Hornstrandir: Tras las huellas del zorro ártico

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Marta Bretó

Era el avión más pequeño al que había subido hasta aquel día. Salíamos a las ocho de la mañana y solamente habíamos podido dormir unas dos horas. Arrancábamos motores, las hélices del avión comenzaban a girar mientras la azafata describía las pautas de actuación en caso de emergencia. Nos elevábamos.

En menos de 40 minutos llegamos a Isafjördur. El aterrizaje fue espectacular. El avión descendió a toda velocidad rozando los acantilados. Parecía que iba a aterrizar sobre el mar, en el fiordo, pero en el último momento apareció la pista de aterrizaje.

Enseguida encontramos nuestro alojamiento, donde dejamos las mochilas para salir a pasear. Isafjördur es un pueblo pesquero de menos de 3000 habitantes en el que hay poco más que ver que sus dispersas casitas, su puerto y alguna tienda de souvenirs.

Desayunamos y fuimos a buscar las cuatro cosas que nos faltaban para nuestra expedición: gas para cocinar, algo más de comida y un mapa de la zona suficientemente detallado para entender la geografía del lugar y poder trazar la ruta.

Día 1: 0 ríos, 0 zorros

Después de un buen desayuno y de organizar las mochilas nos dirigimos al puerto, donde un barco nos llevó a nuestro destino, la península de Hornstrandir, deshabitada desde 1948.

Desembarcamos en Hesteyri y empezamos a caminar por una ruta prácticamente improvisada que vamos siguiendo gracias a la ayuda del mapa y el GPS.

Lo primero en impactarnos es que hay mucha nieve (al menos más de la que esperábamos encontrar en esta época del año). Por suerte hemos sido precavidos y llevamos material para la ocasión (polainas, guantes impermeables, etc.).

Después de recoger un poco de agua del río Hesteyravá hemos subido por Lónguhlídardalur (dalur significa valle en islandés), dejando la montaña Kagrafell (507  m) a nuestra izquierda. Aquí hemos tenido nuestro primer encuentro con la fauna: una pareja de cisnes que ha desaparecido en la inmensidad del paisaje tras sobrevolar la zona en la que nos encontramos.

La mochila pesa muchísimo (23 kg) y dentro llevamos todo lo que vamos a necesitar  durante los próximos 10 días de ruta; la tienda, el saco de dormir, comida, ropa de abrigo e impermeable, botiquín, etc. Pero además del peso y el tamaño de la mochila, se me hacía complicado llevarla porque no era mi talla, así que a media excursión de hoy nos hemos visto obligados a hacer un poco de costura y bricolaje para adaptarla un poco a mí.

Llegados a un punto nos ha tocado hacer una ascensión por una zona nevada con una fuerte pendiente que nos ha llevado a alcanzar el paso de Dagmálaskard, el cual nos abre las vistas hacia un nuevo valle.

Bajamos del paso patinando sobre la nieve, como si esquiáramos, hasta llegar a un gran lago que sospechosamente no se parece al del mapa. Supuestamente, debimos haber llegado al lago Fljótavatn, pero en seguida nos damos cuenta de que en realidad estamos en el Reydardalsvötn y esto quiere decir que nos hemos equivocado de valle, así que nos toca ascender de nuevo la pendiente hasta el collado de Háaheidi, que, ahora sí, nos lleva al valle de Glúmsdalur, en el fondo del cual destaca el enorme Fljótavatn. No obstante, ya son las 22h i pese a que aún hay mucha luz debido a la latitud (en verano nunca oscurece en Islandia), llevamos 7 horas y media caminando y estamos cansados, de manera que plantamos la tienda en un rincón idílico y cenamos bajo el sol de medianoche.

Día 2: 0 ríos, 0 zorros

Por la noche ha refrescado y he tenido que ponerme el gorro y la braga de cuello dentro del saco porque aun siendo este de plumas pasaba frío. Nos hemos levantado tarde, con la desagradable sorpresa de que se nos terminó el sol de la bienvenida; hoy toca lluvia. Por suerte no es una lluvia muy potente y llevamos ropa impermeable suficiente.

