ALASKA: Arctic National Wildlife Refuge

Allí donde la vida empieza. 18 días por el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico

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Marta Bretó

Esta aventura nos lleva al ‘Refugio’ (Arctic National Wildlife Refuge), en el extremo noreste del estado e Alaska.

De norte a sur el Refugio se extiende a lo largo de más de 300 kilómetros, desde la costa ártica, a través de llanuras de tundra, montañas y glaciares hasta los bosques de taiga y el bosque boreal en la zona sur. Esto conlleva que el refugio albergue una amplia y rica variedad de ecosistemas.

El Refugio se constituyó en 1960 como una promesa de preservar la vida salvaje y sus valores. Sin embargo, la zona ha sido y sigue siendo en la actualidad sujeto de preocupación por el descubrimiento de petróleo bajo la tundra en su zona norte.

Nuestro objetivo era recorrer un pedazo de esta zona remota y poco explorada y documentar a través de fotografía y vídeo nuestras experiencias y encuentros con la fauna salvaje. Puedes ver la película resultante aquí… y/o disfrutar del diario de viaje si continuas con tu lectura.

1: Sven!

Después de un vuelo interminable llegamos a la población de Fairbanks, en Alaska.

Es la una de la madrugada, pero hay mucha luz. Un taxista muy simpático nos lleva hasta el alojamiento donde pasaremos los siguientes días, Sven’s Campsite. Los dos primeros días dormimos un montón de horas en una tienda de campaña antes de comenzar nuestra aventura. Durante el verano el sol luce durante 24 horas. Resulta curioso, pues te puedes encontrar a alguien leyendo el diario en el comedor o la terraza a cualquier hora del día o de la noche, aunque el término noche no tiene demasiado sentido si no oscurece.

Fairbanks es muy aburrido. No hay nada que hacer, así que le dedicamos poco tiempo y regresamos a Sven, donde conocemos a Sisco, un chico aficionado a las excursiones largas que en pocos días tratará de cruzar Alaska de este a oeste, a lo largo de la cordillera Brooks, de la cual nosotros solo conoceremos una pequeña parte.

Mapa ANWR

2: Arctic Village

Si dos días en Fairbanks nos han parecido muy aburridos, ahora nos esperan tres días en  Arctic Village. Compartimos con Sisco la avioneta y antes de llegar le deseamos suerte en su aventura.

En Arctic Village viven los nativos gwich’in, nómadas que hace siglos se establecieron en pequeñas aldeas, como Venetie, Old Crow y Fort Yukon , entre otras.

Hemos querido pasar unos días con ellos para conocer su cultura y recabar información de primera mano sobre los proyectos para perforar la costa ártica con la intención de extraer petróleo.

Hemos tenido mucha suerte de que el jefe del pueblo, Robert, nos haya dado permiso para pasar estos días con ellos. De lo contrario nos habríamos visto obligados a acampar en el aeropuerto hasta que llegase Kirk, nuestro piloto. Además, parece ser que estos días se celebra un festival de música y han acudido gwich’in de diferentes pueblos, incluso de Canadá, que no se reunían desde antes de que la pandemia de COVID-19 paralizara el mundo.

En Arctic Village no hay turismo de ningún tipo, de manera que no existen alojamientos para los visitantes. Pero afortunadamente nos dejan plantar la tienda de campaña donde queramos, así que elegimos un rincón en el bosque con vistas inmejorables del río Chandalar.

El festival se puede celebrar gracias a una beca de Estados Unidos, de modo que todos los gastos están cubiertos. Todos los días nos invitan a desayunar, comer y cenar con ellos, así que acabamos conociendo prácticamente a todo el pueblo.

Son personas muy abiertas y agradables que viven de la naturaleza, sobre todo de la caza y la pesca, que únicamente practican como modo de subsistencia. Un día nos llega la noticia de que han cazado un alce y vamos a ver cómo trocean la carne, que se acaba compartiendo con todo el pueblo.

Durante nuestra estancia tratamos de entrevistar a varias personas para que nos expliquen su modo de vida y cómo creen que se verá condicionado por la posible explotación de hidrocarburos. Pero no hay manera, una cosa es hablar y otra muy distinta es colocarse delante de una cámara y responder preguntas, por muy directas y sencillas que sean. Además, por lo visto los que llevan la voz cantante son los mayores, los elders. Los jóvenes solo escuchan, no se consideran con la experiencia suficiente para valorar y expresar lo que sucede con su pueblo.

Arctic Village tiene básicamente dos calles, y las casas surgen como setas, espontáneamente entre zonas de bosque y lagos. La gente se desplaza en quads arriba y abajo, y a menudo se detienen para ofrecernos transporte allá donde sea que vayamos. Acabamos haciendo amigos, y después de cenar incluso nos animan a participar en bailes tribales, algo que no se nos da especialmente bien.

3: ANWR

Quedamos con Kirk, nuestro piloto, a las 10 h, aunque finalmente llega sobre las 12.30 h. Tras cruzar unas palabras y recibir unas cuantas recomendaciones sobre ríos, tussocks y osos grizzly despegamos para dirigirnos a nuestro destino. Las vistas son amplias y espectaculares; sobrevolamos praderas, ríos serpenteantes, lagos parcialmente helados, montañas nevadas y varios ejemplares de caribús.

Aterrizamos con la misma suavidad con que despegamos. Nos encontramos en la parte superior del río Sheenjek. Una mezcla de luces y sombras pintan el paisaje que nos da la bienvenida mientras la avioneta desaparece en la distancia. Nos quedamos solos en una de las zonas más salvajes del planeta.

