Si echamos la vista atrás, pongamos 20 años, nos daremos cuenta de que las montañas del Pirineo han cambiado bastante. Geológicamente no, pues es un tiempo ínfimo para que el movimiento de las placas tectónicas y la erosión provoquen cambios perceptibles. Resulta evidente que se ha reducido la extensión de los glaciares por culpa del calentamiento, pero no me refiero a este cambio. Voy a hablar de las transformaciones provocadas por nosotros a un nivel menos global: construcción de pistas y carreteras, carteles, refugios tipo hotel, regulaciones y prohibiciones.
Dos refugios libres, pequeños y sin ningún lujo que respetan el medio ambiente y apenas causan un incremento de visitantes a la montaña.
Desde que tenía 17 años recorro a pie las montañas del Pirineo. Mis inicios en el montañismo fueron poco ortodoxos. Extendía un mapa de Alpina sobre la mesa y buscaba lugares apartados de los núcleos urbanos, sin refugios ni pistas anchas, y preferiblemente lejos de las cumbres más famosas. Me fijaba en que hubiese un ibón o un río y en que el terreno me permitiera hacer una ruta circular de varios días.
Mi equipo era precario y mis conocimientos limitados. Excepto en invierno, siempre calzaba bambas, pues consideraba que las botas no eran necesarias para caminar por la montaña. Cuando llovía me protegía con una capelina, impermeable pero no transpirable, de modo que al cabo de un rato la humedad me calaba hasta los huesos. Si había nieve usaba bolsas de basura a modo de polainas. Llevaba un saco de dormir de tipo playero y solía dormir en tienda de campaña.
Izquierda: Yo sentado frente al ibón Cap de Llauset, antes de la construcción del refugio. Entonces era una de las zonas menos visitadas del Pirineo, pues queda lejos de las grandes cumbres de 3000 metros.
Derecha: El refugio Cap de Llauset se construyó para facilitar la ruta a pie que cruza los Pirineos de costa a costa. Desde su construcción la afluencia de personas a esta zona se ha multiplicado decenas de veces. El impacto visual y de masificación se puede comprobar en el siguiente artículo.
Avioneta Cesna F182Q Skylane estrellada en el ibón Cap de Llauset sobre 1996 (la fecha exacta se desconoce). Los dos ocupantes franceses fallecieron en el accidente. La fotografía la hice en 1999.
Recuerdo muy bien mi primera excursión. Con mi amigo Agustí, en cuatro días queríamos ir desde Boï hasta Espot pasando por Aigües Tortes y luego, de regreso, desviarnos un poco para subir el Aneto. Nuestra idea era llevar poca comida porque pensábamos pescar en Aigües Tortes y recoger frutos silvestres, como habíamos leído en un libro sobre supervivencia. Pero no pudimos pescar y no encontramos ningún fruto, por lo que pasamos bastante hambre. La montaña nos puso en nuestro sitio sin miramientos.
Aigües Tortes me decepcionó mucho. Había oído hablar maravillas de ese lugar, así que me lo imaginaba como una especie de paraíso natural. Pero de eso nada. Recuerdo que de camino, por una pista asfaltada bastante estrecha, iban y venían coches constantemente. Me parecía un contrasentido caminar con todo a cuestas cuando había una carretera por la que la gente subía cómodamente sentada en sus coches. A esa sensación no ayudaba nada la incomodidad y el peso de mi mochila. Los tubos metálicos del armazón se me clavaban en los omóplatos y en la zona lumbar. Pero no encontré el modo de mejorar las cosas.
Una vez arriba había montones de gente y una construcción horrible con forma de cúpula a la que no supe encontrar ningún sentido. El entorno era precioso, pero el conjunto muy decepcionante, así que seguimos caminando en busca de lugares más solitarios.
Al anochecer, en medio del bosque, construimos una especie de cabaña con ramas y un plástico que ofrecía una protección bastante deficiente de la lluvia y del frío. Fue una noche dura e incómoda. Al día siguiente llegamos a Espot, y como teníamos tanta hambre nos quedamos en un hostal. Durante la cena acordamos de común acuerdo regresar a Boí sin desviarnos para subir el Aneto. Habíamos cometido unos cuantos errores, pero la experiencia valió la pena, tanto que pasados casi 40 años años todavía me acuerdo de lo principal.
Campamentos en plena naturaleza que no dejan ni rastro de nuestra presencia. La normativa actual favorece el uso de refugios guardados en detrimento de la acampada, una actividad prohibida en muchas zonas cuando hay un refugio cerca.
Poco a poco, a costa de sufrir los rigores de la montaña, fui modernizando el equipo. Con mis primeros crampones pude por fin subir cumbres heladas con seguridad; antes usaba un pico pequeño para tallar escalones. El abandono de las camisetas de algodón y la adquisición de prendas de Gore-Tex me permitieron estar seco aunque lloviera o nevara.
Tienda de campaña de gama alta, saco de dormir de plumón, esterilla hinchable, altímetro, GPS.., todas estas cosas, adquiridas a lo largo de los años, hicieron más seguras y cómodas mis excursiones por el Pirineo, aunque redujeron un poco la sensación de aventura.
