Sarek: el último rincón salvaje de Europa
Marta Bretó
- Fecha de la expedición: Septiembre de 2016
- Duración: 13 días
- Integrantes: Marta Bretó, Tato Rosés
- Texto: Marta Bretó / Fotos: Marta Bretó y Tato Rosés
Un apasionante e intenso viaje por la Laponia sueca, recorriendo macizos montañosos, glaciares, caudalosos ríos, para descubrir sin duda el significado de la palabra aislado.
Por encima del Círculo Polar Ártico se extiende la zona natural más salvaje de Europa.
En Sarek no existen asentamientos humanos ni refugios. Ni tan solo hay caminos; sólo los erráticos senderos que traza la fauna. Aquí las vistas no se ven perturbadas por lo artificial. La civilización es sólo un recuerdo lejano.
Sarek es una isla de naturaleza virgen cuajada de afiladas montañas, glaciares, lagos y ríos. Un espacio sin domesticar, bello y potencialmente peligroso.
Capítulo 1: Sarek Adventure!
Es pronto y nos dirigimos al autobús que nos adentrará en el bosque infinito de Suecia. Parece mentira que durante tantas horas que hay des de Kiruna a Suorva no hayamos llegado a ver el final del bosque.
El bus hace una parada para el descanso del conductor, así que aprovechamos para hacer una última comida “como Dios manda” antes de empezar nuestra ruta. Una hora de bus más tarde el bus se detiene y las puertas se abren frente a nosotros. Estamos en medio de la carretera. Ni un pueblo, ni siquiera parece existir la parada de bus, ninguna señalización. Las puertas del bus se cierran y nos quedamos solos sondeando el paisaje con la mirada.
Hace MUCHO frío. En seguida nos abrigamos y nos calzamos las mochilas. ¡Comienza la aventura!
Nada más comenzar notamos el peso de la mochila. Aun así creo que hemos escogido muy bien lo que se quedaba y lo que llevamos, tanto en cuanto a material como comida. Sobre todo teniendo en cuenta que en el viaje anterior eran 9 días y llevábamos 23 kg + agua y que aquí son 13 días y llevamos 24,5 kg en total.
De repente sale el Sol y empieza a calentar mucho. EN un instante hemos pasado de llevar camiseta, sudadera y anorak a llevar solamente la camiseta.
Una vez cruzada la presa de Suorva nos damos de bruces con el bosque. Es un paisaje alucinante, todo húmedo y con la presencia de los primeros colores del otoño. El suelo es un juego de verdes, naranjas, amarillos y rojos. Los árboles se retuercen sobre sí mismos. Algunos de sus troncos blanquecinos destacan entre hojas y plantas. En el suelo, algunas setas que desconocemos (¡una lástima porque ya tendríamos cena!).
Lo que sí que reconocemos es el Empetrum nigrum (crowberry), que también se encuentra en Islandia y es comestible, así como arándanos azules y negros.
Seguimos avanzando hasta un punto en el que el bosque clarea y empezamos a notar como el suelo queda inundado: “Bienvenidos a la tundra”.
Decidimos avanzar por el bosque y subir “campo a través” hasta encontrar una zona más transitable. Después de pelearnos con ramas, riachuelos y arbustos encontramos un lugar tranquilo y con buenas vistas.
Son las 18 h y en esta latitud y época del año el Sol se pone pronto, así que montamos el campamento 1, con vistas a los lagos Jiertájávrre y Gartjejávrre.
Ahora mismo estamos en Stora Sjöfallets y realmente hasta dentro de un par de días de ruta no alcanzaremos Sarek. En realidad esta es una zona natural inmensamente extensa que abarca diferentes parques naturales. Flanqueando Sarek por la izquierda tenemos el Padjelanta y al sureste, Ultevis Fjällurskogs (que a la vez es una reserva natural).
Aun así el nombre del parque es lo de menos, ya que pese a la distancia, el paisaje, la flora y la fauna son similares. En Sarek, por ejemplo, lo que más fácilmente veremos serán renos, pero hay otros mamíferos como el alce, el oso, el lobo gris y el lince boreal (aunque estos son extremadamente difíciles de ver). También hay pequeños roedores como el lemming, la marta, erminio y zorros (rojo y ártico). Por desgracia, el zorro ártico aquí se encuentra en peligro de extinción y se calculan unos 50 ejemplares. ¡Sería fantástico poder ver uno!
Poco a poco oscurece pero la temperatura es buena así que decidimos hacer una cena “a la fresca”, en un entorno espectacular y con el paisaje bajo nuestros pies. Con la noche llega la oscuridad y con esta, empezamos a gozar de las primeras auroras boreales del viaje.
Capítulo 2: El día de los cuernos
Nos despertamos con el cielo nublado y con una temperatura inferior a la del día anterior. Hoy toca seguir subiendo y avanzar mucho más que ayer, ya que todavía nos queda un largo camino por delante y parece que el terreno es más difícil de lo que esperábamos.
Poco a poco dejamos atrás el bosque y llegamos a casi 1000 metros de altura. Con los úlimos árboles, un movimiento lejano me llama la atención: Un pequeño grupo de renos se abre camino por encima nuestro. Nos sentamos un rato y observamos sus movimientos. No parecen demasiado confiados, pero tampoco parecen temernos. Esposible que sean familia ya que se ven ejemplares de diferentes tamaños y con cuernos con mayor o menos número de astas. Los colores también varian: los hay marrones, otros blancos y algunos muy oscuros, prácticamente negros.
Avanzamos en nuestro camino sin perderlos de vista y en un momento concreto se posicionan a la perfección con el paisaje de fondo, parándose unos instantes justo enfrente de la montaña Sluggá, que además de ser piramidal lleva en su cima una nube en bandera. Finalmente nos adelantan y giran siguiendo una dirección que no compartimos. Continuamos avanzando.
La subida se hace complicada con tanto peso en la espalda. Los trapecios me arden de dolor y me obligan a pararme cada pocos minutos para descansar la espalda. El terreno tampoco es sencillo: zonas de arbustos alternadas con zonas de piedra y otras de tundra húmeda donde casi mejor ni pisar.
Ya casi estamos arriba y entre las hierbas me parece ver algo que me llama la atención: un enorme cuerno de reno. ¡Magnífico encuentro para un “inicio de ruta”!. Pero lo más curioso es que al avanzar unos pocos metros me encuentro con un par más, estos más pequeños y menos ramificados. Hacía mucho tiempo que tenía la ilusión de encontrarme un cuerno de ciervo en mis paseos por el bosque pero nunca antes había tenido éxito.
Seguimos subiendo, pero no terminamos de encontrarnos en el mapa. Y es que aunque tenemos el mapa y el GPS en el que habíamos trazado el “track” desde casa. El problema es que Tato se olvidó de cargar el mapa de Sarek en el GPS, así que tenemos que orientarnos “a la antigua”, por brújula y triangulación. Finalmente parece que nos encontramos y continuamos hasta el siguiente lago, donde nos cruzamos con otra manada de renos. Estamos cansados y empieza a ser tarde, además la tempezatira empieza a bajar, así que decidimos acampar.