El aire es frío, pero la temperatura se percibe agradable, lo que nos permite avanzar sin chaqueta ni gorro. El invierno se ha alargado y Kirk nos avisó de que encontraríamos mucha nieve en las montañas. También nos alertó de que cuando el deshielo se acelere el caudal de los ríos subirá considerablemente. Sobre el mapa nos ha recomendado algunas variantes de la ruta que habíamos trazado para evitar los ríos más problemáticos.

Una vez cruzado el Sheenjek nos adentramos en una zona de arbustos (o de árboles, no sabría decir por su altura). Es nuestra primera experiencia por una zona con poca visibilidad en territorio de osos. Esto nos obliga a caminar hablando y haciendo ruido, pues es importante no sorprender a ningún oso. Finalmente cruzamos la zona si ver osos, pero al salir nos encontramos con un grupo de caribús y sus crías. Al poco rato vemos un grupo de seis carneros de Dall en una zona rocosa, y un poco más adelante otro grupo de caribús.

El camino ha comenzado bastante plano, pero después comienza a ascender lentamente por un paisaje abierto. Los casi 30 kg de las mochilas se dejan notar.

Después de un buen rato ascendiendo por zonas enfangadas y laberintos de tussocks descendemos siguiendo el curso de un riachuelo, donde montamos el primer campamento. Celebramos la jornada con un chocolate caliente.

Mientras cenamos oímos unos silbidos. Miramos alrededor y descubrimos que justo delante de la tienda hay una ardilla terrestre del ártico. Resulta curioso, porque no se asusta cuando nos acercamos. No podemos fotografiarla, pero estamos convencidos de que habrá más oportunidades.

4: Los 4 Km más largos

Nos levantamos sobre las 7.30 h, y mientras preparamos el desayuno cruza por delante de la tienda un grupo de caribús. Comenzaos a caminar con calma, pues hoy hace un día estupendo. De todas formas el ambiente es extraño, pues nos llega el humo de un incendio lejano.

Mientras acabamos de preparar las mochilas, que pesan casi 29 kg, aparece un visitante inesperado: un puercoespín. Primero nos mira con curiosidad, pero finalmente decide alejarse lentamente. Lo seguimos un rato para hacerle unas fotos y vídeos, y luego lo dejamos tranquilo.

Parece que el día promete, pues poco después nos encontramos con otro grupo de caribús. Pero al poco rato entramos en la zona del terror. Nos vemos obligados a recorrer un valle muy cerrado con un río serpenteante que tenemos que cruzar una y otra vez. Al principio todo parece normal, pero poco a poco las paredes a ambos lados del valle se van cerrando, limitando nuestras posibilidades. Después de descartar ir por una vertiente y ganar altura el terreno nos obliga a bajar al río y cruzarlo incontables veces. El agua está fría, pero lo peor es que progresamos a una velocidad tremendamente baja. Cada pocos metros la pared vertical cambia de lado del río, por lo que tenemos que cruzar, siguiendo las huellas que dejan los caribús a su paso.

En un momento dado decidimos apostar por una vertiente y ganar altura. Solo nos sirve para desesperarnos en un acantilado de pedrera y placas de nieve primavera. En todo el día hemos recorrido unos cuatro km, no más.

5: Misión imposible: campamento en la tundra

A las 7 de la mañana los débiles rayos de sol del Ártico comienzan a sobrecalentar la tienda, y en pocos minutos nos vemos obligados a salir del saco. Después de un buen desayuno nos cargamos las mochilas a la espalda y empezamos a caminar con la intención de mejorar el ritmo de ayer.

Al poco rato atravesamos un río helado para ascender por una fuerte pendiente, pero poco a poco el terreno pierde desnivel y se convierte en un lodazal. Consideramos las posibilidades: tunda inundada, laberinto de tussocks (montículos de hierba con vida propia que es preferible evitar), cruces de río y rastros de caribús, sin duda la mejor opción.

Los miles de caribús que habitan esta tierra se mueven constantemente en su migración anual hacia la costa ártica y dejan marcados sus recorridos sobre la tundra. Encontrar y seguir uno de estos caminos es la mejor solución para avanzar a buen ritmo. Al poco rato llegamos a un collado de montaña que coincide con la Continental Divide. Aquí nos encontramos con el segundo grupo de caribús del día. Han sentido curiosidad por nuestra presencia y se han acercado bastante, lo que nos permite tomar unas cuantas fotografías y clips de vídeo.  En este punto nos aventuramos por un nuevo valle lleno de tussocks. Poco a poco el sol se oculta tras las nubes y comienza a lloviznar.

El paisaje es bonito, pero las vistas quedan medio ocultas por el humo de un incendio cada vez más lejano. Una suave y constante subida nos lleva hacia unas curiosas ardillas terrestres que nos dan la bienvenida a un nuevo valle. Sin ninguna duda hoy avanzamos mucho más rápido que ayer. Tras varias horas de camino decidimos empezar a buscar un lugar donde montar el campamento. Por desgrada, la primera zona que encontramos, aunque tiene buena pinta, tiene huellas de oso grizzly en forma de excrementos. Por seguridad decidimos seguir adelante. En ese momento no podíamos imaginar que no encontraríamos otro lugar apropiado para acampar hasta al cabo de dos horas de camino por tussocks y tundra inundada. Llegamos a una zona plana y seca, la única en km a la redonda. Pies doloridos, pantalones mojados y la espalda hecha polvo, pero estamos aquí, cerca del río Kongakut. Hoy hemos recorrido unos 14 km en algo más de 9 horas.

6: Chuzos de punta

Hoy nos levantamos un poco más tarde, un descanso bien merecido después del castigo de ayer. Poco a poco iniciamos el descenso hacia el valle del río Kongakut. El camino transcurre por una llanura inundada sembrada de tussocks. Al poco rato divisamos una perdiz nival, la primera del trekking.

