU que impidió realizar nuestra aventura prevista en ANWR (Alaska) y que queda programada para junio de 2022.
Este trekking es una ruta semicircular que aprovecha antiguos y actuales caminos de pastoreo de la gente del valle de Shimshal y atraviesa dos collados: Shimshal (4735 m) y Shpodeen (5364 m). No existen mapas actualizados de la zona y los senderos se destruyen y construyen de nuevo cada año por causa de la nieve y la erosión del terreno.
Día 0: Camino a Shimshal
Suena el despertador a las 6h. Ahktar insiste en salir en busca de buenas luces, pero parece que hoy las lucen prefieren seguir durmiendo. Aun así salimos y logramos hacer alguna foto medio decente del glaciar Patundas desde la carretera.
Al regresar y tras un desayuno a base de tortilla “con cosas” y de una ducha con agua fría (las duchas en Pakistán consisten en un cubo que llenas con agua, normalmente fría y que te tiras por encima con la ayuda de un recipiente de plástico, muy muy agradable) nos viene a buscar nuestro conductos con un 4×4.
El coche está “a reventar” con la cantidad de mochilas, material de cocina y comida, pero lo hacemos caber y salimos en dirección a Shimshal.
La primera sorpresa es que al llegar a la carretera que lleva a este valle nos encontramos con un tipo uniformado que nos cierra el paso y nos informa que no podemos pasar sin un permiso especial.
Evidentemente no lo tenemos, entre otras cosas porque nos hemos informado y para visitar esta zona no es necesario tal permiso, pero después de ver como Akhtar, Ismail y nuestro conductor se pelean con esta especie de policía militar, terminamos pasando por el aro y deshaciendo camino hasta el pueblo de Gulmit donde, por 5000 rupias pakistanís (unos 25 €) nos emite el susodicho permiso. Según Akhtar el permiso es falso porque no tiene sello y ha sido una estratagema para sacarnos dinero.
El meollo de la cuestión es que la ruta que haremos está a tocar de la frontera con China y aquí todo lo que roce una frontera debe ser revisado y aceptado por los militares.
Una vez contamos con el permiso el policía militar nos deja pasar sin problema y comenzamos una tortuosa carretera que transcurre a través de unos vertiginosos acantilados por una pista más que estrecha y que consiste en piedras puestas a mano en un equilibrio perfecto pero frágil. Tardamos tres horas en cruzar sus 55 km.
Una vez en Shimshal se nos recibe con los brazos abiertos en una guesthouse de estilo Wakhi. El jardín está lleno de albaricoques y la habitación está muy bien, pero como de costumbre no hay agua caliente y la luz va y viene.
Shimshal es una comunidad ismaelita y sus normas para los trekkings son muy claras: ellos deciden el precio y los porteadores, que deben ser todos de la zona. El dinero se reparte entre los porteadores y la comunidad. Eso está bien, pero imaginaros nuestras caras cuando nos dicen que vendrán nada más y nada menos que 8 porteadores. Impresionante teniendo en cuenta que somos dos y que nosotros llevamos nuestras mochilas. Aun así no hay nada que hacer, debemos cumplir con las exigencias si queremos seguir adelante así que vamos a cenar y a dormir, pues mañana comienza la aventura.
Día 1: Mala aclimatación
Nos levantamos pronto y por primera vez en días no hay tortilla para desayunar (¡Bien!) En vez de eso nos preparan una especie de pan típico de la zona que mojamos en el te chai antes de ultimar los preparativos del trekking.
El prier día ha empezado bastante sencillo; el terreno llano y con pocos obstáculos, aunque hemos cruzado un par de puentes colgantes que daban un poco de yuyu.
Las mochilas no sabemos cuánto pesan, pero imaginamos que con todo lo que han insistido en quitarnos de peso deben alcanzar unos 18 kg.
Después del segundo puente da comienzo de repente una pendiente impresionante y de golpe todo el buen ritmo que llevábamos desaparece. Me faltan las fuerzas en las piernas y en los brazos y cada pocos pasos necesito detenerme a recuperar el aliento. Parece que la altitud, en esta ocasión, ha logrado hacer efecto, y es que nuestra excursión da comienzo por encima de los 3000 metros.