Para recuperar fuerzas hacemos un poco de chocolate caliente y comprobamos en el mapa que pese al esfuerzo, hemos avanzado muy poco (puede que la mitad de lo esperado) y vemos que a partir de mañana nos tendremos que poner las pilas. Esperemos que el terreno mejore porque el pedregal que hay por aquí no ayuda a avanzar.
Capítulo 3: El día del pedregal
Esta noche no hemos tenido auroras, pero igualmente me he levantado a las 4 de la madrugada para fotografiar el lago. Las aguas estaban perfectamente calmadas y las montañas del fondo se reflejaban como si de un espejo se tratara; Alep Skálariehppe a la izquierda, seguida de un monte anónimo, Unna Átjek y Stuor Átjek a la derecha, todos ellos envueltos en una nube baja que también quedaba reflejada sobre las aguas de Vuosskeljávrre. Entre estas montañas, mañana tocará seguir el camino cuando salga el Sol.
Pero el sol no va a salir. Nos levantamos pero unas gotas de lluvia nos hacen alargar el desayuno a la espera de que el tiempo mejore.
Salir del saco y posteriormente de la tienda es el peor momento del día, pero por suerte en medio está el desayuno, que posiblemente sea lo mejor, ya que te recompone de salir del saco y te da energías para salir de la tienda.
Comenzamos nuestro camino a través de un campo de piedras infinito. Algunas grandes, otras pequeñas, unas fijas, otras sueltas y las peores… ¡Las que resbalan! Cada vez que pasamos por una tartera llegamos a otra, cada vez más larga y complicada. ¡Parece que hoy tampoco vamos a poder avanzar demasiado!
Por suerte, la naturaleza nos guarda bonitas sorpresas y después de cruzar una molesta y enorme tartera y con un paisaje de fondo bastante atractivo, aparece una manada de renos corriendo hacia nuestra dirección aparentemente sin detectarnos. Nos pasan muy cerca y podemos tomar algunas fotos interesantes y filmar una buena toma de vídeo. Pero la alegría dura poco ya que a pocos metros nos toca cruzar el primer río. Un río ártico, con su consecuente temperatura ártica. Estrecho pero profundo. Po suerte, el agua me llega solamente hasta las rodillas y la ropa queda intacta.
Pasado el río hay una zona inundada y regresamos al pedregal. No puedo evitar pensar en lo bien que van los bastones de trekking y en que no sé qué haría ahora mismo sin ellos. La niebla nos invade durante todo el día y nos resulta extremadamente complicado gozar del paisaje, pero en algún momento que ha clareado hemos podido ver unas impresionantes montañas nevadas en la dirección que seguimos.
Como no podemos ver el paisaje por la falta de visibilidad, intentamos gozar de lo que tenemos, las piedras. Y no es que las piedras en si sean especialmente bonitas pero sí que resulta interesante la gran variedad de líquenes que albergan algunas de ellas. Los hay de todas formas, tamaños, colores y texturas. De tanto en tanto, algún arbusto pelea con ellos por el dominio de la superficie de la roca.
Continuamos ascendiendo y aun que parezca increíble, cada vez hay más piedra y menos hierba. De hecho, en algún momento la hierba ha dejado de existir. Parece como si la vida fuera incompatible con este tipo de paisaje… solo encontramos rocas y líquenes. De tanto en tanto, nos encontramos con los restos óseos de algún animal, probablemente un reno joven que murió hace tiempo.
Después de muchas horas de caminar sobre piedras y ver el día pasar, decidimos que ha llegado el momento de montar el campamento. Esto es complicado porque necesitamos, por un lado una zona llana y en la que las piquetas se claven fácilmente y por otro lado, un río donde poder lavarnos y coger agua para la cena y el desayuno.
Parece que el cielo empieza a abrirse un poco y sale el Sol. Comienza a subir un poco la temperatura mientras bajamos por las últimas piedras de hoy. En los últimos metros, encuentro un par de cuernos más y al poco, un pequeño oasis: un río bastante grande con una explanada de hierba perfecta para acampar. Además, la temperatura es agradable así que decidimos tomar un baño en el río y lavar ropa. Después de cenar, hemos salido a ver si se veía alguna aurora boreal. El cielo estaba bastante nublado, pero se veían luces extrañas tras las nubes, de modo que utilizamos nuestras cámaras de fotos para descubrir un tenue color verde.
Capítulo 4: Día horribilis
El día de hoy se ha rebautizado con el nombre de “El d´´ia de la gran cagada”, por lo que a continuación me dispongo a narrar:
Nos despertamos de nuevo con poca visibilidad, como el día anterior. Mientras desayunamos, revisamos el mapa y nos percatamos que cada día que pasa se ve más claramente la dificultad de completar la ruta que tenemos pensada con los días de los que disponemos. La verdad es que no caminamos demasiados kilómetros cada día, y es que no habíamos contado que aún siendo un recorrido con no demasiado desnivel, el tipo de terreno dificulta muchísimo avanzar.
Salimos de la tienda y desmontamos el campamento. Este proceso suele durar aproximadamente una hora entre vestirse, recoger, desmontar e ir al lavabo.
Empezamos el camino por un terreno nada diferente al del día anterior. Volvemos a tener aquí el pedregal. Miro hacia adelante y solamente veo dunas y dunas de piedras hasta alcanzar el horizonte.
De nuevo encontramos líquenes y huesos de animales que algún día perdieron la vida en este lugar tan desolador. Las ocas son cada vez más gruesas y algunas de ellas resbalan, con lo cual seguimos avanzando lentamente.
Después de escalar literalmente un pendiente de roca, encuentro el esqueleto entero de un reno adulto. El cráneo sobre la hierba y la columna vertebral todavía conectada a este. Al lado, un collar negro con un número que supuestamente identificaría el ejemplar, propiedad de algún Sami.
Seguimos avanzando y poco a poco, las piedras van menguando en número y tamaño. En el horizonte, de repente la niebla nos da una tregua y nos muestra el paisaje; un valle inmenso, lleno de enormes lagos y en el otro extremo el Akkha, un conjunto de montañas nevadas con sus glaciares y a la izquierda, el imponente Sarektjahkka, también nevado y constantemente apareciendo y desapareciendo entre las nubes, hasta que la niebla, de nuevo, lo invade todo.
La meteorología es bastante mejorable pero debemos continuar. Además, tenemos que recuperar muchos kilómetros si pretendemos seguir con nuestra ruta propuesta. Aun así, mientras avanzamos ya empezamos a barajar una posible modificación del recorrido si vemos que seguimos avanzando lentamente.
De repente, las piedras desaparecen y el terreno se vuelve bastante cómodo. En cuestión de un momento hemos quintuplicado nuestro ritmo y nos movemos como si nada. En una hora hemos avanzado 3 km cuando con las piedras esto era totalmente impensable. Esto parece una gran noticia hasta que revisamos el mapa y nos damos cuenta que hay algo que no cuadra… ¡Nos hemos equivocado de valle!