Antes de empezar a caminar, miramos el mapa y se me ocurre un atajo que nos ahorrará mucha subida y tiempo, pero que desgraciadamente termina por convertirse en un camino interminable lleno de nieve y piedras.

Hemos reseguido toda la cadena montañosa desde Jökladalir hasta Thorleifsdalur, donde una pendiente de nieve impresionante nos lleva al paso de Thorleifsskard. La mirada hacia arriba y caminar con seguridad, pues un paso en falso y podríamos resbalar sin control hasta precipitarnos hacia uno de los lagos glaciales del fondo del valle. Una vez en la cima, las vistas de un nuevo valle, Almenningar vestri, nos esperan.

La bajada, mucho más sencilla que la ascensión, nos prepara una sorpresa; las piedras resbalaban y había que caminar con mucho cuidado. Por desgracia, el cansancio del camino, sumado a la sensación de que lo difícil ya había pasado me hizo pecar de exceso de confianza y prestar poca atención al terreno. Un mal paso me hizo resbalar y caer al suelo de una forma bastante aparatosa. El peso y volumen de la mochila hicieron que me fuera imposible frenar la caída y ahora me dificultaban incorporarme. Con el dolor de la caída y una postura bastante antinatural que me hacía pensar que algo no estaba en su sitio, pude abrir los anclajes del pecho y la cintura como pude y levantarme poco a poco e intentar andar.

El dolor de la caída fue similar al que tuve unos años atrás, cuando me rompí el cruzado anterior de mi rodilla izquierda y por un momento temí que hubiera vuelto a pasar. Por suerte, parecía que podía andar.

Continuamos unos metros, ya buscando un lugar donde acampar y pasar la noche. Entre medio de placas de nieve encontramos una pequeña llanura de hierba y musgo rodeada por riachuelos, como un pequeño oasis.

Día 3: 2 ríos, 2 zorros

Nos levantamos y aunque parece que no puedo flexionar la pierna veo que no me duele ni me impide caminar, de manera que recogemos el campamento y continuamos.

Empezamos con nieve y una subida moderada-alta hasta el paso de Almenningaskard, que nos abre las vistas a la bahía de Hlöduvík, con unas montañas que se elevan entre la niebla.

Aprovechamos este momento para desayunar-comer mientras revisamos el mapa y buscamos nuestro próximo campamento con la mirada. El campamento de Búdir, en la lejanía, de golpe nos parece una meta asequible.

Durante la bajada, vigilaba con atención donde ponía los bastones y los pies, hasta que de golpe, un sonido parecido al de una gallina me llama la atención (¡sobre todo teniendo en cuenta que aquí es imposible que haya gallinas!)

Saco mi cámara y sondeo el paisaje con el teleobjetivo de 300 mm esperando ver algún tipo de ave desconocida cuando de repente, algo más peludo se mueve entre las hiervas: un zorro ártico.

Mucha distancia nos separa y como consecuencia, las imágenes obtenidas no resultan precisamente espectaculares, pero se podía ver con claridad su pelaje marrón y la cola todavía blanca.

Continuamos hasta Midaftansdalur, donde nos encontramos con el primer río a cruzar. El agua, como esperábamos, era muy fría, puesto que procede de glaciar. No obstante, la horrible sensación de frío no tardó en desaparecer y convertirse en alivio una vez secados los pies al otro lado del río.

Nos calzamos de nuevo y continuamos bajando hasta la playa, donde tuvimos nuestro segundo encuentro con el zorro ártico. Este ejemplar nos pasó muy cerca i nos estuvo observando mientras se paseaba por la playa marcando su territorio hasta que nos dejó atrás. Este ejemplar, aún tenía porciones de pelaje invernal a ambos costados del tronco.

Tras cruzar un nuevo río de aguas gélidas, no tardamos demasiado en llegar al nuevo campamento. Eran las 9 de la noche.

