Tato y yo tenemos un vínculo especial con el Parque Nacional de Sarek. Hemos vivido algunas de las aventuras más maravillosas e intensas entre su tundra y su taiga. Es por ello que nos hace mucha ilusión poder contar con este viaje fotográfico entre nuestra oferta de viajes para fotógrafos realmente aventureros. Y creemos que esta aventura ha logrado cumplir las expectativas. ¡Hemos tenido de todo!
Los primeros días descubrimos, a través de un “mix” de aventura y relax la zona del lago Saggat, situado pocos kilómetros por debajo de Sarek. En sus bosques recolectamos, fotografiamos y devoramos frutos como el arándano azul, el arándano rojo o la baya de cuervo. Los arbustos de los que crecen estos frutos cubren el suelo del bosque cual tapiz verde y rojo, y de tanto en tanto algún árbol retorcido o alguna roca repleta de coloridos líquenes y musgos desvía nuestra atención.
Los recorridos por el bosque también nos permiten descubrir los rastros de algunos esquivos animales, como el alce o la perdiz nival. Sin embargo, nuestras tarjetas de memoria terminan por llenarse más bien de minúsculas formaciones verdes, de aquellas que solo se disfrutan bien con un buen objetivo macro.
Los reflejos también son uno de los muchísimos elementos que disfrutamos fotografiando, y no solamente de día sino también de noche, con la esporádica aparición de alguna aurora boreal.
Pero el lago no sólo nos sirve como elemento a fotografiar. Algunos aventureros se atreven a bañarse en sus aguas y surcarlas con la ayuda de un bote a remos para acceder al secreto más bien guardado del lugar: una sauna flotante.
Sin embargo, la segunda parte del viaje fue donde realmente dio comienzo la gran aventura. Todo comenzó con un vuelo en helicóptero que nos trasladaría, en dos grupos, hacia el punto de inicio de nuestra ruta por Sarek. El vertiginoso vuelo nos dio la oportunidad de fotografiar a vista de pájaro algunos de los paisajes más impresionantes de toda Escandinavia. Por debajo de nosotros el otoño vestía de gala el bosque para nuestra llegada.
Una vez en tierra firme todo era perfecto, todo en su lugar y con la mejor luz imaginable. Las cimas del Skierfe y el Námmaj sobresalían por encima de un bosque cuyos árboles estaban tan amarillos que parecían emitir luz propia. Las nubes amenazadoras avisaban de un cambio de tiempo. Pero esto no nos importaba demasiado, pues estas mismas nubes nos ofrecían un telón de fondo incomparable que aprovechamos a más no poder.
Al día siguiente las nubes bajarían hasta cubrir por completo el paisaje. Nosotros continuamos sin visibilidad, caminando entre las nubes como figuras fantasmagóricas que avanzan por la más blanca inmensidad. Los primeros metros por el bosque la niebla otorgaba al paisaje una atmósfera muy especial. Conforme ganamos altura, sin embargo, tuvimos que conformarnos con pequeños detalles en líquenes y rocas.
Montamos el campamento a pocos metros de la cima del Skierfe con la esperanza de que el tiempo mejorara en algún momento. Sin embargo, al poco de acampar llegó la lluvia. Una lluvia que nos confinó en el interior de las tiendas de campaña y que nos haría de banda sonora durante la noche.
Desgraciadamente la meteorología parecía no estar de nuestra parte, de modo que al ver que al día siguiente seguía lloviendo y sin intención de detenerse decidimos adaptar la ruta y bajar de altura para salir de la nube. Por suerte esta fue una gran decisión, ya que en zonas más bajas la visibilidad nos permitió gozar de las vistas del delta del Rapadalen (el valle del río Rapa).
Una vez cobijados de nuevo aprovechamos para calentarnos y secar la ropa, sin olvidarnos de celebrar la toma de decisiones con unas cervezas frescas. A la mañana siguiente exploramos más a fondo la zona, buscando senderos a través del bosque, ahora bastante afectados por las lluvias. Los charcos en la tundra no son para tomarlos a broma, de modo que no pudimos ir demasiado lejos. Sin embargo, la lluvia también afectó positivamente al bosque, aportando unos colores más vivos y algunos detalles interesantes, como por ejemplo gotas de agua sobre la vegetación.
Nuestro regreso en helicóptero fue, si es posible, más épico que el vuelo anterior. Los colores del otoño se encontraban ahora en su punto álgido y el cielo amenazador completaba la panorámica. Bosques de pícea y abedul bailaban bajo nuestros pies, salpicados de lagos y serpenteantes ríos hasta finalizar el recorrido.
Nuestra prematura marcha de Sarek nos permitió realizar varias actividades fuera de programa, como por ejemplo visitar el pueblo de Jokkmokk, donde nos centramos en fotografiar al arrendajo siberiano. También visitamos Ájtte, el museo sueco de montaña y del pueblo sami, el principal archivo de la cultura sami de Suecia. Esta visita fue especialmente interesante por el momento político que vive Suecia, que deja bastante al margen al pueblo Sami.
Finalmente, y antes de terminar nuestro viaje visitamos, también fuera de programa, la zona de Storforsen, en el río Pite. Con un caudal medio de 187 m³/s, los rápidos son uno de los más voluminosos de Europa. Fue sin lugar a dudas una guinda final a un viaje espectacular, en el que sin duda lo mejor de todo fue el maravilloso grupo de viajeros con los que pudimos crear esta experiencia que nos acompañará siempre.
Gracias por formar parte de la historia de INDOMITUS: Carme, Cisco, Elena, Frederic, Rosa y Valentí. ¡Sin vosotros esto no habría sido posible! También queremos agradecer la participación de Mirja y Cristian, nuestros guías locales (Laponia Adventures). Esperamos poder organizar de nuevo con ellos este viaje para 2023.
Y tú, si, tú, si estás leyendo esto y no entiendes por qué no te apuntaste a este maravilloso viaje, te invitamos a consultar nuestras próximas aventuras fotográficas AQUÍ.
2 comentarios en “Crónica del viaje fotográfico a Laponia 2022”
Un viaje espectacular, fotográfico, aventurero, cultural, didáctico……
Viajar con Marta y Tato es garantía de éxito
Muchas gracias por tu comentario Francesc! Ha sido un placer tremendo compartir este viaje con aventureros como vosotros 🙂