Una vez en el río Kongakut nos adelantan unos cuantos caribús. Tardamos un buen rato en acercarnos a la ribera, pensando que el terreno sería impracticable. Pero entonces descubrimos que el suelo está bastante seco, surcado por infinidad de huellas de caribús y algunas de osos y lobos.

Dos o tres pájaros desplumados, excrementos, arbustos quebrados y pisadas en el barro. De repente, cuando nos acercamos a una zona más cerrada, donde el río todavía está cubierto de hielo, vemos un oso grizzly. Parece que se acerca a nosotros, así que hacemos ruido para hacer que nuestra presencia resulte evidente. Entonces cambia de dirección y se aleja tranquilamente y sin prisa, caminando sobre el hielo que cubre el río, arrancando de tanto en tanto algunos arbustos. Ese hielo se denomina aufeis, un término que no tiene traducción. Se forma cuando en invierno la presión del agua rompe la capa de hielo superficial y rápidamente se hiela. La acumulación sucesiva de estas láminas de hielo forma lo que se conoce como aufeis, que puede tener hasta varios metros de espesor. 

Nos damos la vuelta y vemos que se acerca una tormenta perfecta, de esas que aparecen en las películas y se describen en los libros de aventuras. Desde el aufeis podemos fotografiar y filmar la amplia variedad de tonos, entre el blanco azulado con textura del hielo hasta la negrura de las montañas lejanas. A una distancia ciertamente incómoda un rayo corta el aire y seguidamente el sonido de un trueno infinito recorre el paisaje. En cuestión de minutos la lluvia comienza a caer sobre nosotros como nunca habíamos experimentado. Está claro que la ropa impermeable no es infalible.  Continuamos caminando con la inquietante compañía de rayos y truenos, cruzando los dedos para que ninguno nos caiga encima.

Continuamos avanzando durante varias horas bajo una lluvia cada vez más débil, pero completamente mojados. Continuamente vemos huellas y excrementos de lobos. Es posible que estén cerca, observándonos desde algún lugar oculto elevado.

El paisaje que rodea Kongakut es impresionante, pero desgraciadamente no podemos disfrutarlo bajo la lluvia. Incluso acampar se convierte en una tarea complicada. Pasamos de largo tres maravillosos lagos donde resulta imposible plantar la tienda por culpa del terreno. Finalmente llegamos a un río bordeado de árboles. No es el mejor lugar del mundo, pero encontramos la única zona relativamente seca y plana en km.  Alrededor de nuestro campamento hay multitud de excrementos de alce y de perdiz nival, así que quién sabe, quizá tengamos suerte y veamos algo de fauna. Toda la ropa está mojada. Esperemos que esté seca por la mañana.

7: ¡No puedes pasar!

A la mañana siguiente la ropa y las botas todavía no se han secado, así que hacemos un poco el vago mientras esperamos a que el sol evapore algo más la humedad y a que las placas solares carguen los acumuladores de energía. Nos damos cuenta de que las placas no funcionan bien. Quizá sea porque el sol no es muy intenso, pero apenas cargan.

Comenzamos a caminar con ganas, pero no tardamos en topar con el primer río del día. Sobre la arena hay huellas recientes de osos en dirección contraria a la nuestra. El río baja con fuerza y parece profundo, así que nos quitamos los pantalones y hacemos un primer intento. Imposible. El río baja con demasiado ímpetu. Damos la vuelta y seguimos buscando otro punto donde el río sea más ancho y somero. Perdemos mucho tiempo en remojo y pasando frío hasta que desistimos y decidimos dar un rodeo por el valle para tratar de cruzar el río más arriba, antes de la unión de varios afluentes.

Nos hace poca gracia este desvío por el enorme rodeo que implica, pero no vemos otra alternativa viable que no implique un riesgo excesivo. Comienza a llover. Por suerte no es una lluvia intensa y además las vistas son excepcionales, con valles, montañas y acantilados que prácticamente nadie ha visto jamás. También vemos multitud de rastros de caribús, lobos y osos. Remontamos una pendiente para poder hacernos una idea del terreno que nos espera. Desde arriba vemos el río, que no parece posible cruzar, de modo que decidimos seguir caminando hasta el fondo del valle, donde el río se divide en dos. Quizá en esta zona sea factible atravesar al otro lado. Desgraciadamente el río baja con fuerza y tiene una profundidad excesiva. Después de todo el día subiendo y bajando decidimos montar el campamento. Mañana trataremos de remontar el valle para cruzar el río más arriba. Ojalá lo consigamos. Hoy solo hemos visto las siluetas de un grupo de caribús en la cresta de una montaña con la ayuda de los prismáticos.

8: De perdidos al río

Ha llovido durante toda la noche de forma intermitente, desde que fuimos al río a lavar “los platos” hasta el amanecer. Nos encontramos en territorio grizzli y por tanto hemos de llevar toda la comida en bolsas estancas especiales para evitar en lo posible la fuga de olores. En este viaje solo llevamos alimentos liofilizados, que cocinamos dentro de bolsas específicas y comemos en nuestras kupilkas. Para evitar que el olor de los alimentos se extienda por la tundra, justo después de cenar lavamos las bolsas en el río y las dejamos secar. Nuestro campamento despide algo de olor, esto es inevitable, pero tratamos de extremar las precauciones para evitar que despierte el interés de los osos.

