Expedición zorro ártico: verano 2020
Marta Bretó
- Fechas de la expedición: Julio de 2020
- Duración:10 días
- Integrantes: Marta Bretó, Joan Buixareu, Fina Martin, Ceci Targa i Carme Farras (viaje guiado)
- Texto y fotos: Marta Bretó
Nos ha costado. Hemos soñado. Hemos luchado. Hemos sufrido. Y lo hemos conseguido.
La expedición zorro ártico es y será sin duda, el viaje fotográfico más difícil de organizar de entre todos los que guío. Tanto en su edición invernal como la de verano, presentan particularidades de transporte y meteorología que pueden cambiar durante el desarrollo del viaje y hacer que nuestras posibilidades fotográficas y el día a día del viaje se modifiquen. Si a todo esto le sumamos una pandemia mundial como el coronavirus, podemos tener un porcentaje de fracaso muy elevado. Sin embargo, a finales de julio regresábamos de una de las aventuras más memorables del año, que recordaremos mucho tiempo, a la par que las ganas de repetir empiezan a avivarse.
Gracias Fina, Joan, Ceci y Carme por vuestra confianza y por compartir estos días tan especiales conmigo.
La llegada
Llegamos al aeropuerto de Reykjavík suficientemente tarde como para que incluso con el sol de medianoche se notara algo de oscuridad. Tras pasar debidamente por un test PCR para detectar posibles positivos de covid19 en el avión nos dirigimos a nuestro hotel, situado justo enfrente de la iglesia de Reykjavík.
El panorama era desolador. No había nadie en el hotel puesto que éramos los únicos huéspedes y en general, se notaba la bajada del turismo en el inexistente movimiento en las calles.
Poco antes de nuestra llegada a los lejanos fiordos del oeste recibimos el aviso de que ninguno de nosotros contraía el virus y que por lo tanto, podíamos gozar de un viaje tranquilo.
Nos quedaba un día entero antes de que el barco nos llevara hacia nuestro destino final, de modo que aprovechamos el tiempo fotografiando algunas aves de la zona y visitando el centro del zorro ártico, donde además de documentarnos sobre la especie pudimos contemplar como Móri, el embajador de la especie, aún no es capaz de mudar la totalidad de su pelaje invernal, pues no cuenta con la misma energía y vitalidad que un zorro salvaje y libre.
Da comienzo la expedición zorro ártico
Las tres horas de barco nos pasan inicialmente muy lentas pero nuestra percepción del tiempo cambia bruscamente cuando empezamos a vislumbrar los majestuosos acantilados repletos de aves de este extremo deshabitado de Islandia
Hacia un lado hace sol pero hacia el otro, las nubes caprichosas se pegan a las cimas y laderas de las montañas, como si quisieran acariciar el paisaje.
Montamos nuestro campamento nada más llegar. Consistirá en una tienda para cada uno y una común, mucho más grande, donde secaremos nuestras ropas húmedas, descansaremos, cocinaremos y comeremos.
Después de un pequeño piscolabis decidimos aprovechar esta primera tarde con una excursión. Queremos ver a fondo uno de los acantilados que hemos observado desde el barco, de camino a la zona de desembarque.
La decisión, sin lugar a dudas, ha sido la acertada, pues pese a no haber visto ningún zorro ártico, el espectáculo paisajístico ha sido incomparable. Tras subir una ladera repleta de flores de color amarillo y púrpura por el lateral de un riachuelo y caminar por una zona sin senderos existentes hemos llegado al fin al punto de interés. Frente nuestros ojos se despliega ahora un acantilado repleto de aves (sobretodo gaviotas tridáctilas pero también algún fulmar boreal y grupos reducidos de alcas y araos). El acantilado está partido en dos por un saliente de roca alargado por el que decidimos descender.
Una vez abajo, las vistas nos deleitan con una visión de los mismos acantilados, pero esta vez a vista de pájaro, desde el mar hacia la tierra. Increíble…
El camino de regreso ha sido toda una aventura, caminando al borde del precipicio por un estrecho “sendero” que cruza los acantilados.