Por lo visto, hemos cogido el valle de Guhkesvágge, que no solamente no es por donde tenemos que ir, sino que además nos aleja de nuestro recorrido. Mientras meditamos como reencaminarnos empieza a llover. No es una lluvia muy exagerada pero nos obliga a ponernos la ropa impermeable y proteger tanto las mochilas como el material fotográfico.
Dar marcha atrás cuando íbamos tan bien (y tan contentos y animados) no apetece demasiado, así que en vez de eso, decidimos tirar recto abajo por la pendiente y recortar camino campo a través y en diagonal, hasta enlazar con el “camino” original.
Este fue el segundo error garrafal del día, ya que por lo visto, la parte baja del valle, era un pantanal. Por lo que hemos ido descubriendo, la parte inferior de los valles y sus alrededores de los grandes lagos son zonas de gran dificultad de tránsito. El suelo está inundado y aunque a veces aparentemente se vea cubierto de vegetación, al pisarla uno puede llegar a hundirse hasta límites insospechables.
Pues bien, esto es exactamente lo que nos encontramos en el fondo del valle por el que pretendíamos cortar camino: una zona inundada camuflada con vegetación alternada con algunas zonas rocosas en la que la mitad de las piedras resbalan y las que no… se mueven.
De golpe, la lluvia se anima y cada vez cae con más fuerza. Por suerte nos viene desde atrás, acompañada de un fuerte viento (esto, de cara, sería muy desagradable).
El avance se hace muy lento. Cada paso que damos debemos calcular para no resbalar o hundirnos en la tundra. Poco a poco, el agua y el frío empiezan a calarnos hasta que nos damos por vencidos y decidimos buscar con urgencia un lugar donde acampar. Desgraciadamente, antes de eso debemos cruzar el pantanal, donde sería imposible plantar la tienda.
Llegados a Nuortap Tjievrajávrre, donde ya casi logramos enlazar con nuestro “camino” original, encontramos una minúscula zona plana a tocar del agua del lago. Aprovechamos un momento en el que la lluvia amaina para plantar nuestra tienda, mientras un enorme arcoíris cubre el paisaje tras nuestro. No me puedo permitir el lujo de fotografiarlo. Necesitamos plantar la tienda cuanto antes y entrar en calor.
Una vez ya en el interior de la tienda, la lluvia aprieta de nuevo. Parece que hemos podido aprovechar el mejor momento para montarla. Nos calentamos con un buen chocolate caliente y nos ponemos ropa seca. Fuera, el viento empieza a soplar con fuerza, golpeando la tienda. Por suerte, esta nueva tienda es más resistente al viento que la anterior (la que usamos en Hornstrandir unos meses atrás) y en esta ocasión parece que ni se inmuta con las fuertes rachas que nos golpean. Eso si, llegada la noche vemos que no es tan efectiva con el agua. Sí que es impermeable, pero la condensación del vapor al cocinar y la propia diferencia de temperatura interior/exterior hacen que las paredes y el techo se llenen de gotas que nos van cayendo en la cara durante la noche. Una noche en la que el viento y la lluvia no han parado de castigarnos mientras las gotas de la tienda iban cayendo y formando pequeños charcos y mojándolo todo a su paso (incluido el saco de dormir).
Capítulo 5: Aurora Borealis
Nos levantamos pasados por agua y con la tienda llena de charcos. El saco de plumas está empapado por fuera y gran parte de la ropa mojada. Por supuesto, los calcetines y las botas también.
Tomamos un reconfortante desayuno y comentamos como “la gran cagada” de ayer ya hace totalmente imposible hacer nuestra ruta hasta Kivikjok, de manera que tendremos que optar por una ruta más corta y circular, que nos lleve de nuevo hasta Suorva. Aun así, si seguimos avanzando a este ritmo nos seguirá costando llegar con el número de días con el que contamos así que empezamos a valorar lo que nos costaría llegar con un día de retraso; perder el vuelo, pagar uno nuevo,…
Nos volvemos a poner en marcha dentro de la zona enfangada e inundada, intentando encontrar la manera de redirigirnos. Cuando por fin parece que encontramos “el camino” (y digo “camino” porque realmente no hay camino) nos encontramos con un enorme río a cruzar.
Nos arremangamos y nos disponemos a vadearlo, pero hay algo con lo que no contábamos, y es que no solamente el agua está fría, sino que las rocas de abajo resbalan. Así que termina sucediendo lo inevitable; en un momento dado resbalo y termino con una pierna entera dentro del río. Como llevo la cámara colgada del cuello, con un rápido movimiento me estabilizo para que esta no toque el agua, pero eso me cuesta la mitad de mi cuerpo dentro del río.
Me estabilizo y sigo adelante hasta llegar a suelo firme. Una vez allí compruebo que milagrosamente ni la cámara ni mi mochila se han mojado y que por otro lado me he hecho un rasguño en la tibia de la pierna izquierda. Nada que no arregle un poco de iodo y una tirita. Eso sí, con un frío que tarda un buen rato a irse de mi cuerpo. No solo me he mojado mi único par de pantalones sino que ahora tengo que andar por la vida en mallas. Además, como al meter el brazo entero en el agua me he mojado la camiseta, la sudadera y el anorak, ahora voy con una camiseta térmica de Tato y un cortavientos, con un frío que pela y “palante”.
Llegamos a una zona más fácilmente transitable, con algunas piedras y cuernos de reno espontáneos (¡por lo visto los hay tantos como setas en el Montseny!). No puedo parar de cogerlos y coleccionarlos como pequeños trofeos o tesoros mientras Tato me mira con mala cara por recoger cosas que incrementan el peso de la mochila.
Poco a poco vamos avanzando hasta que encontramos un lugar fantástico para acampar. Una pequeña explanada frente a un pequeño riachuelo y lago con vistas a Suottasjtjahkka, una región montañosa llena de glaciares, donde gozamos, no solamente de una bonita puesta de sol sino que además, por la noche y después de la salida de la Luna sobre los picos de las montañas más elevadas, nos sorprende la visita de las luces del norte.
Al comienzo son muy débiles y se ubican en un punto poco fotogénico, pero al cabo de un rato parecen coger intensidad, a moverse y cambiar de forma. En un momento dado, se crea una especie de arco de luz que une las montañas del Ahkka con nuestra tienda. Ahora la luz es tan intensa que se refleja sobre las aguas del riachuelo y la nieve de las montañas.
Capítulo 6: Hacia el Niják
Hoy continuamos nuestra ruta con un objetivo: llegar hasta el Niják: una impresionante montaña con una pared vertical de 1922 metros que llevamos días siguiendo con la mirada.
Salimos pronto del campamento. Pasamos unos cuantos riachuelos y en seguida el terreno se vuelve más pedregoso, pero cómodo de caminar. Al poco rato nos encontramos con un gran río. Es bastante grande y el agua baja con fuerza. Desde donde estamos, no estamos seguros de la profundidad, así que para evitar sorpresas como las de ayer, decidimos guardar todo el equipo en la mochila, dentro de bolsas estancas e incluso cruzamos sin pantalones.