Akhtar me ayuda ofreciéndome un cambio temporal de mochila por la suya, mucho más pequeña y liviana. Sin embargo no puedo evitar percatarme de que a él también le está costando un buen esfuerzo subir. Parecemos inútiles subiendo la pendiente (que ahora mismo tampoco me parece nada del otro mundo) a esta velocidad. De todas formas y después de muchos esfuerzos logramos alcanzar el que será nuestro primer campamento. Algunos porteadores, que ya nos han adelantado durante el camino, nos reciben con alegría, un té caliente y un bol de pasta.
Después de lavarnos la cara con agua fría y descansar un poco nos acercamos al borde del acantilado para fotografiar el paisaje con las últimas luces del día. Al fondo del valle tenemos montañas nevadas, un enorme glaciar a nuestra izquierda y poco a poco vemos encenderse y apagarse las luces del ya lejano pueblo de Shimshal según les falla y les vuelve la electricidad.
Después d emontar la tienda descubrimos que finalmente no vamos a tener 8 porteadores, sinó que finalmente han venido 5 y han traído con ellos un burro acompañado de su cría de una semana de edad llamado Ragnor.
Aunqe hay mucha luna, después de la cena y antes de estrenar nuestra nueva tienda aprovechamos para tomar algunas fotografías nocturnas.
Día 2: Bajo la mirada del fantasma
Nos levantamos a las 7:15h y a y media ya estamos desayunando huevos fritos con chapati y porridge con té. Al poco rato desmontamos el campamento y continuamos adentrándonos en nuestra ruta.
Ha sido muy divertido al principio porqué caminaba detrás de Ragnor (el burrito) que iba siguiendo a su madre desde una distancia prudencial. Fijarme en el pequeño Ragnor me ha distraído bastante de no obsesionarme con la dificultad y precariedad del camino a través del que nos movemos; se trata de cuatro piedras colocadas a mano sobre un desfiladero impresionante en el que un paso en falso te hará caer por el precipicio hasta un río de aguas rápidas.
Realmente cuesta describir con palabras la peligrosidad del recorrido que hemos realizado hoy, pero pese a las dificultades, las vistas sin duda han merecido la pena.
Uno de los highlights del recorrido, sin ninguna duda, ha sido descubrir huellas de leopardo de las nieves en el mismo camino que avanzamos. Las huellas eran recientes y mostraban que el ejemplar se movía hacia nosotros, de manera que muy probablemente o hayamos tenido cerca. Es muy emocionante pensar que nos está observando desde alguna roca, camuflado por el propio paisaje y los tonos de su pelaje.
Parece que en cuanto a cansancio, esfuerzo y ritmo hoy me he notado bastante mejor que ayer. Avanzo sin problema durante mucho rato, aunque en algún tramo la cosa se ha complicado e Ismail me ha echado una mano con mi mochila. No es que me haga demasiada gracia pero la verdad es que con la mochila pequeña de Ismail se nota una mejora impresionante, y es que a esta altura el oxígeno es aproximadamente el 60% del que tenemos en el nivel del mar.
Finalmente hemos llegado al campamento de Buch Furzin, construido para los cazadores que vienen a esta zona expresamente para cazar íbices y ovejas azules, pagando elevadísimas cantidades de dinero.
Día 3: Zig-zagueando para arriba
Esta noche prácticamente no he podido dormir. Ayer no dormí nada de nada. Espero que los próximos días pueda descansar mejor…
Nos hemos levantado a las 7h y después de desayunar y desmontar el campamento hemos comenzado la ruta de hoy. El inicio ha sido potente pero con un ritmo cada día mejor lo he podido hacer sin problema.
Durante el camino hemos encontrado cuernos de íbice y de algún otro animal, pero con lo que nos está afectando el peso con la altitud he decidido dejarlos donde estaban.
Llegados a un punto nos hemos encontrado con una subida aparentemente vertical que parecía imposible de realizar. Por suerte he podido contar con la ayuda de Akhtar, que siempre insiste en hacer el cambio de mochila en los lugares más complicados. Su mochila es insignificante en comparación con la mía. Sin embargo lo hace así por comodidad, pues lleva la mía con más facilidad que yo.
Después de subir la cuesta de arena infernalmente inclinada y aparentemente sin fin hemos alcanzado dos “puertas” de piedra construidas, según nos explican los porteadores, para evitar que los yaks que hay en los prados más adelante bajen hacia el valle.
