Los fotógrafos de naturaleza somos egoístas. Vemos la belleza en las flores, los atardeceres y en la mirada fugaz de un corzo. Queremos capturar esta belleza y poseerla para siempre, pero a su vez sentimos la necesidad de mostrarla al mundo para compartir lo que ese bello instante nos ha transmitido. Aun así, a todos los fotógrafos nos une la sensación de tener una función más allá de la mera captura de imágenes. Sentimos que debemos colaborar, sumar con nuestro trabajo por un bien común. Somos amantes, artistas y protectores de la naturaleza.
Durante los años que llevo disfrutando de la fotografía de naturaleza he tenido el placer y la oportunidad de compartir conversaciones con otros profesionales y aficionados. Ello me ha permitido fijarme en una curiosa diferencia en nuestra manera de vivir, entender y disfrutar de nuestra afición y/o profesión.
La manera de preparar las sesiones y el material que utilizamos, y nuestra forma de organizar y afrontar los proyectos fotográficos dicen mucho sobre el tipo de fotógrafos que somos.
Personalmente creo que podríamos clasificar a los fotógrafos de naturaleza en dos grupos: yo los llamo “cazadores” y “exploradores”.
Los cazadores
Son perfeccionistas y les gusta planificar todos los aspectos de su trabajo. Tienen unos objetivos fotográficos claros a la hora de realizar una sesión de fotografía en el campo. Llevan siempre encima los mejores equipos y el móvil lleno de aplicaciones que les ayudan a prever la lluvia, las nubes, la posición de la Vía Láctea y muchas cosas más.
Los cazadores acechan sus fotos. Son capaces de quedarse todo el día sentados en el mismo lugar esperando a que llegue esa luz tan deseada o el animal que ansían retratar. Incluso pueden invertir varios días en lograr la toma perfecta. Como resultado llegan a crear verdaderas obras de arte, y eso se nota por los premios que acumulan en los concursos fotográficos.
Amanecer en el lago Gentau, Pirineo francés. Fotografía tomada tras obserbar los cambios de luz durante tres días.
Un ejemplo claro dentro de este grupo es la búsqueda del paisaje perfecto. El cazador espera impasible junto a la cascada. La retratará con un maravilloso efecto seda, manteniendo un manto de lirios amarillos perfectamente enfocado en primer plano, mientras las últimas luces del día tiñen de naranja y posteriormente de magenta las nubes y la cima de una afilada montaña que preside la escena.
Otro ejemplo lo encontramos en la fotografía de fauna desde escondite o hide, o incluso mediante la técnica de fototrampeo. Este tipo de fotografía permite retratar a los animales sin ser vistos, lo cual facilita una extraordinaria aproximación a la acción que se desarrolla. En la mayoría de casos podemos obtener fotografías que serían totalmente imposibles de captar de otro modo.
Pigargo europeo fotografiado desde el interior de un hide en Polonia
Desgraciadamente, con el paso del tiempo he podido observar que a menudo los cazadores sufren de un mal generalizado. Y es que la parte negativa de este grupo es que tienden a la obsesión por la búsqueda de la imagen perfecta. Como cazadores debemos tener cuidado, ya que en ocasiones la obsesión por la presa puede nublar el propósito de lo que realmente nos inició en esta disciplina: el disfrute de la naturaleza.
Otro patrón negativo bastante común es abandonar la sesión si las expectativas no se cumplen. He tomado algunas de mis mejores imágenes durante sesiones en las que esperaba hacer otra cosa completamente diferente. Hay que recordar que independientemente de la preparación, el método y las aplicaciones que tengamos, la naturaleza es salvaje y, por lo tanto, nunca la podemos controlar del todo. Esa es precisamente la belleza de nuestra disciplina.
Los exploradores
Por otro lado están los exploradores, mucho más escasos pero no por ello menos interesantes. El explorador busca en la naturaleza el descubrimiento, caminar y explorar, permitiendo que los paisajes, la meteorología y la fauna salvaje vayan modificando el lienzo que inmortaliza con su cámara.
Esta manera de entender la fotografía de naturaleza permite muy poco control y previsión sobre los resultados, ya que exige trabajar “sobre la marcha”. Es por ello que el explorador debe estar atento en todo momento. Sus ojos han de analizar constantemente el paisaje y las situaciones para ser capaz de anticiparse a la acción.
Fotografía tomada durante un pequeño momento de luz en medio de una violenta tormenta con vientos de más de 100 km/h
En la mayoría de los lugares por los que los exploradores se mueven no hay cobertura telefónica ni electricidad, por lo que las aplicaciones móviles dejan de tener sentido. Se hace también necesario saber de orientación, meteorología y supervivencia.