La temperatura es extremadamente fría y el agua nos llega hacia más arriba de las rodillas, pero aun así conseguimos cruzar al otro lado del río sin mayor problema que la temperatura. Por suerte, hoy no llueve y esto hace algo más agradable la tarea de cruzar ríos.
Miramos el GPS y sospechamos que nos estamos alejando levemente de la ruta, así que hacemos una diagonal que nos hace subir por un pendiente rocoso hasta una pequeña cima con bonitas vistas del Ahkka y el Niják. Durante el recorrido vamos encontrando empetrum nigrum y arándanos.
Por fin alcanzamos la altura correcta y nos dedicamos a seguir la falda de la montaña por la misma curva de nivel. Toca cruzar algunos riachuelos, pero con astucia y equilibrio conseguimos hacerlo sin quitarnos las botas y mojarnos. Detrás del río más complicado, una familia de renos pasta en la hierba. Hace días que no veíamos ninguno y empezábamos a pensar que con las bajas temperaturas habrían migrado hacia zonas más bajas y de bosque.
Entre la hierba me encuentro con un pequeño cráneo de roedor. Muy posiblemente sea de Lemming, ya que hemos visto varias madrigueras (incluso el segundo día vimos uno de muy cerca).
Llegamos finalmente a la falda del Niják. La pared de piedra impresiona y da un poco de miedo pensar que todas las piedras y grandes rocas que vemos por el suelo han caído des de la cima de la montaña. Estoy segura que no daría tiempo siquiera a resguardarse en caso de desprendimiento, así que propongo buscar un sitio para acampar una vez dejada atrás la pared de roca. Aun así, el Sol va cayendo y terminamos encontrando el sitio perfecto aún al abasto del gran Niják. Aun así, en el suelo no se ven rocas, así que puede que sea más seguro de lo que parece. Descansando dentro del saco, oímos como se produce un desprendimiento y notamos las rocas rebotar por la pared y la ladera. Nos miramos.
Poco a poco llega la noche y con esta el frío. Volvemos a estar bajo cero dentro de la tienda y fuera, la hierba, las mochilas y la ropa que hemos dejado ventilando, quedan recubiertas de una fina capa de hielo que brilla al pasar la luz del frontal por encima.
Vuelven a estar aquí. Las auroras boreales se muestran débilmente sobre el Ahkka y podemos tomar algunas fotografías interesantes de las montañas y el campamento (editado: después de revelarlas una vez en casa nos percatamos que incluso tenemos alguna foto donde se ve la aurora boreal y un arco iris nocturno). Las auroras son más débiles que las de ayer, pero el paisaje pone mucho de su parte y disfrutamos mucho la sesión.
Capítulo 7: El río del apocalipsis
Nos despertamos entre renos que pastan tranquilamente al dado mismo de la tienda. Sorprendidos, cogemos nuestras cámaras y decidimos fotografiarlos. Además, el paisaje acompaña mucho y la meteorología aún más. Por si fuera poco, parecen tener una gran paciencia con nosotros y nos dejan acercarnos bastante más de lo que esperaba. EN un momento dado, se encuentran tan relajados que se tumban a descansar. El paisaje de fondo es inmejorable y estoy muy contenta con las fotografías que he podido tomar de este momento tan especial.
Regresamos a la tienda para desayunar y poco a poco nos ponemos en marcha. Al poco rato nos cruzamos con otra manada de renos que avanza en nuestra dirección. La luz es muy buena y los colores amarillentos del otoño en el paisaje contrastan con los azules glaciales del río Suottasjjáhkka. Aún no han terminado de cruzar que un tercer turno de renos aparece por la izquierda, con la silueta de los ejemplares recortada sobre el perfil del monte Gisuris.
Cuando parece que todos han pasado, se escucha un sonido sordo detrás, un sonido profundo que no termino de identificar. Al principio pienso si estos renos que pasaban corriendo no estrían huyendo de algún depredador. ¿Quizás un oso? ¿Un glotón? Pero no, es otro reno, un reno enorme, y con unos cuernos descomunales, el señor de la tundra. A media bajada se detiene, nos mira unos segundos y tras unos cuantos “Mississippi”, continúa su marcha, siguiendo al resto del grupo.
Después de este largo y provechoso tiempo con los renos decidimos ponernos las pilas y seguir adelante. En el cielo, unos pequeños cúmulos denotan que se aproxima un cambio de tiempo así que nos damos prisa a continuar avanzando, ya que toca recuperar bastante si pretendemos llegar a Suorva el día 21.
Empezamos a rodear el Niják para entrar en Ruohtesvágge, el valle que nos llevará hasta el refugio de emergencia de Sarek y que además, según el mapa que llevamos, indica que hay un camino marcado (el único “camino” real de Sarek, que en realidad se trata de un itinerario que cruza por varios parques naturales de Suecia, el Kungsleden). Tenemos que encontrarlo y aprovechar ese tramo para avanzar más rápidamente.
Al principo el recorrido se hace agradable; es fácil caminar por la hierba y tenemos una buena temperatura. Además hay visibilidad, lo cual nos permite disfrutar del paisaje, con algunos puntos y vistas espectaculares. Pero poco a poco la cosa va cambiando. El suelo bajo nuestros pies se convierte en fangueo inundable, dificultando de nuevo el avance, mientras el cielo se va poniendo gris. Empieza a llover.
Es una lluvia suave, no muy molesta e intermitente. Seguimos caminando y nos toca cruzar un nuevo río, descalzándonos para cruzar sus tres meandros de agua procedente de glaciar y proseguimos. En seguida localizamos el camino marcado, el Kungsleden. Se ve claramente porque el terreno es muy maleable y a poco que pisen tres o cuatro personas y aqueda marcada la traza. Así pues nos dedicamos a seguir felizmente el camino a un ritmo potencialmente más rápido que en todo lo anterior. En un momento dado la lluvia aprieta, pero por suerte nos viene por la espalda y no nos da en la cara.
Vamos resiguiendo el camino, que a su vez va resiguiendo el río Nijákjagasj hasta el lago Ruohtesjavrásj. Durante el camino vemos renos en diversos puntos del paisaje. Cuando no los vemos, también son presentes a través de las huellas que encontramos en todo el camino.
Durante un rato perdemos el río de vista y la lluvia aprieta de nuevo, ahora mucho más molesta que antes. Los guantes y el anorak ja están totalmente empapados y la lluvia no parece querer detenerse. Ahora también sopla el viento, que nos impulsa hacia adelante.
De golpe y porrazo, el camino desaparece. En un principio no lo entendemos pero unos pasos adelante vemos el porqué: Un río. Un río enorme. Un río aterrador y de color de agua glacial. De hecho y según el mapa, las aguas del río Smájlajahkka, proceden de los glaciares de Alep Ruothesjiegna y Olarjep Ruphtesjiegna.