Hoy nos levantamos muy tarde. La motivación brilla por su ausencia. Por un lado, la tienda está mojada por la lluvia que cayó por la noche y el cielo parece poco prometedor. Por otro lado, sigue pendiente la cuestión de cruzar un río aparentemente infranqueable y que nos obliga a remontar el valle en dirección opuesta a donde nos dirigimos en busca de un punto más o menos seguro de cruce. La lluvia de las últimas horas ha hecho naufragar nuestra idea de esperar a primera hora del día, pues de buena mañana los ríos tienen menos caudal debido a las bajas temperaturas nocturnas. Ahora el río es enorme. No vemos por dónde sortearlo. El lado del valle donde nos encontramos es más vertical de lo que desearíamos y cada dos por tres tenemos que subir haciendo diagonales por unas pedreras que dan miedo. Llegado un punto decido que hay que cruzar el río sea como sea. Tato no lo ve claro, pero yo creo que hay una línea de cruce factible que me da cierta confianza. Decidimos cruzar sin pantalones para que no se mojen, pero con las botas y las polainas para mejorar la seguridad y sentir menos el frío del agua. De esta manera nos podremos concentrar únicamente en avanzar a contracorriente y mantener el equilibrio.

Explotamos de alegría cuando nos damos cuenta de que lo hemos conseguido. Nos abrazamos, sabiendo que por fin podremos seguir adelante. A nuestro lado vemos rastros recientes de un oso grizzly; raíces arrancadas y un excremento descomunal, fresco y lleno de frutos rojos.

De repente sale el sol. Un grupo de caribús cruza por delante nuestro sin prestarnos atención. Parece como si el mundo fuera de otro color. El terreno en este lado del valle es mucho más firme y está lleno de caminos de caribú que seguimos con facilidad hasta llegar a la altura del campamente de ayer, en el otro lado del río.  Vemos más grupos de caribús y cinco carneros de Dall. Por si fuera poco, los caribús recorren el paisaje ofreciéndonos una estampa espectacular. Nos adentramos en un nuevo valle. El terreno es sencillo y los ríos se pueden cruzar fácilmente, sin descalzarnos. Al cabo de varias horas encontramos un campo de tussocks y un río estrecho, profundo y furioso. Lo cruzamos con las botas puestas, todavía mojadas desde el río anterior.  Finalmente encontramos un buen lugar para plantar el campamento. Es hora de descansar.

9: Punto de no retorno

Hoy me ha costado bastante dormir. Puede que sea por el sonido del río que tenemos a pocos metros de la tienda. Mientras preparamos el desayuno comienza a llover tímidamente. Nos miramos dibujando una mueca. Cuando deja de llover sale el sol, pero sobre las montañas hacia las que nos dirigimos parece que ha llegado el apocalipsis. El cielo está oscuro, lleno de nubes que descargan con fuerza. Cruzamos los dedos para que el tiempo no sea tan variable como de costumbre y no nos caiga el cielo sobre nuestras cabezas, como decían Astérix y Obélix. Decidimos seguir adelante con precaución, ya que hoy tendríamos que subir hasta un collado nevado, el punto más elevado de nuestra ruta, en el corazón de las montañas Romanzof. Sobre el mapa marcamos un punto de no retorno. Si cuando llegamos la cosa se complica acamparemos; de lo contrario seguiremos avanzando, pues no habrá posibilidad de acampar hasta llegar a la otra vertiente. Después de cruzar el río que no me dejaba dormir avanzamos por el valle aprovechando los caminos trazados por los caribús, entre tussocks y tunda inundada. Durante el camino coincidimos con un grupo de caribús y una ardilla terrestre.

Sale el sol, pero las nubes avanzan y sabemos de lo que son capaces. Llegamos al punto de no retorno y comienzan a caer algunas gotas. Dudamos entre seguir y no seguir, pero nos pueden las ganas y decidimos seguir hacia arriba, flanqueando un río gélido por la vertiente más complicada, entre neveros y una inmensa pedrera. En ocasiones nos hundimos en la nieve hasta casi la cintura. Por suerte deja de llover, lo cual nos motiva para continuar avanzando. Nos falta poco para llegar a la zona más elevada. Las vistas son espectaculares en todas direcciones. Cada vez hay más nieve, pero finalmente llegamos al collado. No hay visibilidad. Nos envuelve una densa niebla que apenas nos permite ver unos metros por delante. Con la ayuda del GPS y las trazas de los caribús vamos avanzando por una pendiente nevada. Dentro de la niebla una ardilla terrestre chilla para expulsarnos de su territorio. Seguimos bajando hasta que llegamos a una zona llana de hierba más o menos seca junto a un río, donde decidimos acampar. Ojalá mañana escampe la niebla y podamos disfrutar de las vistas de este nuevo valle sin nombre.

10: The caribou people

Los gwitch’in se identifican como “el pueblo del caribú”. El motivo es que su forma de vida siempre ha dependido de este animal. Aunque ya no son nómadas y no tienen que seguir la migración anual de las enormes manadas de caribús para su subsistencia, cuando cazan siguen compartiendo la carne con todo el pueblo. Del resto se aprovecha todo: la piel, las astas, los tendones…

Hoy no hemos visto ningún caribú. De todas maneras los hemos tenido presentes, pues con el paso de los días se habían convertido en nuestros guías. Cada año, miles de caribús de Alaska y Canadá migran hasta una zona concreta de la costa ártica. Los gwitch’in denominan a esta zona “el lugar sagrado donde la vida empieza”, pues es donde los caribús eligen dar a la luz la siguiente generación. En su movimiento por la tundra, tanto de ida como de regreso de este lugar tan especial, los caribús van dejando la marca de su recorrido sobre el paisaje a través de las huellas de sus pisadas.

Hoy amanece con niebla intensa y una lluvia débil pero molesta, con frío y mala visibilidad. A cada paso me sentía agradecida por contar con la ayuda del camino marcado por los caribús, que nos guiaban por la tundra, las pedreras y la nieve. De alguna manera, he sentido que comenzábamos a formar parte de la expresión gwitch’in “el pueblo del caribú”.

Comenzamos a caminar bastante tarde, pero los caribús nos permiten avanzar con rapidez. No vemos ningún animal, más allá de algún pájaro. Después de montar el campamento parece que el tiempo empieza a mejorar.