El camino de golpe llanea y aprovechamos para parar a comer mientras gozamos de unas vistas impresionantes. Una vez descansados retomamos el camino, ahora más llano y recto, hasta nuestro campamento de esta noche, Arbob Peryan. Se trata de un pequeño oasis verde en este desierto de montañas, acantilados y arena, mucha arena.
Dia 4: El camino interminable
De nuevo he dormido poco y mal. Me despierto con dolor de cabeza por el mal de altura. Desayunamos, desmontamos el campamento y seguimos adelante.
Durante la primera parte del camino me he encontrado súper cómoda, tanto con la mochila como con el terreno y el esfuerzo. El dolor de cabeza se ha esfumado y he avanzado casi hasta la mitad del recorrido perfectamente. Sin embargo el sol apretaba mucho y, llegados a un punto en el que hemos cruzado el río por un precário puente de madera el dolor de cabeza ha regresado en toda su plenitud hasta el punto que no podía con mi alma.
El mal de altura nos ha ido afectando a todos durante el día de hoy, en el que ya hemos alcanzado los 4.400 metros de altitud. El camino además ha sido muy aburrido, llano y sin vistas, pero cuando hemos llegado al campamento nos hemos encontrado con una escena de postal. Una explanada llena de yaks y rodeada de montañas preciosas, algunas de ellas con nieve en la cumbre.
Poco más de 300 metros de desnivel nos separan del collado de Shimshal, donde llegaremos mañana. Montamos la tienda y cenamos. Hoy decidimos prescindir del té y salimos a fotografiar las estrellas hasta que la llegada de la Luna nos apaga las estrellas y nos vamos a dormir.
Día 5: Shimshal Pass
¡Hoy por fin he podido dormir! Parece ser que la clave estaba en evitar el té antes de ir a dormir (que cosas). Aun así he pasado la noche con dolor de cabeza y me he levantado aún con él.
Después de desayunar hemos comenzado una fuerte pendiente rocosa que nos ha llevado en poco rato a la planicie del collado de Shimshal. Se trata de una especie de corredor bastante llano (en realidad sigue subiendo pero no se nota demasiad, verde y rodeado de altas montañas en las que pastan y juguetean alegremente un increíble número de yaks.
Después de aprovechar para fotografiar este idílico momento seguimos caminando hasta el punto en el que montaremos nuestro campamento. El lugar escogido es en frente de un bonito lago y rodeados de imponentes montañas, entre las cuales se encuentra el Mingilik Sar (6000 metros) que, si todo va bien con la meteorología, intentaremos coronar en un par de días. Para que esto suceda, ahora mismo lo más importante es aclimatarnos, porque ahora mismo estamos sufriendo bastante de mal de altura.
Después de una buena siesta el dolor de cabeza e me pasa bastante, pero Tato se encuentra fatal. Lo dejo en la tienda descansando mientras aprovecho las últimas luces sobre el impresionante paisaje que nos rodea.
Día 6: Recorriendo el Shimshal Pass
Después de 17 horas de dolor de cabeza extremo parece que a Tato se le ha pasado el mal de altura. En cambio, a mí me han ido apareciendo los efectos durante la noche. Este dolor de cabeza es terrible y no te deja dormir ni descansar. Es como una tortura que te hace pensar qué carajo haces aquí, entre ibuprofeno y paracetamol.
Después de desayunar y bajo un cielo amenazador, decidimos dirigirnos al otro lado del collado, donde hay una comunidad de pastores. De hecho, el camino que hemos hecho hasta aquí se creó y se mantiene precisamente para que estos pastores puedan acceder a este punto de alta montaña en el que la hierba es abundante para sus yaks y ovejas.
Al perder altura parece que va desapareciendo el dolor de cabeza y cuando finalmente llegamos al asentamiento de pastores me encuentro perfectamente.
Nos invitan a entrar en una de sus cabañas de piedra a tomar un chai. Las paredes están forradas de excremento de yak para preservar el calor y todo el suelo está cubierto de piel de íbice. En el centro, como en cualquier casa wakhi, hay una estufa-cocina y una apertura en el techo para dejar pasar la luz y permitir que salga el humo.