Día 4: 2 ríos, 2 zorros

Hoy nos levantamos con el reto de llegar a aproximarnos al máximo a la bahía de Höfn. El terreno en Hornstrandir en general, es mucho más abrupto y accidentado de lo que habíamos imaginado y previsto con el mapa. Montañas de 500 y 600 metros que surgen de golpe directamente del mar una tras otra nos separan cada día, del siguiente campamento. Solo con ver el mapa, sabemos que hoy nos quedan unas buenas horas por delante.

Nada más comenzar toca cruzar un río bastante ancho, las aguas del cual nos llegan hasta las rodillas (nada mejor para despejarse por la mañana).

Después de un rato caminando nos encontramos con una casita de madera con dos islandeses que nos invitan a charlar con ellos. Esta península se abandonó en los años 50, pero un par de construcciones se han mantenido desde entonces en distintas zonas y sus propietarios las visitan una semana al año, en verano, si hace buen tiempo, accediendo por mar directamente hasta la casa. Después de charlar con ellos y dejarlos sopesar el peso de nuestras mochilas con incredulidad, continuamos hacia Skál, un valle con una gran cascada y una pared aparentemente infranqueable por la que hemos de pasar para continuar con nuestra ruta.

Parecía imposible, pero finalmente llegamos a la cima. Aquí arriba, el viento sopla con fuerza, y lo continuó haciendo durante todo el valle y el siguiente, Un viento tan fuerte y tan en contra que frenaba nuestro paso y que nos helaba si se nos ocurría detenernos a descansar.

Árdalur, el nuevo valle, estaba lleno de nieve y roca, pero al menos ahora la pendiente era suave. Cuando ya llevábamos más de la mitad nos encontramos de golpe con un nuevo río a cruzar, ahora lleno de nieve y hielo.

El agua era extremadamente fría y nos llegaba a las rodillas. Una vez en la otra orilla no podíamos hacer otra cosa que gritar de dolor y secarnos velozmente.

Seguimos por el valle trampeando al máximo los pequeños riachuelos hasta el paso de Atlaskard, que con su último tramo vertiginoso nos abrió el valle de Rekavík, un valle verde y lleno de flores en dirección al mar.

Al llegar a la playa un montón de gaviotas nos dieron la bienvenida alzándose sobre nuestra primera visión de Hornbjarg, nuestro destino a alcanzar en dos días.

Pudimos cruzar el siguiente río gracias a los troncos que había traído la deriva continental (pues en Islandia no existen árboles tan gruesos) y que alguien había recolocado a modo de puente improvisado. En el otro lado del “puente”, empezaba un camino vertiginoso entre acantilados. Un paso en falso podía salir muy caro y el suelo que pisábamos parecía capaz de ceder en cualquier momento. Cuando por fin parecía que el precario camino terminaba nos tocó escalar una pared de piedra con la ayuda de una cuerda.

Con los más de 20 kg en la espalda, nos tocó ascender y descender (por el lado opuesto), hasta la playa de cantos rodados, algunos de los cuales estaban fijos en el suelo, mientras otros se movían al pisarlos. Después de un par de kilómetros de equilibrismo, llegamos al fin, a la bahía de Hornvík. Mientras montamos la tienda, un zorro ártico aparece, cruzando la zona del campamento de punta a punta, prácticamente pasando desapercibida.

Antes de ir a dormir salgo a pasera por la playa cámara en mano y me encanto fotografiando unas pequeñas aves que revolotean cerca de las algas varadas en la playa. Cuando me levanto para volver a la tienda me doy cuenta de que unos ojos me miran. Acabo de sobresaltar a un zorro que, como yo, estaba absorto en los pájaros. Saco la cámara y trato de fotografiarlo, pero ya está muy lejos. Con el teleobjetivo puedo hacer un par de disparos. Suficiente para ver que este ejemplar tiene un pelaje más claro, grisáceo tirando a blanco. Me mira fijamente unos momentos, pero luego se da la vuelta y se va en dirección contraria.