Aún bajo la lluvia y con muy pocos ánimos, nos descalzamos y arremangamos nuestros pantalones. Los calcetines empiezan a mojarse dentro de las botas, colgando en nuestro cuello. Los zapatos de cruzar ríos, aún están mojados y gélidos del río anterior y la sensación de poner el pie adentro es intensamente desagradable.
Miramos de encontrar el mejor punto por donde cruzar, pero parece que siempre hay algún punto en el que el agua es demasiado profunda y baja con demasiada fuerza. Un paso en falso nos puede salir muy caro.
Por fin nos decidimos a intentarlo. Primero un pie, luego el otro. El agua está horriblemente helada. Cruzamos un meandro, ahora otro. Pero al siguiente, el cauce es demasiado profundo y debemos volver al principio. Repetimos esta operación un número indefinido de veces. De hecho, perdemos la cuenta.
¡Pero no nos podemos rendir! Seguía lloviendo y el viento ahora nos venía de cara. Con mucho frío, y los pies adoloridos e insensibilizados por el frío de las gélidas aguas, tocaba repetir una y otra vez la operación hasta que, finalmente, UNA HORA Y MEDIA MÁS TARDE dimos con la combinación de meandros correcta para cruzar el río. No me puedo imaginar lo difícil que debe ser cruzar el río en junio o julio, cuando el agua del deshielo hace crecer el caudal del río. Hay que tener en cuenta que el río en el que nos encontramos es el del fondo del valle, con lo cual a él se unen todos los riachuelos pertenecientes a las colinas y glaciares colindantes.
Una vez en el otro lado del río y completamente empapados, nuestro trabajo es calmar el dolor de pies y piernas y conseguir que vuelvan a la vida. Una vez logrado, montamos inmediatamente el campamento al lado del primer riachuelo que encontramos. Ha estado una experiencia horrible, el peor río que hemos cruzado nunca y esperemos que no los haya peores en lo que queda de ruta.
Una vez dentro de la tienda parece que el tiempo no mejora. De hecho, la lluvia cae de forma intermitente, así que aprovechamos el rato para secarnos y entrar en calor con nuestra “hora del chocolate” y nos enroscamos dentro de los sacos hasta la hora de cenar. Aprovechamos los breves paros de la lluvia para ir al lavabo y/o fregar platos. En una de estas idas y venidas, me giro y apunto con mi frontal hacia el paisaje. Me encuentro con dos ojos brillantes que me miran fijamente desde la oscuridad. Me acerco lentamente sin dejar de enfocarle con la luz y de repente se mueve. Se retira unos metros y se detiene de nuevo para mirarme. Es pequeño y por los movimientos me recuerda a un zorro ártico. En efecto, de repente se gira y le veo la cola y me parece advertir la misma coloración del pelaje que en los zorros blancos de Hornstrandir. Es un zorro ártico. Es una pena que el momento fugaz y la oscuriadd del momento no me permitieran tomar una fotografía, pero la verdad es que ha sido toda una suerte haber visto uno de los poquísimos ejemplares de la zona (supuestamente quedan 50 y se encuentran en peligro de extinción).
Capítulo 8: el día de la maratón
Hoy ha sido un día memorable. Un día de aquellos que hacen historia, que marcan un antes y un después.
Las lluvias intermitentes continuaron toda la noche, pero ahora el cielo comenzaba a clarear. La botas, aún estaban mojadas del día anterior, de manera que no tenía ningún sentido ponerse calcetines secos. Después de un súper desayuno desmontamos el campamento y nos ponemos en marcha. Hoy nos hemos marcado el objetivo de llegar al menos hasta el refugio de emergencia que aparece en el mapa.
Empezamos a caminar y en seguida cogemos un buen ritmo, muy ágil y veloz. El camino, de nuevo está muy bien marcado y no nos cuesta dar con él. Como siempre, nos paramos de tanto en tanto, para tomar fotos o simplemente para descansar la espalda o comer algo. Sobre la ruta comemos cosas ligeras que tenemos a mano; barritas de cereales, ciruelas, chocolate y frutos secos.
En seguida nos percatamos de nuestra velocidad; en la primera hora hemos hecho 3 km (hay que tener en cuenta que con la tundra inundada y las piedras tardamos 6/7h al día para hacer como mucho 8 km). Esto nos motiva y seguimos adelante animados. Encontramos algunos ríos a cruzar, pero después de lo vivido ayer en el “río del apocalipsis”, ya nada nos despeina.
Vamos avanzando mientras el paisaje va cambiando a nuestro paso. Montañas y glaciares van cambiando de forma caprichosamente a nuestro punto de vista y perspectiva. De repente, nos parece ver en el horizonte una forma geométrica; tiene que ser el refugio de emergencia, no hay ninguna duda.
Poco a poco nos acercamos y confirmamos nuestras expectativas. El refugio es minúsculo y de madera. Dentro, un teléfono de emergencia, preparado para conectar única y directamente con la policía más cercana. En las estanterías encontramos algunas cosas de comer. Cogemos unas pastillas de vitamina C y las ponemos en nuestros bidones de agua. Nos tomamos la libertad de coger también dos sobres de chocolate soluble y cuatro terrones de azúcar moreno.
Por primera vez en mucho tiempo nos sentamos en una mesa para comer. Nos terminamos el último atún que nos queda y nos bebemos la vitamina C. Nos distraemos leyendo todo lo que la gente ha escrito en las paredes de madera del refugio. Algunas cosas son el típico “yo estuve aquí” pero también hay algunos escritos y comentarios interesantes. Incluso es curioso ver las fechas y la procedencia de los visitantes. No vemos ningún español.
Destaca y me llama mucho la atención la frase del marco de la ventana, que traducido del inglés dice “Casi muero tres veces en mi viaje por Sarek. Cuando regrese a casa me casaré con Corine y tendremos hijos”. Re empaquetamos las mochilas y continuamos.
Sale el Sol y, por primera vez doy uso a mis gafas de Sol. Nada más salir del refugio, el río que ayer cruzamos aparece de nuevo con fuerza y violencia extrema, convirtiéndose en un impresionante cañón infranqueable. Por suerte, sobre sus aguas hay un puente colgante que nos alegra desmesuradamente.
El camino continua bastante marcado por las faldas de Mahtutjahkka, el Tjaggnaris i Sarvatjahkka. El suelo, está repleto de arándanos. Cojo uno, luego otro, y otro, y… Están deliciosos. Los hay de dos tipos; el negro (blackberry) y el azul (blueberry). Es muy entretenido porque mientras vamos andando, si nos entra el capricho de comerlos, simplemente bajando la espalda y sin detenernos, los podemos coger a grapados con las manos y llenároslos directamente a la boca.
Volvemos a encontrarnos con una manada de renos y los observamos pastando tranquilamente. No estamos extremadamente cansados, pero empieza a ser hora de plantar campamento, así que después de nuestros orgullosos 14 km de hoy, buscamos el lugar idóneo. Encontramos una pequeña cima repleta de arándanos en la que plantamos la tienda. Viendo como cae el sol observamos lo atractivos que resultan los reflejos sobre las aguas del lago. Aún con el sol presente, estamos a 5 grados y bajando. Es la hora de la “ducha”.