Después de esta corta visita volvemos a subir hacia nuestro campamento. Desgraciadamente con cada paso que doy el dolor de cabeza regresa. Cuando llegamos al campamento parece que Ismail, nuestro cocinero, también tiene un fuerte dolor de cabeza. Parece que debemos haber hecho mal la aclimatación. Quizás debimos quedarnos un par de días más en el pueblo de Shimshal antes de iniciar el trekking. Si buscas pulsera. Hay algo que se adapta a cada look, http://www.fakewatch.is desde ajustado al cuerpo hasta estructurado, desde puños hasta cadenas y puños.
Por la tarde intentamos descansar y esperamos a que el tiempo mejore para mañana para ver si podemos intentar subir al Mingilik Sar. De momento, ni la meteorología ni nuestra salut están al 100%
Día 7: Tercer día en Shimshal Pass
Esta noche ha estado lloviendo y nevando. El dolor de cabeza persiste. Un manto blanco cubre todo el prado y se va deshaciendo lentamente. Las grietas del glaciar del Mingilik habrán quedado cubiertas de nieve, haciendo más peligroso el ascenso. Parece que hoy tampoco podremos subir.
Entre la niebla aparece una figura humana. Se trata curiosamente de un canadiense que ha venido aquí precisamente para subir la misma montaña que nosotros. Hablamos un rato con él y en seguida vemos que es a lo que nosotros llamamos “un coleccionista de cumbres”. Por lo visto pretende subir la montaña aunque no haya nada de visibilidad puesto que para el las vistas o la experiencia no son lo importante, sino el lograr llegar a la cima. Hablando con él nos damos cuenta que habla con mucho desprecio y falta de respeto de los pakistanís, criticando su forma de actuar, vestir o cocinar.
Nos insiste que usemos su teléfono satelital para contactar con alguien que nos pueda dar información meteorológica. Nosotros le decimos que lo más lógico es que la llamada la haga un porteador, pues son los que tienen más experiencia sobre las montañas de la zona y sabrán con quién contactar. Finalmente y después de dudarlo mucho nos hace caso y por lo visto dan medio bueno para mañana, pero pasado mañana empeorará el tiempo. Parece que la cosa está complicada para subir el Mingilik Sar.
Akhtar, Ismail y yo aún tenemos mucho dolor de cabeza y empezamos a valorar la opción de desistir de subir a la montaña y bajar de altura hoy o mañana, pero los pakistanís no se dan por vencidos y nos dicen que esperemos a mañana a ver si el tiempo mejora, cosa que parece dudable.
Por la tarde vamos a visitar a los porteadores, que están unos metros más atrás en una cabaña de pastores. Pasamos un buen rato con ellos, riendo y explicando anécdotas mientras compartimos una sopa caliente y choi.
Detrás de la cabaña, todos los yaks del valle están agrupados en un corral de piedra mientras el cielo parece querer empezar a destaparse y dibujar una tímida puesta de sol. Pese a ello, regresamos hacia el campamento bajo un cielo totalmente cubierto y sin una sola estrella. Es una lástima porque esta será nuestra última noche aquí y el paisaje tiene unas posibilidades impresionantes para la fotografía nocturna.
Día 8: ¡A toda máquina!
Toda la noche nevando. Aún me duele la cabeza. Quizás un poco menos, pero nada más abrir la tienda vemos que han caído unos cuantos centímetros y que sigue nevando. Dejamos por descartada la ascensión al Mingilik Sar. Pensamos en el canadiense y pensamos en si finalmente decidirá jugarse la vida y subir a ciegas y con las grietas ocultas por la nieve.
Durante la mañana parece que el tiempo mejora, así que hacemos tiempo para que la tienda se seque antes de guardarla y aprovechamos para tomar fotografías del entorno totalmente cubierto de blanco.
Al cabo de un rato vemos un buen puñado de yaks. Los porteadores nos explican que durante la noche han derrumbado el muro de piedra del corral y se han escapado en busca de prados verdes donde no haya llegado la nieve. Se les ve corriendo arriba y abajo tras los yaks, intentando reunirlos de nuevo.
Sobre las 11 de la mañana nos ponemos en marcha, ya con gran parte de la nieve del suelo derretida. Decidimos hacer una buena caminata y regresar hasta dos campamentos atrás (Arbab Peryan), un total de 18 km en total. Por suerte, gran parte del camino es bajada o llano.