De regreso al campamento hemos podido ver diferentes rastros y evidencias de la presencia de zorros. Sin embargo, hoy no hemos tenido suerte con ellos.
El gran día
No hay palabras para describir lo que se ha vivido hoy. Si ayer no vimos ningún zorro, hoy nos hemos empachado a gusto. En ninguno de mis viajes anteriores he alcanzado el nivel de éxito que hemos tenido en el día de hoy, ni siquiera sumando todos los días del viaje.
Por la mañana y después de un buen desayuno nos hemos dirigido a otra zona a la busca de zorros. El de hoy era un punto bastante seguro, pues he convivido con esta familia en varias ocasiones y nunca me ha fallado.
No podía ser de otro modo. A los pocos minutos de sentarnos y ponernos cómodos sobre una colina de empetrum nigrum y arándano ha asomado la cabeza el primer cachorro. Nos ha pasado por delante y ha seguido su camino. Al poco hemos detectado varios cachorros más entre las flores. Algunos dormían, otros jugaban animadamente.
Sin embargo las sorpresas no han terminado aquí, sino que de repente, un adulto ha entrado en escena. Trae un pájaro en la boca y lo cede a los cachorros para que se alimenten.
Al cabo de un rato llega el otro adulto, con nada menos que 5 araos en la boca. Está claro que esta familia no pasa hambre. Estamos en la época del año en la que los araos dan su primer salto para aprender a volar. Algunos pollos no sobreviven y mueren ahogados en el mar. Las corrientes marinas son las que, posteriormente, se encargan de traer el cuerpo sin vida del pájaro hasta la orilla, donde los zorros se dan un festín.
Ha sido todo un festival ver la familia al completo: dos adultos de pelaje azul y siete cachorros. Cinco de ellos de pelaje azul y dos de pelaje blanco, todos ellos correteando de un lado a otro sin hacernos demasiado caso, con lo que hemos podido fotografiarlos y disfrutar de esta experiencia única.
Hemos pasado gran parte de la mañana con esta familia, pero finalmente hemos decidido dejarlos descansar de nuestras cámaras y salir a caminar. Desgraciadamente nos ha cogido la niebla y no hemos podido disfrutar demasiado de las vistas, pero aun así la excursión ha merecido la pena.
De regreso nos hemos topado con otro ejemplar adulto de pelaje azul, que nos vigilaba sacando la cabeza entre las flores púrpuras y amarillas. Después de una visita final fugaz a nuestra familia de la mañana hemos regresado al campamento, donde una suculenta cena nos espera.
¿Alguien ha pedido pato arlequín para comer?
Hoy nos despertamos con un aviso de tormenta. Todo apunta que será de las fuertes y que puede alterar nuestros planes de viaje. Si se cumplen las expectativas, puede que debamos quedarnos un día más en la península e incluso que perdamos el vuelo interno de regreso a Reykjavík.
Como los próximos tres días no pintan demasiado bien, decidimos aprovechar al máximo el día de hoy.
Antes de desayunar ya hemos hecho una primera escapada matutina. Hemos reseguido la playa en busca de indicios del paso del zorro… y los hemos encontrado. A parte de las típicas raspas de pescado y conchas vacías, hemos encontrado un gran número de pollos de arao muertos en la arena. Muchos de ellos tenían mordidas, miembros arrancados y se veían huellas de zorro por doquier. Ya sabemos de dónde sacaron la comida los zorros de ayer… Se podría decir que es un fast food perfecto para los zorros, pues les ahora la cacería.
Después de un buen desayuno hemos salido a inspeccionar una nueva zona en busca de zorros. Nos hemos topado con una nueva familia, aunque la madriguera tenía obstáculos que nos han impedido ver bien a los cachorros, ha sido todo un espectáculo ver como ambos adultos se acercaban cada media hora con un ave diferente en las fauces.
Mayormente la comida de hoy ha consistido en unas cuantas tridáctilas pero el plato fuerte sin duda ha sido el pato arlequín.
Antes de abandonar el lugar, hemos echado una mano con la recogida de basura, pues encontramos bastante en esta playa.