Dia 5: 1 río, 5 zorros

Hoy nos levantamos más tarde, pues hemos decidido que será el día de descanso. Desayunamos viendo como un zorro ártico cruza por el campamento y asciende por una pendiente de hierba, En un punto se detiene y empieza a hacer movimientos como si hubiera alguna cosa que no llegamos a ver desde nuestra posición (quizás un insecto que intenta cazar).

Al cabo de un rato vemos un segundo ejemplar y mientras desmontamos la tienda un tercero. Consigo realizar algunas fotografías, aunque nada espectacular.

Hoy nos dirigimos a la península de Hornbjarg (península del cuerno), el punto más salvaje e impresionante de Hornstrandir, sobre todo por sus agrestes paisajes y la cantidad de fauna que los habita.

Nos ponemos en marcha y después de cruzar un pequeño desierto de arena negra llegamos a un río tan enorme, que a primera vista parece imposible de cruzar. Por suerte y por sorpresa, el agua no está tan fría como en otros ríos y la mayoría del camino, el agua cubre poco, a excepción del tramo final, que llega por encima de las rodillas. Al otro lado del río nos espera una cascada espectacular.

El recorrido a partir de aquí continua a través de una playa de piedra y roca bastante incómoda, Durante el recorrido encontramos sobre las rocas y a modo expositivo, esqueletos de aves y espinas de bacalao, sobras de las comidas de los zorros y muestras de marcaje de territorio.

Comemos y pasamos el resto del día descansando, aprovechando que nos encontramos en el punto medio de la expedición y que Islandia nos regala un nuevo día de sol. También aprovechamos para bañarnos en el río y lavar nuestra ropa.

Día 6: 0 ríos, 2 zorros

Se levanta el día soleado y por primera vez salimos sin mochila (pues repetiremos campamento por la noche). Nuestra intención es recorrer los tres valles de Hornbjarg; Ystidalur (el valle del extremo), Middalur (el valle de en medio) y Innstidalur (el valle interior).

Cogemos únicamente  una mochila con lo básico: algo de abrigo e impermeable por si cambia el tiempo, algo de comer y material fotográfico.

Iniciamos el camino por la playa y tomamos un camino que va ascendiendo najo la mirada de los zorros. No los vemos, pero oímos su canto desde nuestra posición.

Hace bastante calor, de modo que vamos solo con la camiseta térmica, pero a medida que ascendemos, el viento va ganando fuerzo y nos obliga a abrigarnos. Después de mucho subir alcanzamos el extremo de la península, el Horn (el cuerno), donde un cortado de centenares de metros nos separa del océano.

Miles de aves revolotean sobre nuestro; primero gaviotas y fulmares, pero enseguida empezamos a ver otras especies, como las alcas y los araos.

A partir de este momento toca reseguir los acantilados hasta una gran pendiente que nos lleva a la cima del Midfell, donde el viento sopla con fuerza. Parece que en cualquier momento una racha nos vaya a llevar volando con los pájaros.

De bajada nos encontramos con un enclave que me recuerda a uno de los cuadros de Caspar David Friedrich, incluso intento plasmarlo con mi cámara. Aquí nos quedamos un rato, observando el ir y venir de las aves que nidifican en los distintos estratos del acantilado.

Proseguimos descendiendo Midalur hasta Middalsvatn (el lago de este valle). Parece que en este punto el camino se vuelve dudoso pero nos las acabamos arreglando para llegar a la cima de Kálfatindar, con duras penas, ya que de golpe entra una densa niebla que parece no querer marcharse.

Llegamos a ciegas a un cortado de 534 m de altura que lleva directamente al océano. La visión es muy dramática, con el cortado, la niebla y las aves. Casi no vemos nada, tan solo los fulmares boreales deslizándose por el aire mostrando una destreza y un dominio excepcionales de la fuerza del viento. Aparecen y desaparecen entre la niebla y algunos nos pasan a menos de 1 metro de distancia. El sitio no es apto para los temerosos de las alturas. Nosotros tan solo nos acercamos al acantilado tumbados en el suelo, pues somos conscientes que no somos como los fulmares y que un paso en falso sería nuestro fin.