Yo me encuentro en el segundo grupo. Lo disfruto porque me ofrece lo que busco: disfrutar de la naturaleza a través de la fotografía. En ocasiones, ser explorador te ofrece la oportunidad de sentirte parte de la naturaleza y no un mero observador.
Hace ya unos años que practico la fotografía de naturaleza de forma profesional, combinando mi formación universitaria como fotógrafa con mi formación de guía de montaña. Esto me ha permitido vivir y fotografiar lugares mágicos e instantes inolvidables.
Los destinos poco turísticos, los caminos olvidados, los bosques espesos, las altas montañas y los páramos desolados son mi sueño. Amo perderme por paisajes remotos, aquellos de los que no podemos encontrar referencias visuales y de los que la información disponible es escasa o nula. Con la ayuda de mi gran mochila y todo lo esencial para pasar el máximo de días en autosuficiencia me gusta recorrer el paisaje y dejarme sorprender.
Como cabe imaginar, el explorador no suele coleccionar imágenes perfectas como hace el cazador. Puede que atesore unas pocas, pero por lo general debe adaptarse al paisaje, la luz y la meteorología que el azar ha preparado para el momento de nuestra fotografía.
A veces la naturaleza tiene preparadas algunas sorpresas. En esta ocasión, tras una fuerte lluvia salió el Sol, coincidiendo el paso de una manada de renos con la aparición de un colorido arcoiris
Un ejemplo de exploración lo encontramos en los viajes de trekking y aventura. Son viajes que a veces pueden ser duros e implican cierto riesgo, pero debo decir que algunas de mis mejores experiencias en la naturaleza las he vivido durante este tipo de viajes.
Uno de los lugares más salvajes que he visitado es Sarek, en la Laponia sueca. Dos semanas recorriendo macizos montañosos, glaciares y ríos caudalosos para descubrir sin lugar a dudas el significado de la palabra aislamiento.
En Sarek no existen asentamientos humanos ni refugios. Ni siquiera hay caminos, sólo los erráticos senderos que traza la fauna. Aquí las vistas no se ven perturbadas por lo artificial. La civilización es sólo un recuerdo lejano. Sarek es una isla de naturaleza virgen cuajada de afiladas montañas, glaciares, lagos y ríos. Un espacio sin domesticar, bello y potencialmente peligroso.
Durante las noches en Sarek la temperatura bajaba de cero, pero recuperábamos el calor gracias a la intensa actividad nocturna siempre que las auroras boreales hacían aparición
Más recientemente tuve de la oportunidad de viajar a una zona remota de Pakistán. Fue un viaje muy especial, pues fuimos la tercera y la cuarta personas en pisar algunas de aquellas montañas.
Junto a mi compañero de aventuras Tato Rosés exploramos durante dos semanas los glaciares Kuk-e-Yaz y Yishkuk, que fluyen hacia el aislado valle de Chapursan, un área de acceso restringido en la región Hunza-Nagar, dentro de la provincia Gilgit-Baltistán. De estas montañas no existen mapas fiables, por lo que es indispensable contar con la ayuda de agricultores, pastores y mineros, que en parte han reconvertido sus profesiones tradicionales para convertirse en guías de montaña.
Fotografías tomadas en el glaciar de Kuk-e-Yaz, Pakistán
Sin embargo, mis mejores experiencias las he vivido recorriendo tierras deshabitadas en los fiordos del oeste de Islandia. Tanto es así que he realizado varios viajes de exploración en esta zona, el último de ellos en solitario y con mi récord de peso en la mochila: nada menos que 27 kilos. Aun así el esfuerzo que conllevan estos viajes por Islandia queda recompensado con creces por la fortuna de descubrir impresionantes acantilados repletos de aves marinas y convivir con el escurridizo zorro ártico
Cachorros de zorro ártico, variedad azul y blanco, en su pelaje estival
Aquello que nos une
Quizás puede parecer que este escrito incita a una separación, a un choque de ideas, pero en realidad, nos encontremos en un grupo o en otro hay algo que une a todos los fotógrafos de naturaleza, y es que antes que cazadores o exploradores somos protectores.
Ya seamos fotógrafos especializados en fauna, la noche, los motivos abstractos, el paisaje, el mundo diminuto, la denuncia ecológica, etc., todos tenemos el mismo sentimiento y el mismo deber. Lo más importante en la fotografía de naturaleza es la naturaleza.
Somos parte de ella, debemos cuidarla y lograr que nuestro trabajo tenga un sentido y una repercusión positiva. Nuestras imágenes pueden contar historias, pueden emocionar y pueden concienciar, pero también nuestros actos y nuestra manera de fotografiar pueden dar ejemplo. Seamos cazadores o exploradores, ante todo somos protectores de la naturaleza.
Liberando un arao recuperado tras quedar exhausto durante una fuerte tormenta