Pero lo que no ha cambiado es mi modo de entender la montaña y la naturaleza. Siempre me ha gustado contemplar cielos estrellados y paisajes que se pierden en la distancia sin vestigios de artificialidad. Ya quedan pocos lugares así, no solo en el Pirineo, sino en todo el mundo. Y albergo serias dudas de que sigan existiendo dentro unos años.
Izquierda: Mirando al vacío desde el pico Astazú, en el Pirineo Aragonés.
Derecha: Ascensión invernal al Monte Perdido, mucho antes de las masificaciones actuales.
En España, para preservar los espacios naturales se crearon áreas protegidas (parques nacionales, parques naturales, reservas, etc.). Las subvenciones del gobierno y de la Comunidad Europea sirven para establecer un servicio de vigilancia y gestión de las áreas naturales, financiar proyectos de investigación, etc. Pero el turismo genera mucho dinero, y si se facilitan los accesos y se mejoran las infraestructuras los pueblos vecinos se enriquecen, aumenta la popularidad de la zona y con ella la cuantía de las subvenciones. El resultado de esta política es bueno para el turismo, pero nefasto para la naturaleza.
La protección de la naturaleza no requiere mucho dinero, ni construir pistas para vehículos todo terreno, ni colocar letreros por todas partes, ni desde luego sembrar la montaña con refugios de cinco estrellas ni inmensas estaciones de esquí; los animales y las plantas no necesitan todo esto. Por el contrario, cuanto más difícil es el acceso a la montaña mejor es el nivel de protección, pues a la mayoría de las personas no les gusta aventurarse con un mapa y una brújula, y menos aún acarrear una pesada mochila llena de comida, ropa, tienda de campaña, etc. Es así de sencillo.
Tres fotografías que muestran un paisaje libre de elementos artificiales, todas ellas tomadas a lo largo de excursiones de varios días. A diferencia de las salidas de tipo sube y baja, pasar varios días y noches en la montaña requiere llevar mucho más peso, pero también permite conectar con la naturaleza de una forma mucho más intensa.
Ordesa y Aigües Tortes, por ejemplo, albergan lugares de increíble belleza, pero debido a su fácil acceso y a las amplias comodidades que ofrecen soportan cada año la presión de decenas de miles de turistas, que de una forma u otra trastocan el equilibrio natural de los ecosistemas. Poco a poco, a medida que pasan los años, las montañas prístinas de antaño se están convirtiendo en montañas humanizadas, cómodas, adaptadas a nuestras necesidades en detrimento de las de la vida salvaje.
Resulta paradójico que existan normas estrictas que prohíben acampar en la mayor parte del Pirineo y que al mismo tiempo se dé rienda suelta a la construcción de enormes refugios-hotel que incentivan la circulación de miles de personas por un entorno que no está preparado para ello. Esta red de refugios de gama alta ha popularizado todavía más la ascensión a los grandes picos y las rutas pirenaicas, como Carros de Foc, la Alta Ruta de los Perdidos y la Transpirenaica. Sin estos refugios muy poca gente emprendería la aventura de recorrer la montaña durante semanas con una mochila de más de 20 kg. Sin duda, el Pirineo estaría más vacío y sería más salvaje, pero daría menos dinero. Un ejemplo de la masificación de algunas zonas del Pirineo se puede ver en este artículo.
En la misma línea que defiende la asociación Mountain Wilderness, me gusta practicar un montañismo ético, no invasivo y respetuoso con el entorno.
Es posible que en el futuro la gente vuelva la vista atrás, gracias a fotografías y vídeos antiguos, y se pregunte por qué hicimos lo que hicimos, por qué destruimos un entorno natural único y diverso. También es posible que nos demos cuenta antes e invirtamos el proceso de humanización de la naturaleza. Pero honestamente, creo que esto último no sucederá. Hace bastantes años leí una frase que hoy tiene más vigencia que nunca:
“A todo el mundo le gusta ir a la naturaleza, solo que no a pie”.
¿Y tú qué opinas? ¿El Pirineo debería ser un lugar prístino o adaptado a las necesidades del ser humano?
Anímate y deja un comentario (en el recuadro de más abajo). Tu opinión también es importante.
¡¡Muchas gracias por leer hasta el final!!
2 comentarios en “Pirineos: negocio o protección”
Totalmente de acuerdo con el montañismo no invasivo y el respeto al paisaje. Yo también he ido a la montaña no hace 20 sinó 40 años ya. He subido al Aneto con chirucas y en pantalon corto (sin crampones, ni piolet, ni nada de lo que llevamos ahora pasando por el glaciar…en plan dominguero inconsciente total), he hecho fuego para la noche y he acampado con una canadiense y un mapa de la alpina y no he dejado absolutamente nada tras mi paso, ni he provocado ningún incendio. Es una pena que por la irresponsabilidad de unos cuantos se hayan impuesto estos cambios que afectan permanentemente al paisaje, provocan masificación y pisotean la libertad de todos los que quieren saborear la auténtica montaña.
Creo que sería ideal que se hiciera un esfuerzo por mentenerlo pristino, pero soy muy escéptico. El poder del dinero y la codicia pesan demasiado. Todo se ha democratizado mucho, lo que es muy bueno para muchas cosas, pero tiene daños colaterales, ya que cuaquiera puede ir con bastantes comodidades a cualquier lugar. Todos nos creemos con derecho a todo, pero no pensamos en nuestras obligaciones y las consecuencias de nuestros actos.