Después de cenar ya estamos bajo cero. Fuera, la ropa y las mochilas se han petrificado y brillan congeladas bajo la luz del frontal. Dentro de la tienda, también se está formando hielo. Fuera de nuevo, las auroras boreales danzan en el cielo y nos ayudan a entrar en calor.
Capítulo 9: El día de la momia
Las noches son siempre frías, pero hoy hemos batido récords. Dentro del saco de plumas he dormido con calcetines, mallas térmicas y mallas polares. Arriba, una camiseta térmica de cuello alto y el plumas. Adicionalmente los guantes, el gorro de lana y el buf.
De noche nos solemos levantar al menos una vez para ir al baño. Salir del saco con las bajas temperaturas de Laponia es algo que no apetece hacer, es todo un reto, seguido por el de abrir la cremallera de la tienda. Esta noche hacía tanto frío que no pensaba alejarme demasiado de la tienda para ir al baño, pero en vez de eso, tras salir de la tienda y nada más poner los pies en el exterior he empezado a temblar así que sin pensarlo, sin gafas siquiera, he empezado a correr como un cohete a propulsión, totalmente a oscuras y sin visión del relieve del suelo, con una dirección indefinida. En el punto en el que he dejado de pasar frío he encontrado mi baño privado.
El momento del desayuno es tan agradable que siempre hay pocas ganas de desmontar el campamento y ponerse en marcha, pero hoy es un día clave, ya que estamos fuera de la ruta que nos marcamos al salir de casa y como no tenemos el mapa en el GPS y todo es un poco “a ojo”, no estamos 100% seguros de por donde tenemos que pasar ni el tiempo que nos va a costar.
Comenzamos a caminar por una pendiente por la que seguimos un itinerario marcado, muy posiblemente, por el paso de los renos. Arriba, en la distancia, nos parece ver la silueta de un reno inmóvil, recortada entre el cielo y la tierra. Nos acercamos y efectivamente, nos encontramos con una manada de renos que se comportan como verdaderos modelos frente nuestras cámaras, posando frente las montañas del Ähpár. Nos estamos un buen rato fotografiando los renos. Parece mentira que a veces todo esté en el lugar perfecto: el sujeto, el fondo, la luz, las nubes,…
Seguimos caminando hasta llegar a Liehtjitjávrre, un lago de 3 km de largo donde encontramos una enorme fita de piedra. En la distancia, nos parece ver una especie de construcción en forma de casa. Posiblemente se trate de una construcción Sami utilizada durante las migraciones de los renos. En el mapa aparece marcada con el nombre de Renvaktarstuga.
Seguimos caminando resiguiendo las aguas del lago. De repente, veo a Tato parado y mirando al suelo. Al lado de un pequeño riachuelo y a tocar del lago, hay un reno muerto. Debe llevar aquí mucho tiempo, pero curiosamente se conserva en un estado de momificación. Se ven los huesos, pero también la piel e incluso en alguna zona de la cabeza, algo de pelo. Los cuernos están rotos a un palmo del cráneo, lo cual hace pensar que, o bien muriera tras una lucha o bien se precipitara por la tartera del Niendotjahkka, una montaña de 1444 metros que tenemos a nuestras espaldas.
La visión de este cadáver sin vida, tan bien conservado y con la boca abierta, mirando hacia el lago y con las montañas del ÄHPAR DE FONDO ES IMPACTANTE. Hacía rato que pensaba pararme a llenar el bidón de agua en un riachuelo. Sinceramente, me voy a esperar un poco para hacerlo.
Seguimos caminando, alternando zonas inundadas con otras de semi-inundadas, encontrando de tanto en tanto, algún que otro tramo agradable de caminar. El paisaje es muy bonito pero la luz es horrible. El cielo totalmente azul parece asustar a cualquier nube que pudiera aparecer, mientras nos damos cuenta de que, aunque hoy estamos más cansados de lo normal, estamos avanzando más lentamente que ayer. No se el motivo, pero hoy nos notamos un poco “vagos”. Noto la tentación de montar el campamento en cualquier sitio, pero aún es demasiado pronto.
Seguimos adelante, haciendo nuestras paradas de rigor para comer y descansar la espalda. De golpe, Tato mira el GPS y me da una información que me cuesta creer: nos quedan 20 KM para llegar a Suorva.
Teóricamente nos quedan 4 días de ruta y solo 20 Km para llegar al punto final. Es una noticia extremadamente buena, ya que no teníamos muy claro que fuéramos a llegar a tiempo y por lo que parece, ahora nos sobrará. Aun así no nos podemos confiar, ya que hemos podido comprobar que los diferentes tipos de terreno que podemos encontrar en Sarek te pueden hacer la vida imposible, aunque solo queden 5 km por día.
Continuamos andando hasta que encontramos un lugar con unas vistas espectaculares y unos meandros del río Bierikjahkka y el Ähpar de fondo. Pensamos que podría ser un buen lugar donde pasar la noche si hay auroras, ya que además, tenemos aún el cielo 100% despejado.
Nos duchamos y aprovechamos para recoger agua del río. Hoy, para celebrar que parece que lo vamos a conseguir, haremos una cena de dos platos (¡todo un lujo!). De noche, alguna nube saca tímidamente la cabeza sobre el paisaje mientras las auroras aparecen por el lugar menos fotogénico posible. Aun así, son tan débiles, que con la presencia de la Luna, casi ni se ven. De manera que decidimos ahorrar baterías, irnos a dormir y comprobar más entrada la noche si regresan con mayor intensidad (por desgracia no es así).
Caítulo 10: el día del "bron"
Hoy nos levantamos tarde. Quizás porque ya respiramos tranquilos al saber los pocos kilómetros que nos quedan para finalizar nuestro recorrido. Desayunamos comprobando que esta noche también ha habido humedad dentro de la tienda, de modo que aprovechamos que vamos bien de tiempo y que hace sol, para tender la ropa y secar la tienda y todas nuestras pertenencias sobre un campo de arándanos. Hoy volveré a hacer uso de mis gafas de sol.
Ayer nos desviamos un poquito para encontrar un buen lugar donde acampar así que ahora nos toca subir por la pendiente el Vuojnesvárásj (1006 m), desde la cima del cual tenemos unas impresionantes vistas de Guhkesvágge, el valle en el que nos estábamos adentrando por error el “día horribilis”. También desde aquí tenemos una amplia visión de la explanada debajo de nuestros pies (anónima según el mapa) y que está repleta de lagos, el más lago de los cuales tiene 3 km de largo y se llama Liehtjltjávrre. Destaca la montaña Sluggá (1279 m) y su reflejo sobre las aguas.