Seguimos andando entre la niebla, perdidos totalmente en la blanca inmensidad. Ahora el mapa no sirve de nada, por suerte llevamos también la brújula y el GPS.

Durante el camino encontramos cascaras de huevos. También plumas y huesos, seguramente procedentes de alguna captura del zorro ártico. Seguimos descendiendo hasta el momento en el que la niebla se vuelve menos densa y nos parece reconocer el valle de Innstidalur, donde tenemos nuestro campamento.

Ahora que ya sabemos dónde estamos y ya más tranquilos sin la niebla, decidimos seguir resiguiendo los acantilados. Nos encontramos con uno especialmente espectacular, con un pináculo de piedra piramidal que se abre paso entre la niebla. Los fulmares de nuevo, hacen acto de presencia junto a gaviotas y araos.

Encuentro unas flores interesantes para una buena composición, así que encuadro dejando un poco de espacio negativo por el que pudiera pasar un fúlmar. Mientras estoy en el suelo esperando el momento decisivo, de golpe y como si fuera lo más normal del mundo, me pasa por delante un zorro ártico.

Los nervios se apoderan de mí. El objetivo no enfoca, ahora no dispara, ahora el zorro se aleja, ahora cambio el objetivo…

Un momento bastante ridículo, ya que el zorro seguía paseándose como si con él (ella, de hecho) no fiera la cosa. Parece que entra al acantilado a cazar, pero finalmente no lo ve claro y se retira. Se detiene entre las flores y por un momento consigo un buen retrato. A los pocos segundos, se incorpora y se marcha.

Cuando llegamos al campamento vemos que los fuertes vientos han roto uno de los tubos metálicos de la estructura de la tienda. Por suerte, esta no ha salido volando, ya que están todas las piquetas bien clavadas. Además, tenemos un tubo de repuesto con el que conseguimos repararla.

Día 7: 0 ríos, 1 zorro

Ha sido una noche horrible. Con diferencia, la peor.

El viento no ha parado de soplar ni un solo momento y pese a no haber pasado frío, parecía que en cualquier momento la tienda se fuera a romper o salir volando, arrancada por la fuerza de los elementos.

Mil cambios de postura, brazos dormidos, pesadillas de tiendas voladoras, sumado a la tensión de saber que las mochilas están fuera y pueden salir volando (como esta tienda no es muy grande, las mochilas y nuestro material no cabe dentro y pasa la noche fuera, con una funda impermeable)

La meteorología es mala, tenemos una niebla muy intensa y parece que nuestros planes de alcanzar el antiguo faro de Latravík se verán afectados. No tiene sentido ir allí si no se pueden ver las vistas de los acantilados.

Pasamos el día resguardados, bien alimentados y fotografiando los zorros que se acercan al campamento, desde nuestra tienda que ahora funciona como hide (un hide naranja chillón, por supuesto).

Cuando la niebla se levanta un poco y nos permite ver el paisaje cercano, decidimos dar una vuelta por la playa, y aunque no vemos ningún zorro sí que vemos sus rastros y algunas aves.

Después de cenar oímos un ruido y abrimos la cremallera de la tienda, lo justo para ver cómo pasa un zorro justo por delante. Milagrosamente logro tomarle una foto, aunque a estas horas y con niebla debo forzar mucho la sensibilidad de la cámara. Más tarde, salgo de la tienda y me llevo la sorpresa de que el zorro de antes está tumbado al lado. Descasando y bostezando sobre el musgo. Le saco un par de fotos y le dejo allí durmiendo.

Día 8: 1 río, 2 zorros

Nos levantamos y parece que hace buen día, excepto en los acantilados, en donde aún reina la niebla. Aun así lo intentamos y preparamos nuestras mochilas para salir en nuestro regreso de los acantilados.

Antes de marcharnos me acerco a hacer un último vistazo a la playa, lo justo para ver algo muy curioso. El zorro de ayer, hembra por cierto, está cruzando delante de mí con un cachorro en sus fauces. Es un momento mágico y muy difícil de ver, ya que la madre estaba trasladando al cachorro de su madriguera natal y a la normal, más espaciosa ahora que la cría está ganando tamaño.