Esta basura no ha sido arrojada en este preciso lugar, sino que puede proceder prácticamente de cualquier lugar del mundo, pues ha llegado hasta aquí a través de la corriente oceánica. Es impactante ver la variedad de elementos fuera de lugar que se pueden encontrar. Lo más extraño que encontramos era el trozo de un ala de avión.
Por la tarde, el tiempo se ha vuelto algo más amenazador (ya lleva todo el día lloviznando pero ahora las nubes se ponen serias). Debido a esto decidimos ir a lo seguro y volver a visitar a la familia de zorros de ayer.
Hoy los cachorros han hecho menos acto de presencia. Aun así los adultos estaban más activos. Ha sido muy curioso ver el poco temor que tienen los animales cuando no se les molesta… En varias ocasiones se nos ha acercado tanto que nuestra distancia mínima de enfoque no permitía tomar la fotografía. Después de rondar un buen rato por la zona, se ha desplazado hacia lo alto de una colina, donde se ha tumbado a dormir.
La tormenta perfecta
Las expectativas se han cumplido. La tormenta está aquí y ha llegado para quedarse.
Las ráfagas de viento son cada vez más fuertes y parece que por la tarde se va a animar, de modo que vamos a tener que pasar el día dentro de la tienda base, donde tenemos espacio suficiente y además contamos con una buena estufa.
Durante lo largo del día varios excursionistas se acercan a la zona. El viento ha roto por completo sus tiendas y no tienen dónde refugiarse, así que los acogemos en nuestro perfecto refugio. Al final del día sumamos un pelotón de nada menos que de 12 personas.
Cansados y empapados, los refugiados toman sus puestos cerca de la estufa mientras el viento empieza a soplar aún con más fuerza. Tanto que debemos hacer turnos para sostener la chimenea para que no salga volando.
También toca reforzar las tiendas. Por si fuera poco, con la lluvia constante se están creando lagos donde antes no había. Uno de ellos se aproxima peligrosamente al avance de mi tienda. Esta noche me toca mudanza.
Fotografías tomadas con el móvil por los integrantes del grupo: Fina Martín, Joan Buixareu, Cecilia Targa y Carmen Farras
Los viajeros que susurraban a los araos
El nuevo día no presenta demasiadas novedades. Sigue lloviendo, sigue haciendo viento y el lago temporal que se ha creado de la nada frente nuestras tiendas sigue ganando terreno.
Nos mantenemos ocupados durante el día, revisando fotos y jugando a cartas. De tanto en tanto, salimos a ver el panorama, que no parece mejorar.
Sin embargo al final de la tarde la lluvia afloja un poco. Aún hace bastante viento, pero cansados de estar encerrados un par de nosotros decide salir a dar una vuelta rápida cámara en mano para ver los efectos de la tormenta.
Afuera, la naturaleza sigue su curso, y mientras fotografiamos grupos de eíderes y patos arlequines en la orilla me percato de un extraño movimiento. Parece ser que un arao intenta levantar el vuelo entre las algas, pero no lo consigue.
Me acerco y me extraño al ver que me permite cogerlo con las manos sin hacer ningún reproche. Intento ayudarle a volar pero parece que no puede. Reviso sus alas y sus patas. No parece estar herido, sino más bien agotado de intentar mantener el rumbo en el vendaval de la tormenta.
Al no estar herido decidimos llevarlo dentro para que descanse. Lo lavamos y lo secamos. Parece tranquilo y sin demasiadas molestias por nuestros cuidados. Con el paso del tiempo vemos que espabila un poco y empieza a acicalarse, pero no parece por la labor de irse, de modo que le preparamos un pequeño cubículo para pasar la noche. Le bautizamos con el nombre de Guillem (Guillermo en catalán), puesto que el nombre de esta ave en inglés es Guillemot.
Parece ser que hacia las 5 de la madrugada Guillem se ha cansado de tanto afecto y ha decidido que ya se encontraba bien, de modo que nuestros amigos refugiados del campo base le han soltado en la orilla y se ha ido nadando. Sin embargo la persona que le ha soltado, a la mañana siguiente ha encontrado otro ejemplar y lo ha traído al campamento para un nuevo tratamiento reconstituyente.
Después de la tormenta viene la... ¿calma?