Empezamos el descenso por una tartera inclinada mientras nuestras siluetas se recortan en el paisaje hasta llegar a la gran explanada. Cruzamos el primer río, con un par o tres meandros. El agua está fría, pero llegados a este punto ya nada nos asusta. Además, cruzar un río cuando hace sol y no hay viento, no es una cosa tan desagradable.
Seguimos avanzando, intentando evitar sin éxito la tundra inundada hasta llegar a otro río. Este es enorme y el agua sin duda baja con demasiada fuerza para cruzarlo a pie. Por suerte, sabemos que un poco más arriba hay un bron (puente), ya que figura en el mapa y que nos facilitará el trabajo.
Subimos por el lado izquierdo del río y nos fijamos en su profundidad y la fuerza. Parece bastante complicado de cruzar a pie. La única manera sería que Tato cruzara nadando con su mochila (que es impermeable 100%) la vaciara en el otro lado y regresara nadando, metiéramos todo lo mío dentro de su mochila y cruzáramos nadando los dos (uff!). Por suerte, dentro de un rato remontando el río, encontramos el puente. Se trata de un puente colgante, una estructura metálica que une ambos lados del río, sin duda empleado por los Samis durante la migración de los renos o para evitar males mayores con los pocos excursionistas que se adentran en esta zona.
Una vez cruzado el río hemos dejado Sarek atrás y volvemos a estar en Stora Sjofallets. De nuevo, las zonas de arándanos vuelven a mezclarse con zonas de tundra inundada, roca y de tanto en tanto, algunos pequeños arbustos molestos. Finalmente, encontramos un sitio perfecto donde plantar la tienda. Es pronto pero ahora vamos un poco más tranquilos y nos permitimos el lujo de descansar algo más pronto y gozar de las últimas vistas de los glaciares del Ahpar durante la puesta de sol.
Capítulo 11: Vegetación densa
Nos levantamos con la tranquilidad de verlo todo bien atado y desayunamos. Nos tomamos la libertad de usar más café y galletas y lo acompañamos todo, como no, de arándanos recién cogidos. Después de este momento de paz continuamos con nuestra rutina: desmontar campamento, preparar mochilas e iniciar el camino que nos llevará al próximo punto de la ruta.
Hoy, según la leyenda de nuestro mapa, nos toca cruzar una zona de vegetación densa. No sabemos de qué se trata pero imaginamos que es posible que encontremos alguna zona de árboles que nos dificulte el paso.
Comenzamos a caminar, avanzando velozmente entre prados de arándanos, pero no tardamos en descubrir en qué consiste esto de la vegetación densa. Se trata de unas zonas bastante amplias y difícilmente evitables, pobladas de pequeños y medianos arbustos que, aunque a primera vista parezcan poca cosa e inofensivos, rápidamente se retuercen con los pies al andar. Los bastones de trekking, se lían y enredan cada dos o tres pasos y en las zonas en las que son más altos, es necesario abrirse camino apartándolos con las manos y los brazos. Por si fuera poco, de tanto en tanto hay algunos puntos medio inundados por los que pasa un río aparentemente inexistente, ya que los arbustos le pasan por encima y no se ve.
Pasamos un buen rato pasando por esta zona de vegetación densa. Avanzar se vuelve lento, aunque poco apoco vamos haciendo camino. De tanto en tanto, encontramos un pequeño oasis de rocas y arándanos, que aprovechamos para parar a comer y descansar. Parece mentira que después de tantos días andando y de ir reduciendo el peso de la mochila, sigan doliendo los trapecios.
En uno de estos pequeños descansos me parece ver algo volando en el cielo. Está muy lejos, pero por la forma y la manera de volar parece una rapaz.
Seguimos avanzando con dificultades, intentando evitar en medida de lo posible estas zonas de vegetación densa. También toca cruzar algunos riachuelos que de nuevo se alternan con vegetación densa. A cada paso que damos, el paisaje me parece más reconocible. Poco a poco me doy cuenta de que Sluggá (1279 m) es la montaña que nos hizo de fondo en las primeras fotografías de renos que tomamos, el segundo día de ruta. Pasada la montaña, se ve el lago que teníamos delante en el primer campamento y aún más a la izquierda, está la primera subida que hicimos y donde encontré los primeros cuernos.
Decidimos buscar un lugar donde plantar la tienda, ya que avanzar un poco más ya nos dejaría sobre terreno conocido y no nos apetece terminar, preferimos seguir perdidos en Sarek. Seguimos adelante esperando encontrar el lugar perfecto sobre el que levantar el campamento hasta que de repente, una manada de renos aparece de la nada y se posiciona justo enfrente de Sluggá.
Me acomodo en el suelo con mi teleobjetivo mientras Tato se les acerca sigilosamente con su 23 mm y me doy cuenta que de golpe, se le quedan mirando y avanzan hacia el con curiosidad. Se le acercan bastante, hasta que parece que han visto todo lo que querían y lo adelantan por un lateral y continúan su camino montaña arriba. Posiblemente sean los últimos renos que veamos y esto ha sido una bonita despedida. Creo que ha sido la vez que los hemos tenido más cerca.
Decidimos plantar aquí la tienda por si el encuentro se repitiera. Es pronto y la temperatura agradable en el exterior. Además, fuera de la tienda hay una enorme roca con forma de sofá, que decido aprovechar para escribir mi diario de viaje mientras Tato está dentro de la tienda, leyendo un número de National Geographic. Es curioso pero es el primer día que podemos llevar a cabo esta rutina aparentemente normal, pero durante la ruta hemos montado los campamentos con los últimos rayos de sol y una vez dentro de la tienda, el frío se apoderaba de nosotros hasta tal punto que, cosas tan sencillas como leer o escribir, eran impensables. Muchas tardes, después del chocolate caliente, lo único que podíamos hacer era meternos en el saco y gozar de su protección hasta la hora de cenar.
Poco a poco cae el sol y las nubes cogen color. Nuevamente disfrutamos de fotografiar la puesta de Sol sobre las montañas de los alrededores. Gozamos de una buena cena, nuevamente con primero y segundo, mientras esperamos unas auroras boreales que no aparecen. A medianoche, Tato me despierta y me dice que escuche en silencio. Fuera, justo al lado de la tienda hay algo. Alguna cosa hace un sonido seco, como una respiración profunda. Poco a poco me incorporo e intentando no hacer ruido, salgo del saco y trato de abrir la cremallera de la tienda. Sacamos los dos la cabeza. Es oscuro, no vemos nada, pero el animal ya no está cerca. Aun así le oímos en la distancia. ¿Será un reno? ¿Será un oso? Poco a poco, el sonido se aleja y desaparece.
Capítulo 12: en busca del campamento 1
Comenzamos a caminar por estos parajes que cada vez nos son más familiares. El camino es bastante sencillo y no podemos evitar pensar que si hubiéramos empezado la ruta en esta dirección muy probablemente hubiéramos continuado con la idea inicial de llegar hasta Kivikjok. Aun así, es posible que más adelante nos hubiéramos encontrado igualmente con la falta de días y quizás, al no quedarnos alternativa, hubiéramos forzado nuestros límites, sobrepasándolos y sufriendo consecuencias. Llegamos a la conclusión de que la ruta que hemos seguido era la mejor opción y además hemos visto la zona más salvaje y desconocida de Srek y Stora Sjofallets (de hecho, los días que recordamos más productivos, destacados y memorables son aquellos en los que más hemos sufrido, ya sea por el clima o el terreno, y esto no hubiera pasado de haber empezado en dirección sur.