Nos vamos para arriba. La hierba está húmeda y poco a poco nos adentramos en la niebla más espesa. No se ve nada pero seguimos avanzando. Los pantalones y las botas están completamente mojados por la humedad en las plantas y las gafas se me llenan de micro gotitas que no me dejan ver. Termino por quitármelas y avanzar “a ciegas”.

Para variar terminamos ascendiendo campo a través por la parte más inclinada, pero terminamos donde queríamos llegar. En medio de la niebla, acantilado sirve de casa a miles de aves. El sol se filtra levemente entre el espesor de las nubes mientras los fulmares sobrevuelan la estampa.

Nos estamos un buen rato observando este momento hasta que decidimos subir un poco más, inventándonos de nuevo el camino entre la hierba mojada. Des de arriba, las nubes se abren un poco y dejan salir los pináculos de piedra. Debajo y sobre la nube, se dibuja una gloria a modo de arco iris que cruzan gaviotas, fúlmares y algún que otro arao.

Continuamos avanzando entre acantilados, pero la niebla no se va, de modo que decidimos bajar para desmontar el campamento y continuar nuestro camino. De bajada vemos otro zorro ártico, pero está demasiado lejos y caminando en dirección contraria.

Deshacemos nuestro camino hasta Hornvík para continuar ascendiendo por el valle de Vidishlid hasta Veidileysufjördur, en el extremo sud de Hornstrandir y donde esperamos poder coger el barco de vuelta.

Cruzamos de nuevo el enorme río Hrafnarós y toda la explanada de Hrafnarbás, donde puedo fotografiar aún algunas aves.

De nuevo toca inventarse el camino. Subimos por una pendiente de casi 90º con musgo y hierba densa, por el lateral de una cascada enorme. Creo que ha sido lo más cansado del viaje. Una vez arriba, encontramos una gran explanada de musgo y un río con vistas impresionantes de Hornvík y Hornbjarg.

Decidimos plantar la tienda mientras aún nos dan los últimos rayos de sol (ya que aunque no se haga de noche, tenemos unas grandes montañas (Darri, de 667 m y Einbuí, de 439 m), que nos taparán en seguida el Sol.

Después de unos buenos tortellini y de constatar que la temperatura está descendiendo nos preparamos para pasar la noche. Antes, salgo a dar una vuelta y me encuentro con un paisaje impresionante. Bajo mis pies, el río se convierte en cascada y sus aguas caen en picado hacia el fondo del valle. La luz es casi mágica. Llegadas las 23h, el sol de medianoche da una luz espectacular que, sumada a la niebla que se va formando en la zona más baja y que poco a poco reclama la posesión del paisaje.

Día 9: 2 ríos, 1 zorro

Nos despertamos bajo un impecable cielo azul. Esta noche ha sido muy fría, tanto que he usado dos pares de calcetines y el plumas dentro del saco. Desayunamos bajo una luz que nada tiene que ver con la de anoche, ahora plana y sin contraste.

Arriba, en lo alto del collado al que nos dirigimos, crece la niebla. Donde estamos nosotros, el sol se tapa y el viento empieza a soplar con fuerza. Es hora de salir.

Para variar, empezamos a subir por el punto de máxima pendiente, entre otras cosas para evitar cruzar un río helado que, como no, terminamos por cruzar igualmente por otro punto más alto y con más nieve.

El camino sigue subiendo y cada vez sopla más viento. No puedo evitar recordar los primeros días y hacer una comparación del peso de la mochila. No se cuánto debe pesar ahora pero algo menos, ya que hemos comido gran parte de la comida que llevábamos.

Vamos ganando altitud y con esta, el camino se va volviendo más y más blanco. Regresan los líquenes y las tarteras traicioneras. Después de una tartera final llegamos al paso de Hafnarskard. Desde la otra vertiente, las nubes se desplazan con la presencia del sol, haciendo que suban las temperaturas. La visibilidad es óptima y frente a nosotros se abre el paisaje de Veidileysufjördur.