11: La mitad del camino

Escribo estas líneas a las 22 h bajo un sol radiante. El mismo sol que nos despertaba esta mañana después de una gélida noche donde todo ha quedado cubierto por una fina capa de escarcha. Camiseta de manga corta y crema de sol en mano hemos comenzado el día con motivación y alegría, siguiendo caminos de caribú por las pendientes de un valle angosto y con laderas escarpadas.

Ayer no tuvimos suerte con la fauna, pero hoy, al poco de comenzar a caminar hemos visto  una cría de ardilla terrestre y al poco tiempo varios carneros de Dall en un entorno rocoso. Poco a poco dejamos atrás este valle para adentrarnos en otro mucho más amplio, surcado por un río con múltiples bifurcaciones. En seguida nos damos cuenta de que no iba a ser posible evitarlo, así que nos descalzamos y nos quitamos los pantalones. El agua, que corre con alegría, nos llega hasta medio muslo, pero conseguimos cruzar sin contratiempos. Una vez en la otra orilla ganamos altura para ver la estructura del río y sus bifurcaciones en caso de tener que cruzarlo de nuevo.

En una zona más cerrada y sombría encontramos que la parte superior del río está completamente helada. El hielo no detiene a un grupo de caribús que nos deja rápidamente atrás. En un punto pintoresco nos detenemos para fotografiar el paisaje cuando percibimos que a unos cuantos metros hay un oso grizzly. El viento sopla a nuestro favor, por lo que no puede olernos. Sigue caminando en la dirección que hemos de tomar. Pasamos un buen rato observándolo hasta que nos detecta y comienza a sentir curiosidad por nuestra presencia. Como no puede olernos se acerca prudentemente. Cuando parece que se encuentra a una distancia excesivamente corta percibe nuestro olor y sale corriendo en dirección contraria, espantando a un grupo de caribús que venía por detrás. La situación es bastante cómica e impactante, una buena imagen que marca la mitad de nuestro viaje.

12: Aichilik

Nos levantamos sobre las 7:30 h, después de una noche bastante cálida. Mientras desayunamos aparece sobre un centenar de caribús, que no nos detectan hasta que los tenemos a pocos metros. ¡Comienza bien el día!

Algo más tarde, mientras preparamos la mochila, un segundo centenar de caribús aparecen aparentemente de la nada. Cuando nos ven se asustan y salen corriendo indicándonos el camino a seguir. Una vez desmontado el campamento avanzamos en dirección al Aichilik, el río más caudaloso que tendremos que cruzar en esta aventura. De camino vemos dos carneros de Dall en una vertiente rocosa. El Aichilik es uno de los grandes ríos de ANWR que conserva su nombre gwitch’in. Los otros son el Sheenjek, el Okpilak y el Kongakut. Cruzarlo será delicado, pues tendremos que elegir cuidadosamente el punto más adecuado, ni demasiado profundo ni demasiado furioso, tratando de evitar en lo posible las zonas cubiertas por aufeis.

El río sin nombre donde nos encontramos baja con alegría y es bastante profundo, así que tendremos que cruzarlo primero, antes de que sume su caudal al Aichilik. Hacia el final del valle el río se ensancha y se ramifica en distintos brazos, que restan velocidad al agua. Después de cruzar cuatro o cinco brazos con relativa facilidad nos topamos con el último, más profundo y ancho. El agua baja con fuerza y nos cubre hasta medio muslo, frena nuestro avance y nos arrastra ligeramente, pero finalmente lo conseguimos. Estamos en la otra orilla. Avanzamos por una pendiente hasta una amplia explanada que conduce hasta el temido Aichilik. La unión de ambos ríos está cubierta por una enorme masa de hielo denominada aufeis, de cuya base surgen brazos de ambos ríos. Primero nos acercamos al Aichilik, pero parece imposible. Demasiado ancho, demasiado rápido, demasiado profundo. De repente se nos ocurre que quizá podríamos cruzar por encima del hielo. Estudiamos la zona y parece que es posible avanzar sobre el aufeis, ya que tiene un grosor de hasta dos metros. La sensación es como si camináramos sobre un enorme iceberg. El hielo es firme y no patina. Las altas temperaturas de los últimos días crean incluso pequeños canales de agua y lagunas sobre la capa de hielo. Avanzamos con cautela. Al cabo de un rato encontramos huellas de caribú, cientos de huellas. Sin darnos cuenta llegamos al final del hielo y pisamos sobre tierra firme. Pero todavía hay que cruzar los brazos del Aichilik. Parece que la cosa va a ser seria. Nos quitamos los pantalones y nos calzamos las zapatillas para cruzar ríos. 

El agua está helada, entre 1 y 3 grados centígrados. Tato entra en la segunda sección. Los primeros metros son relativamente sencillos, pero de repente se hunde hasta medio muslo. La corriente es demasiado rápida. Regresa sobre sus pasos. Estudiamos de nuevo la situación, avanzando hacia arriba y hacia abajo por los brazos del río. Finalmente parece que damos con una posible ruta. Cruzamos un brazo, luego otro, pero el siguiente es más ancho y caudaloso de lo deseable. Pero decidimos intentarlo, asumiendo los riesgos que implica. Cuesta mucho avanzar contracorriente, pero además tenemos que sortear trozos de hielo, lo cual no siempre es posible. El agua nos cubre hasta la cadera y avanzar es prácticamente imposible, pero dar la vuelta también. Tato llega a la otra orilla, se da la vuelta y alarga la mano. La agarro, saco un pie del agua, luego el otro. Me falta una zapatilla y tengo una pierna con varios golpes producidos por el impacto de trozos de hielo. Las piernas enrojecidas, no siento los pies. Todavía nos quedan dos brazos del Aichilik. Decido cruzar con las botas para mejorar la seguridad, aunque está claro que el resto del día tendré que caminar con los pies mojados. Abro camino. El primer brazo es corto y somero, el último algo más complicado. Por fin estamos en la otra orilla. ¡Hemos cruzado el Aichilik!