Seguimos caminando mientras miramos el mapa y conseguimos evitar una gran zona con riachuelos y vegetación densa. Aun así hay un río que no podemos evitar. Un río inmenso que nos da la despedida mojándonos más allá de las rodillas. Como siempre, nos arremangamos y buscamos el mejor punto por donde cruzar. Aquél que tenga una buena combinación de profundidad y fuerza de la corriente. Pasito a pasito y con cuidado de no resbalar, alcanzamos el lado opuesto con una sonrisa de satisfacción y nos secamos los pies bajo el calor de los rayos del sol.
Continuamos avanzando en diagonal, iniciando la bajada mientras poco a poco, aparecen las vistas del primer día, con Gartjejávrre y la presa de Suorva al fondo. Con tristeza, vemos en la distancia lo que parece un vehículo que avanza por la carretera.
Sería fantástico encontrar el primer campamento para plantar la tienda hoy. Lo recordamos con nostalgia, por ser el primero del viaje, cuando inconscientes, cenábamos en el exterior, sobre la vegetación y las rocas, sin ir demasiado abrigados, con unas vistas espectaculares y sin saber las aventuras que nos esperaban.
Seguimos caminando y en seguida nos damos cuenta de que aquél paisaje que dejamos atrás hace dos semanas ahora es de color fuego. Amarillos, naranjas y rojos contrastan con los verdes que recuerda nuestra memoria. En dos semanas ha llegado el otoño, y suponemos que poco después de que dejemos este lugar llegará el invierno, cubriéndolo todo de blanco.
Desde que hemos cruzado el río, el suelo bajo nuestros pies se ha convertido en un festival de arándanos. Son extremadamente enormes y están por todas partes, de manera que no podemos evitar cogerlos a puñados a cada paso que avanzamos. EN breve minutos tenemos las manos y la boca de color lila, igual que la lengua y los dientes.
Nos acercamos a la zona del campamento 1. Todo nos resulta familiar pero no estamos seguros de poder localizarlo (entre otras cosas porque es el único campamento que no hemos marcado con el gps y por otro lado porque el primer día lo encontramos por casualidad, cuando avanzábamos por el bosque campo a través).
Acabo de un rato de buscar encontramos un camino y decidimos seguirlo. Este, nos hace perder altura a una velocidad increíble y los bordes están llenos de arándanos gigantes. Aun así, al movernos tan rápidamente nos alejamos de la supuesta ubicación del campamento anhelado, de manera que propongo seguir nuestro instinto campo a través. Esto resulta una idea terrible, ya que cambiar tan de repente de un camino agradable a cruzar entre bosques enfangados, con taiga, vegetación densa, ramas y árboles caídos, riachuelos espontáneos y rocas resbaladizas… pues se nota
A cada paso que damos más me doy cuenta de la cagada de esta decisión, sobretodo porque cada vez que encontramos algo mínimamente parecido al campamento 1 resulta ser inhabitable. El suelo es inundable y en los pocos lugares que no es así, el suelo está lleno de arbustos espinosos que podrían destrozar la tienda. El tiempo que hasta ahora nos sobraba se va agotando mientras nos damos cuenta que hay que abandonar la idea del campamento 1. Tomamos la decisión de seguir bajando y acampar en el bosque.
En nuestra bajada y con las últimas luces, localizamos un llano minúsculo en una zona del bosque. El sol está muy bajo mientras plantamos el último campamento mientras las nubes se tiñen de rosado. Vamos al río a ducharnos y aprovechamos para hacer algunas fotografías de un pequeño salto de agua y la puesta de sol. Después, hacemos nuestro obligado chocolate caliente mientras observamos el cielo despejándose y esperamos una última oportunidad de ver auroras. Desgraciadamente, avanzada la noche, el cielo se cubre y la luz de la Luna li inunda todo.
Capítulo 13: back to suorva
Nos levantamos pronto y después de desayunar gastando todo lo que nos queda de café y de galletas, desmontamos el campamento y nos ponemos en marcha.
Nos tomamos nuestro tiempo para pararnos y fotografiar cada rincón del bosque que nos llama la atención. Filmamos también nuestras últimas tomas de vídeo mientras deshacemos el camino del primer día, entre riachuelos y barro. Poco a poco dejamos atrás los paisajes que nos han acompañado a lo largo de tantos días, el frío, los renos, las auroras, los arándanos,…
No necesitamos caminar demasiado tiempo hasta encontrarnos don el cercado de renos del principio de la ruta y casi sin darnos cuenta, ya estamos pisando suelo asfaltado. Es desagradable, y casi de forma inconsciente e involuntaria, comenzamos a caminar fuera del camino, por donde aún hay tierra y piedras.
Nuestro paso es acelerado, temerosos de perder el autobús y tener que hacer noche en la presa, pero parece que lo más probable es que tengamos que esperar. Al girar la curva nos encontramos con el gran molino eólico y la presa de Suorva.
Hace unas cuantas décadas, toda esta zona formaba parte del parque natural Stora Sjofallets, conocido por su gran cascada homónima con el sobrenombre de “la catarata de Niágara nórdica”. Se dice que esta cascada se veía desde kilómetros de distancia y que se oía des de toda el área natural. Desgraciadamente quedó en silencio después de la construcción de una planta energética, en el 1919. Parte de este plan energético es la construcción de la presa de Suorva, por la que ahora mismo estamos caminando y que, además de modificar el paisaje, también ha alterado las rutas migratorias de los renos, afectando a su vez a la vida de los Samis.
Ya más lentamente, como si no quisiéramos marcharnos, llegamos y cruzamos la puerta que nos deja fuera de las inmediaciones de la presa y localizamos el punto en el que nos dejó el autobús el primer día. Todavía falta una hora para que llegue el bus, de modo que nos sentamos en el suelo y aprovechamos estos últimos momentos de tranquilidad, leyendo y escribiendo en el diario de viaje.
De repente, el bus llega, se detiene y se abren las puertas. Dejamos las mochilas en el compartimento de equipajes, subimos y pagamos.
Sonreímos mientras nos encontramos con las miradas de los otros pocos pasajeros, todos ellos con pinta de montañeros y excursionistas con la ruta recién terminada.
Marta Bretó
Fotógrafa de naturaleza y guía de montaña y de viajes, disfruta recorriendo los paisajes más variados y las noches más estrelladas con la intención de captar los aspectos salvajes y bellos que la naturaleza ofrece a través de sus imágenes.
Amante incondicional de la naturaleza y la fotografía, hace de su pasión su forma de vida, además de utilizar su trabajo para motivar la conservación y el respeto de la vida salvaje.