Antes de abandonar el collado de Shimshal y en un breve momento de temperatura y sol agradables, Rahmad Karim, uno de nuestros porteadores, se ha puesto a cantar y Tato se ha añadido a una danza grupal de lo más divertida. Al poco me he unido yo también. ¡Menudo cansancio moverse al ritmo de las canciones a más de 4000 metros de altura!
Después de deshacer la parte más aburrida de la ruta hemos logrado llegar a Arbob Peryan con la puesta de sol y con ganas de ir a dormir. Mañana empezamos camino nuevo.
Día 9: En ocasiones veo cabras
Si los 18 kilómetros de ayer no fueron suficiente matada hoy nos hemos vuelto a pasar el día andando. El camino, que hemos comenzado aproximadamente a las 9:30 y hemos finalizado sobre las 18:30 h (unas 9 horas andando) ha sido NO fácil.
La primera parte ha sido una subida mortal campo a través. Una subida larga y pesada entre tarteras. De hecho, todo el camino ha sido entre tarteras. La diferencia es que ahora nos hemos desviado del camino de pastores y no sabemos cuánto hace que nadie transita esta zona. Como consecuencia los caminos son prácticamente inexistentes, pues la fuerza del viento, la lluvia y la nieve hace que las piedras que forman los caminos vayan cayendo colina abajo con el paso del tiempo.
Así pues cabe imaginarse no solo subidas sino que, de tanto en tanto, alguna bajada aparentemente imposible en la que un paso en falso nos llevaría a bajo del todo de golpe.
Las vistas, como siempre, valen el esfuerzo… ¡pero qué esfuerzo! Cuando llegamos al campamento estamos todos destrozados de pies, espalda y gemelos… ¡qué dolor!
Además nuestra llegada al campamento ha sido recompensada con dos sorpresas: la primera y más agradable ha sido encontrarnos con un rebaño de íbices pastando bajo la atenta mirada de un vigía. La luz, muy baja, no nos ha permitido tomar fotografías de calidad, pero la experiencia ha sido fenomenal.
Desgraciadamente la segunda y más desagradable sorpresa nos esperaba; un río ancho y feroz nos separaba del deseado campamento en el último milímetro del camino. Así pues y como en todos nuestros trekkings (no iba a ser este una excepción) ha tocado descalzarse y cruzar por las aguas gélidas. ¡Qué frío!
Una vez en el otro lado y con los pies helados hemos montado la tienda, me he cambiado todas las tiritas (llevo los pies llenos de ampollas y rozaduras) y Tato ha ido a curar los pies de Karim, que también los tiene que dan pena.
Mientras tomamos una sopa caliente con los chicos les decimos que mañana queremos hacer un día de descanso. Pensamos que después de dos días matadores vale la pena descansar un poco. Además, por lo visto el próximo día de ruta será probablemente el más duro, pues llegamos al collado de Shpodeen.
Se trata de un collado de 5200 metros de altura que además es tremendamente vertical, es decir que probablemente necesitemos usar cuerdas para bajar. Por si fuera poco, Karim nos dice que nadie ha pasado por aquí desde hace más de dos años y que por lo tanto el camino será inexistente. Muy tranquilizador.
Hoy hay algunas estrellas en el cielo pero estamos para el arrastre. Nos vamos a dormir.
Día 10: Día de descanso
Las pocas estrellas de ayer se han esfumado y nuevamente ha estado toda la noche lloviendo y nevando. El día se presenta desesperanzador, con una intensa niebla que lo inunda todo.
Lejos de pasar el día de descanso tumbados al sol o leyendo en la sombra, dibujando o matando el tiempo de un modo placentero nos lo hemos pasado dentro de la tienda, protegidos del frío por los sacos de dormir. Los porteadores y Akhtar, de mientras, discuten acaloradamente sobre si debemos seguir adelante y hacer el Shpodeen pass o si deberíamos volver atrás. Viendo la escena parecemos los niños en un divorcio viendo como los padres se discuten.
Es cierto que si el tiempo no mejora no podremos seguir adelante. El problema más grande es que los porteadores no tienen tiendas y por lo tanto, solo podemos acampar en lugares concretos en los que hay cabañas de pastor. Dentro de estas cabañas de piedra y barro hay una cocina que a la vez les mantiene calientes durante las noches. El problema es que entre nosotros y el paso de Shpodeen no hay más cabañas y si nos ponemos en marcha deberemos andar 12 horas seguidas hasta la próxima cabaña, ya en el otro lado del collado.