Lo celebramos sorbiendo el último puré de frutas que nos queda mientras comienzan a caer una tímidas gotas de lluvia. Seguimos avanzando río abajo por la orilla izquierda hasta que encontramos un lugar aceptable para acampar, antes de que empiece a llover de verdad.

 Descansamos escuchando las salvajes aguas del Aichilik, el río que nos acompañará a partir de ahora hasta el final de esta aventura por uno de los lugares más prístinos de la Tierra.

13: Pasados por agua

Nos levantamos pronto bajo un sol tímido que trata de abrirse paso entre las nubes. Desmontamos el campamento y empezamos a caminar. Avanzamos con facilidad, sobre un terreno llano, por un camino marcado por la ancestral migración de los caribús. Seguimos en zona de osos grizzli y lobos, pero solo vemos sus rastros, como el cadáver de un zorro ártico con el pelaje de invierno, del que únicamente queda la piel y la cabeza.

Cruzamos por dos zonas de aufeis, aunque no pasamos por encima porque parecen más precarias. De tanto en tanto un enorme trozo de hielo se desprende sobre el río, emitiendo un sonido intenso y seco. Cuando ya llevamos unos 5 km comienza a llover, pero decidimos continuar. La lluvia se intensifica, así que al cabo de un rato cambiamos de idea y plantamos el campamento sobre las 16 h. Hoy hemos caminado unos 9 km. Pasamos toda la tarde dentro de la tienda, empalmando una lluvia con la siguiente. Disfrutamos del canto de los pájaros, a quienes la lluvia no les importa lo más mínimo. También aprovechamos para leer un poco. La ropa está empapada. Esperamos que mañana salga el sol y la seque antes de empezar a caminar.

14: Bajo el agua

A primera hora de la mañana, la ropa que dejamos “tendida” sobre unas rocas sigue mojada. Por suerte sale el sol el tiempo justo para secarla.

Llueve durante todo el recorrido, de cara, llenando mis gafas de pequeñas gotas, obligándome a fijar la mirada en el suelo. Cruzamos tres ríos, el último sin quitarnos las botas porque ya tenemos los pies mojados. A pocos kilómetros de nuestro objetivo nos vemos obligados a plantar el campamento para recuperarnos. Ojalá mañana la meteorología sea algo más benigna. Nos alegramos con la visita de varios grupos de caribús y dos perdices nivales. Estamos en una zona poblada por lobos y carneros de Dall. ¡A ver si mañana tenemos suerte!

15: En la boca del lobo

El cielo amanece nublado, demasiado para nuestro gusto. Todo indica que hoy nos mojaremos de nuevo. Desmontamos el campamento y avanzamos mientras caen las primeras gotas. Varios grupos de caribús nos avanzan continuamente. Parece que todos vamos en la misma dirección. Por suerte, parece que la lluvia es más suave que otros días y no nos mojamos tanto, aunque no resulta cómodo caminar durante varias horas bajo la lluvia.

En los ríos que fluyen hacia el Aichilik sigue habiendo bastante hielo, pues en realidad la época de deshielo hace poco que ha comenzado. Durante los meses de invierno, durante los cuales reina la oscuridad 24 horas al día la temperatura se desploma hasta los 50 grados negativos, congelando todo el paisaje. Los ríos son una masa compacta de hielo, que poco a poco va derritiéndose a medida que el sol empieza a iluminar el Ártico.

Después de llegar a un promontorio decidimos cruzar una zona aparentemente plana, pero que resulta ser tundra inundada salpicada por tussocks de diferentes alturas. Acabamos con los pies totalmente mojados. Cuando por fin llegamos al otro lado nos damos cuenta que ahora tenemos que cruzar un río ancho y profundo con varios brazos y aufeis. Como ya tenemos los pies mojados decidimos adentrarnos en el agua con las botas puestas, que proporcionan un nivel mucho más alto de protección y seguridad. Una vez en la otra orilla buscamos un lugar adecuado para montar el campamento. En una de las pocas zonas secas y relativamente llanas vemos restos de un carnero de Dall devorado por lobos.

Después de un delicioso chocolate caliente deja de llover y decidimos subir por la tartera que hay detrás del campamento. Desde arriba las vistas son inmejorables: podemos ver todo el paisaje que hemos recorrido hoy. De tanto en tanto aparecen numerosos grupos de caribús que cruzan el mismo río que nosotros. Parece que tampoco les resulta fácil.

Regresamos a la tienda y preparamos la cena. De repente un grupo de caribús pasa justo por delante de la tienda, a tan solo unos diez metros de nosotros. Al cabo de un rato, mientras nos relajamos y aprovechamos para leer un poco aparece un caribú solitario, que se pasea por delante de la tienda y se aleja en dirección contraria, ofreciéndonos una buena filmación. Pensamos que un caribú solo es una presa fácil para los lobos.

Al cabo de un rato, Tato me pasa una taza de chocolate caliente. Por detrás de él percibo una presencia: el lobo. Es enorme, de pelaje gris. Su aspecto recuerda al de un perro pastor, pero más corpulento y con una mirada salvaje. Tengo la cámara a mano, pulso el disparador. El corazón me late con fuerza. Se aleja, lo seguimos pero ya no lo volvemos a ver.

16: La gran migración

A las dos de la madrugada una preciosa luz cálida baña el paisaje. Me calzo las bambas y vuelvo a subir por la tartera para captar bien el paisaje. Horas más tarde comienzan a caer unas gotas de lluvia. Salgo para recoger la ropa tendida y regreso al calor del saco. Por suerte, cuando nos levantamos las nubes comienzan a disiparse y el sol surge con fuerza.