Hoy parece que la meteorología se relaja, aunque no del todo.
Aun así son ya unos cuantos días encerrados y tenemos ganas de marcha. Además, ¿qué son cuatro gotas cuando tenemos un paisaje dramático por fotografiar y un buen par de botas de agua?
Sin pensárnoslo dos veces salimos a dar una vuelta por el paisaje más próximo. La bahía en la que estamos acampados cuenta con una curiosa zona de dunas de arena negra en la que despunta la hierba de color verde brillante. Al fondo del valle, varias cascadas descienden de las zonas montañosas más altas. Además, al haberse retirado un poco la lluvia, la visibilidad nos permite ver el relieve más lejano.
Cruzamos las dunas para poder fotografiar las texturas en la arena y tenerlas como protagonista del paisaje. Para ello debemos caminar por numerosas zonas encharcadas en forma de ríos y pequeños lagos que se han formado por las copiosas lluvias que han descargado durante la tormenta.
El regreso, para variar de paisaje, lo hacemos por la playa, con la esperanza frustrada de ver algún zorro de regreso al campamento.
Pese a no tener suerte con el zorro y también pese a comernos una buena descarga espontánea de lluvia durante la caminata de vuelta, al llegar al campamento nos encontramos con que el nuevo arao, que hemos rescatado esta mañana en unas condiciones similares al anterior, está preparado para volver a la naturaleza. Con cuidado, lo llevamos a la orilla y celebramos que ha conseguido marcharse por su propia cuenta.
Por la tarde parece que el estado del mar mejora bastante, de modo que nos aventuramos a navegar con la zodiac hasta la orilla de enfrente, con esperanza de poder ver por última vez a los cachorros.
Nos sentamos en la colina y esperamos. Y esperamos… y no pasa nada.
La luz va bajando y parece que por primera vez veremos colores de puesta de sol. El paisaje es majestuoso, va a ser una buena última sesión.
Pensamos que ya no sucederá nada cuando pocos minutos antes de marcharnos aparecen tres cachorros juguetones y nos dan el mayor espectáculo que podríamos imaginar. Desgraciadamente la luz es muy baja y se mueven muy rápido, por lo que el éxito fotográfico es más bien inexistente, pero sin duda es una de las experiencias más bonitas que atesoraremos de esta aventura.
Cuando regresamos al campamento de nuestra última incursión, como para un final apoteósico el cielo se enciende con una preciosa puesta de sol, con pilar solar incluido. Un buen punto final para un día magnífico.
Despedida
Hoy es nuestro último día, por así decirlo… aunque lo más justo sería decir que son nuestras últimas horas
Después de un buen desayuno hemos preparado nuestras mochilas para la llegada del barco. Por fin la tormenta ha amainado lo suficiente como para que nos vengan a buscar.
No podemos evitar tomarnos este último desayuno con algo de pena por dejar atrás esta aventura. Sin embargo, una última sorpresa nos espera fuera: un adulto de zorro azul ha venido a despedirnos.
Y es curioso porque a este ejemplar no lo hemos visto antes, en ningún momento ni lugar. Sin embargo, se acerca bastante a nosotros, como si tuviera cierta confianza. Parece que quiera regalarnos una última oportunidad de disfrutar de la magia de este lugar, lo cual nos arranca unas sonrisas y nos permite tomar unas últimas fotografías de este magnífico animal.
Sin duda ha sido una semana de lo más intensa, tanto fotográficamente como por la aventura que hemos compartido. Ya solo podemos pensar en cuándo vamos a volver a cruzar la mirada con el zorro ártico, el príncipe azul de Hornstrandir.
Para terminar os dejo con algunos momentos inmortalizados por los integrantes de la expedición zorro ártico – verano 2020
Marta Bretó
Fotógrafa de naturaleza y guía de montaña y de viajes, disfruta recorriendo los paisajes más variados y las noches más estrelladas con la intención de captar los aspectos salvajes y bellos que la naturaleza ofrece a través de sus imágenes.
Amante incondicional de la naturaleza y la fotografía, hace de su pasión su forma de vida, además de utilizar su trabajo para motivar la conservación y el respeto de la vida salvaje.