Decidimos esperar a mañana para ver qué pasa. Quedamos con los porteadores que si el cielo clarea saldremos a las 4 de la madrugada. Si no, esperaremos un día más.
Antes de ir a dormir pasamos un buen rato en la cabaña de pastores entre canciones y bailes shimshalis mientras fuera, comienza a nevar de nuevo…
Día 11: ¿Estamos seguros?
Toda la noche nevando. No ha parado ni un momento. Fuera, un manto blanco lo cubre todo. Por un momento parece que el sol vaya a salir, pero es una cruel broma de la naturaleza.
Así pues volvemos a pasar la mañana entre la tienda, la cabaña de pastores y la tienda-cocina, viendo de nuevo como Akhtar y los porteadores se discuten. Debemos tomar una decisión: para adelante o vuelta atrás.
Pero entonces, cuando todo parece perdido, por la tarde empieza a clarear cada vez más. Una brisa suave empieza a llevarse las nubes y parece que si la cosa aguanta podría ser nuestra oportunidad de hacer el collado de Shpodeen y terminar la ruta cumpliendo uno de nuestros objetivos.
Por la tarde discutimos la jugada y junto con Danish, Daad Karim e Ismail subimos a la pequeña colina que tenemos detrás para tener una visión del collado de Shpodeen. Me lo enseñan y me preguntan si me veo capaz de hacerlo.
Miro el collado en la distancia: parece una pared vertical y nevada de 5200 metros de altura. Decir que da respeto es quedarse corto, pero lo peor es saber que la parte más difícil es la que no se ve; la bajada por el otro lado. Aun así soy consciente que los chicos prefieren volver atrás y están tratando de asustarme y hacerme dudar para tener la excusa, así que les digo que no hay problema y que seguimos adelante, de modo que si las cosas no cambian drásticamente, mañana a las 4 de la madrugada iniciamos nuestra aventura final y más dura del trekking.
Día 12: Shpodeen calapoi
Suena el despertador a las 4 de la mañana, pero yasalido hace un rato siguiendo la llamada de la naturaleza. En el cielo, las estrellas de Orión auguran una jornada potente pero interesante.
Los porteadores no tardan a animarse. Desde la tienda oigo a Rahmad Karim gritando “Shoboshoboshoboooosh!”, su grito de guerra. Muertos de frío desayunamos, desmontamos el campamento y nos ponemos en marcha.
La subida comienza suave, a través de dunas de tartera, intuyendo por dónde debe pasar el desdibujado camino. La paret de Shpodeen parece más sencilla a medida que nos acercamos, pero el terreno bajo nuestros pies va ganando progresivamente inclinación.
Con el paso del tiempo dejamos de lado las pendientes imposibles de tartera y entramos de lleno en la morrena de un glaciar. Posteriormente alcanzamos la parte más dura: un río lleno de piedras de diferentes tamaños que nos toca remontar y cruzar constantemente. No nos mojamos, pero la falta de oxígeno, la subida, las piedras,… es agotador.
Cuando finalmente dejamos atrás el río da comienzo la pendiente nevada que nos llevará hasta la parte más alta del collado. Pero no es sencillo: a cada paso que damos perdemos energías y avanzar se convierte en un esfuerzo constante.
Aprovecho las huellas que han abierto los compañeros que van delante y me detengo a casa zig-zag para recuperar el aliento. Nos detenemos en unas rocas para descansar y comer algo, pero el frío es tan intenso que en seguida volvemos a ponernos en marcha.
Ahora sí que me quedo atrás con facilidad. Me concentro en ir lo más lentamente posible para ahorrar energías y lograr llegar al collado. Después de muchos esfuerzos alcanzo a ver el final: en lo más alto del paso nos reciben los compañeros con música y danzas. Las vistas, totalmente inesperadas y bellísimas, también nos dan la bienvenida. Por lo visto desde el collado de Shpodeen hay unas vistas que nada tienen que envidiar a las que se pueden ver desde la cima del Mingilik Sar. Miremos hacia donde miremos hay montañas nevadas, glaciares, pináculos y acantilados. Realmente ha valido mucho la pena luchar para llegar hasta aquí. Sin ninguna duda es el punto fuerte de nuestra aventura.