Comienza un descenso entre acentuadas pendientes, que bajamos patinando, dejándonos caer sobre la nieve. Alternamos entonces bajadas de nieve con incómodas tarteras hasta llegar al segundo río.

Intentamos rodearlo pero no hay manera, hay que cruzarlo. Por suerte, se trata de nuestro último cruce de río.

El viento hace un rato que se ha detenido y las temperaturas han aumentado considerablemente, de modo que podemos prescindir de los cortavientos.

El valle está lleno de mojones de piedra. Algunas parecen algún tipo de obra arquitectónica de lo enormes que son. Hasta alguien se ha tomado la molestia de empedrar tramos del camino, poniendo rocas en los laterales de las curvas.

De golpe, el camino se vuelve más húmedo y fangoso. Para no hundirnos, vamos pisando las plantas hasta que finalmente alcanzamos la playa, donde tenemos marea baja y podemos reseguirla sobre las algas hasta visualizar la zona de acampada. Al acercarnos y desde la distancia vemos que Hornstrandir nos reserva un regalo de despedida: un último zorro ártico.

Nos acercamos con mucho cuidado y dejamos las mochilas a un lado. Con cuidado, nos acercamos para verlo buscando comida entre las algas. Puedo filmarlo mientras come, aunque poco a poco se va alejando de donde estamos. Decido seguirlo y desde un saliente de hierba y piedra puedo observar como descansa. Con paciencia, logro hacerle un retrato pero por desgracia, el sonido del obturador lo alarma y se marcha.

Tomamos nuestra última cena caliente rodeados de familias de eíderes que nadan de una punta a otra de la playa. Mientras tanto, la marea empieza a subir. Desde dentro de la tienda oigo el sonido de las olas a tocar de nuestros pies. Da la sensación que tenemos el agua a unos dos centímetros y que si la marea sigue subiendo nos despertaremos flotando en el océano ártico.

Día 10: 0 ríos, 1 zorro

Me despierto a pocos minutos de las 02:00 h por el ruido de un zorro cercano al campamento. Abro el saco, me pongo la chaqueta de plumas, abro la cremallera de la tienda y le veo irse. Intento fotografiarlo pero está demasiado lejos. La luz de la noche, pese a poder ver, me obliga a subir demasiado el ISO y la fotografía pierde calidad. Me vuelvo al saco.

A las 04.30 h vuelve a cantar el zorro. Salgo del saco. Abrigo, gorro y cámara. Le veo marcharse de nuevo. Es el ejemplar más miedoso que hemos encontrado. Salgo a dar un largo paseo por la playa pero no la encuentro. Me vuelvo a dormir.

6:30 h. ¡Otra vez!

Salgo. Le veo en la distancia. Me preparo, vuelvo a salir, pero ya no está. Doy otro paseo sin suerte. Ya no se si le he visto o si me lo he imaginado. Me vuelvo a dormir.

Nos levantamos y preparamos el último desayuno. Como cada mañana, nuestro café con leche y las galletitas de rigor. Una vez comidos, vamos desmontando el campamento. A media mañana, un punto brillante aparece en el horizonte: es nuestro barco.

Desde su cubierta observamos la tierra que dejamos atrás y algo en nosotros se rompe. No queremos marcharnos. Noto como una parte de mí se está quedando en ese pedazo de tierra y sé que tarde o temprano deberé regresar a buscarlo.

silueta de Tato
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Marta Bretó

Fotógrafa de naturaleza y guía de montaña y de viajes, disfruta recorriendo los paisajes más variados y las noches más estrelladas con la intención de captar los aspectos salvajes y bellos que la naturaleza ofrece a través de sus imágenes.

Amante incondicional de la naturaleza y la fotografía, hace de su pasión su forma de vida, además de utilizar su trabajo para motivar la conservación y el respeto de la vida salvaje.

web de Marta Bretó

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