Hoy ha sido un día largo y lleno de emociones. Primero recorremos una interminable extensión de tundra sembrada de tussocks. Los numerosos grupos de caribús hacen que el itinerario resulte entretenido. Mientras descansamos sale volando inesperadamente una perdiz nival que debía estar oculta entre los tussocks. Camuflado entre unos arbustos distinguimos un oso grizzly. Lo observamos durante un rato. Parece que está descansando, se estira y se rasca sin prestarnos atención. A través del teleobjetivo me da la sensación de que tiene una herida en la cara, posiblemente consecuencia de una pelea con otro oso.

Procuramos alejarnos antes de cruzar el río, y poco a poco lo dejamos atrás. Durante más de cuatro horas caminamos por tundra inundada con los habituales tussocks. Parece ser que nos dirigimos hacia un cuello de botella: todos los caribús que nos habían adelantado están delante de nosotros, además de muchos otros procedentes de otros valles. Miles de ejemplares sobre la tundra, un acantilado a lo lejos y sobre el aufeis que cubre parte del  río Aichilik. Miles de caribús descienden por el acantilado para cruzar el río hasta la llanura del otro lado, una estampa que seguramente se parece a la gran migración de ñus en el Serengueti, pero sin nadie más que nosotros contemplándola. Las cámaras sacan humo mientras fotografiamos y filmamos este espectáculo de la naturaleza. Cuando se alejan todos los caribús nos quedamos contemplando el acantilado, sabiendo que también tendremos que bajar y progresar por continuar nuestra ruta. Mientras bajamos, un grupo de carneros de Dall nos observa desde la tartera.  La decisión de continuar por el río parece la más natural, pero poco a poco el camino se complica. El caudal del Aichilik es excesivo para seguir caminando por el agua. Decidimos retroceder y rodear este punto por una montaña. Por suerte, desde una zona elevada podemos disfrutar de unas vistas excelentes y de un pequeño grupo de carneros de Dall.

Cuando llegamos al punto más elevado el espectáculo es difícil de explicar. Miles de caribús descienden por el valle. Desde donde nos encontramos se oye el sonido que emiten y el chasquido de los tendones de sus patas mientras miles de ejemplares desciende la montaña adaptándose a la orografía del paisaje. Descendemos hasta una llanura donde plantamos el campamento. ¡Estamos reventados!

17: El final de las montañas

Nos despertamos sobre las 3 o las 4 de la madrugada y vemos un grupo de carneros de Dall en una pendiente rocosa cerca del río. La luz cálida del sol nos anima a tomar unas cuantas fotografías. De nuevo en el saco sueño que me despertaba y al salir de la tienda descubría que el río había crecido y dos brazos de agua estaban a punto de engullir la tienda. Cuando nos levantamos en el mundo real, el río sigue donde estaba y los carneros de Dall nos observan desde su atalaya de roca. Desmontamos el campamento y emprendemos nuestro camino. Primero por el río, luego sobre el hielo y finalmente por la tundra.

Afortunadamente, el primer kilómetro, o quizá los dos primeros, el terreno es bastante duro y seco, pero después nos encontramos de nuevo con la tundra inundada y los tussocks, que no abandonaremos durante el resto del día. Aprovechamos las pocas islas de tierra firme y seca para descansar, comer frutos secos y beber agua. En una de estas paradas vemos un grupo de unos 1000 caribús y una perdiz nival.

De repente tomamos conciencia de que nos encontramos ante la última montaña. Más allá el terreno se ensancha formando la llanura costera. Desde lo alto de un promontorio de piedra se puede ver el resto del camino. En 15 días hemos cruzado las montañas Romanzof y ahora nos adentramos en la llanura costera, un lugar remoto e inhóspito, de valor vital para el caribú que desde hace años diferentes gobiernos de Estados Unidos luchan por proteger o abrir a la explotación de hidrocarburos.

Tras unos cuantos pasos somos conscientes de que ahora sabremos lo que es la tundra inundada. Antes de que el terreno se complique decidimos acampar al lado de un meandro del Aichilik. Mientras montamos la tienda escuchamos un sonido intenso y característico: una pareja de aves rapaces sobrevuelan la zona. Aprovechamos los últimos rayos de sol para lavarnos en el río y limpiar el barro de las piernas. Luego el cielo se cubre de nubes y preparamos nuestro chocolate caliente de rigor, con un solo pensamiento en la cabeza, que mañana no llueva.

18: 20.000 leguas de viaje sobre tussocks

Finalmente, no ha llovido esta noche. Una suerte porque hoy tenemos que recorrer unos cuantos kilómetros por la tundra inundada sembrada de tussocks. No quiero ni pensar como sería hacer este recorrido lloviendo o justo después de una intensa lluvia. Cruzamos el último río de este viaje. Vemos un águila impresionante, de gran envergadura, oscura y con la cola blanca. Desgraciadamente se asusta y solo la podemos ver volando alejándose de nosotros.

Más adelante encontramos una perdiz nival que tolera muy bien nuestra presencia. Seguimos caminando con el agua hasta las rodillas. No se puede decir que sea agradable, pero sin duda es considerablemente mejor que sortear tussocks. Al cabo de un rato llegamos a terreno sólido, junto a la ribera del Aichilik, por donde avanzamos unos kilómetros hasta que encontramos un buen lugar donde plantar el campamento. Ya quedan pocos caribús, parece que comienzan el camino de regreso. Hoy hacemos una fogata y cenamos al aire libre, con las montañas de la cordillera de Brooks a nuestra espalda.

19: La última cena

Nos levantamos bajo un cielo relativamente cubierto, pero no parece que anuncie lluvia. A ratos las nubes cubren el sol, a ratos el cielo se abre dejando que el sol incremente varios grados la temperatura. Cuando se calma la brisa aparecen los omnipresentes mosquitos.