Por cierto, hemos podido ver que en realidad el collado no está a 5200 metros de altura como marca el mapa antiguo, sino que mide 5364 m.
Después de unos bailes, unas risas y muchas fotos y vídeos comenzamos a darnos cuenta que ahora toca la temida bajada. Y es que el campamento, que se encuentra al otro lado de la pendiente está a unos 4.400 metros de altura. Esto quiere decir que tenemos 1000 metros de desnivel en una vertiginosa pendiente prácticamente vertical.
Primero comienzan el descenso dos porteadores con los burros. La burra no quiere bajar y uno de los chicos resbala en una placa de hielo y patina unos cuantos metros por la pendiente hasta que logra frenarse con la ayuda de su bastón de madera.
El problema es que en las zonas de nieve hay puntos en los que hay hielo en la capa inferior y no se puede detectar, de modo que decidimos bajar por las zonas de roca descubierta. 1000 metros de pendiente pronunciada que, después del pánico inicial acabamos bajando como si esquiáramos, patinando sobre las piedras y disfrutando de lo más. Cuando llegamos a bajo y miramos atrás, nos parece increíble lo que acabamos de hacer.
Esta noche montamos el que será nuestro último campamento y aprovechamos para tomar algunas fotografías nocturnas antes de meternos en el saco.
Día 13: La vuelta a casa
Hoy hemos vuelto a pasar una noche gélida. El saco de dormir está mojado por fuera y alrededor de la cara hay cristales de hielo. El agua de los bidones también se ha congelado, al igual que las paredes internas de la tienda. Da un palo increíble salir y como hoy no tenemos prisa esperamos a sentir el contacto de los rayos del sol con la tienda para entrar en calor rápidamente.
Según los porteadores hoy tenemos una hora hasta la próxima cabaña de pastores y 4 o 5 hasta Shimshal. Pese a sus palabras y como siempre os han tomado el pelo. Tardamos tres horas en alcanzar la susodicha cabaña y cuando llegamos ellos ya no están. Han decidido tirar millas hasta el pueblo de Shimshal.
Esto resulta ser una pena tremenda porqué descubrimos que esta cabaña está ubicada en un entorno inmejorable, con opciones para fotografiar la puesta de sol y el paisaje nocturno como ningún otro campamento que hayamos tenido durante el trekking.
Después de maldecir no poder quedarnos aquí y de comer y descansar un poco seguimos con nuestro camino, que ahora hará bajada hasta prácticamente el final. Una bajada de 1000 metros de desnivel a través de acantilados de arena fina y resbaladiza que ríete de la bajada de ayer. ¡Esto es tremendamente peor!
El día se nos hace largo y las luces van cayendo, alargando las sombras sobre el paisaje hasta que finalmente la garganta por la que transcurre el itinerario se ensancha y logramos ver al fondo el valle de Shimshal.
Aún nos quedará una hora para llegar definitivamente al pueblo, habiendo tardado finalmente unas 8 horas des de que hemos salido por la mañana (y no las 4-5 horas que decían los porteadores). Cuando llegamos a la guesthouse nos encontramos por sorpresa con el chico canadiense, que nos explica que pudo hacer cumbre en el Mingilik Sar y nos enseña unas fotos de su móvil. Me quedo mucho más tranquila porque pienso que las vistas que tuvimos desde Shpodeen son inmensamente superiores.
Una ducha caliente (nos calientan expresamente agua en el fuego) es como un regalo del cielo y nos quedamos como nuevos.
Después de cenar nos despedimos de los chicos y les damos unos regalos; gorros, polainas, un frontal y en general material que tenemos y no usamos porque nos ha quedado viejo o hemos comprado un modelo nuevo. Ellos están super contentos y nosotros también. Parece increíble todo lo que hemos vivido estos días.
Marta Bretó
Fotógrafa de naturaleza y guía de montaña y de viajes, disfruta recorriendo los paisajes más variados y las noches más estrelladas con la intención de captar los aspectos salvajes y bellos que la naturaleza ofrece a través de sus imágenes.
Amante incondicional de la naturaleza y la fotografía, hace de su pasión su forma de vida, además de utilizar su trabajo para motivar la conservación y el respeto de la vida salvaje.