El recorrido es monótono. 9 km nos separan del final del camino. Pro suerte, este último día la orografía del terreno está de nuestra parte. Nada de tussocks ni de tundra inundada. Un camino llano, recto, sin fin. Vemos algunos caribús, una perdiz nival, el esqueleto de un zorro rojo y un par de aves pequeñas. De madrugada, a lo lejos, se escucha un grupo de 15 o 20 perdices.

Por la mañana emprendemos el camino hasta el punto acordado con Kirk, nuestro piloto, que pasará a recogernos en algún momento de la mañana. Bajo la lluvia preparamos la última cena del trekking. Han pasado 17 días desde que comenzamos a caminar. Ahora nos encontramos en el área 1002, donde se especula con la posibilidad de perforar la tundra para extraer petróleo. Las intrigas políticas que abrirán o no las entrañas de este lugar prístino e inhóspito pasan desapercibidas para los miles de caribús que nacen aquí cada año, para los depredadores y en definitiva para todos los animales cuya existencia depende de que estas rutas ancestrales se mantengan intactas. 

20: Kaktovik

Ha estado lloviendo toda la noche. Nos despertamos a las 6:30 h y parece que el cielo se calma. Miramos el cielo y decidimos esperar hasta las 8 h. Preparamos el desayuno, y cuando mojamos la segunda galleta en el café con leche de avena oímos el rumor inconfundible de la avioneta. ¡Kirk ya está aquí! La silueta del Bush plane se dibuja sobre la cordillera Brooks. En cuestión de segundos sobrevuela nuestro campamento y aterriza a unos 800 metros de distancia. Rápidamente nos tragamos las galletas y el café, desmontamos la tienda y emprendemos los últimos 800 metros del viaje a trote ligero. Nos preocupa que esté enfadado, pues tardamos un buen rato en llegar hasta la avioneta, pero nos recibe con el buen humor que le caracteriza. Aquí el ritmo de vida es diferente. Para Kirk no existen los relojes. Nuestra hora de encuentro era “por la mañana”, solo que no pensábamos que madrugara tanto, ya que son unas dos horas de vuelo desde Fort Yukon. Además, nos había preparado una sorpresa: vamos a Kaktovik, donde ya nos ha reservado el vuelo de regreso a Fairbanks, en caso de que los habitantes de esta aldea no nos permitan entrar a causa de la COVID-19. Nuestra intención original era pasar dos noches en Kaktovik, pero parece que la comunidad había prohibido el turismo a causa de la pandemia.

El Cessna de Kirk despega con una facilidad increíble y pone rumbo al norte. Los tussocks se empiezan a ver cada vez más pequeños, hasta que forman patrones más o menos hexagonales conocidos como estructuras poligonales (ice-wedge poligons), que se forman cuando el agua penetra por las fisuras del suelo, se expande cuando se congela y quiebra el terreno a largo de decenas, centenares y miles de años.

Kirk continúa hacia el norte en lugar de girar hacia el oeste, y entonces nos dice que ha decidido desviarse hacia el mar de Beaufort, en el océano Glacial Ártico para que podamos ver los últimos paisajes del ANWR.

El mar de Beaufort todavía está congelado, aunque el hielo comienza a fragmentarse. Los osos polares seguirán la banquisa hacia el norte en busca de focas, su principal fuente de alimento. Una estrecha franja de grava y arena negra separa el mar de Beaufort del océano Ártico, también congelado. Kirk nos explica que la primavera se ha retrasado y por eso hay tanto hielo. No obstante cuando el viento sople hacia el norte el hielo puede desaparecer en un día.

Sobrevolamos el océano. Kirk inclina su Cessna para que podamos ver el mar perpendicularmente por la ventanilla. Entonces hace unas maniobras extrañas sobre la franja de grava y arena. Parece que quiere aterrizar. Pero aparentemente no es posible porque hay muchos troncos de deriva, pero Kirk es un excelente piloto y aterriza aprovechando una zona diminuta libre de troncos.

Gracias a Kirk podemos ver y caminar por el hielo que cubre el mar de Beaufort, respirar el aire puro y fresco y dejar que un puñado de nieve se disuelva en la boca. Es agua dulce. En pocos minutos volvemos a despegar en dirección a Kaktovik, disfrutando de unas vistas excepcionales.

Una vez en Kaktovik nos despedimos de Kirk y nos quedamos en el aeropuerto, ya que como imaginábamos la comunidad no quiere extranjeros en el pueblo. Nos lo dice Ken Paul, un simpático policía  que trabaja en este pueblo. Nos comenta que ni a él le permiten trabajar en interiores cuando hay varias personas reunidas. De todas formas los habitantes de Kaktovik vuelan a Fairbanks sin reparos. Así que todo esto de las restricciones para evitar contagiarse de la COVID-19 no tiene ningún sentido.

Pasamos las dos horas y media restantes charlando con Ken, que aunque es policía de profesión tiene la carrera de biólogo. Hablamos cómodamente sobre el problema del petróleo y las posibles consecuencias negativas sobre la frágil naturaleza del ANWR. También sobre los habitantes de Kaktovik y sus curiosas costumbres. Sin darnos cuenta llega la hora de nuestro vuelo. Durante 2 horas y 40 minutos sobrevolamos la cordillera Brooks, recordando los momentos vividos durante los pasados 18 días de viaje por estas tierras prístinas de gran valor ecológico.

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Marta Bretó

Fotógrafa de naturaleza y guía de montaña y de viajes, disfruta recorriendo los paisajes más variados y las noches más estrelladas con la intención de captar los aspectos salvajes y bellos que la naturaleza ofrece a través de sus imágenes.

Amante incondicional de la naturaleza y la fotografía, hace de su pasión su forma de vida, además de utilizar su trabajo para motivar la conservación y el respeto de la vida salvaje.

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