Esta historia se remonta a finales del siglo XIX, cuando barcos de pesca británicos comenzaron a faenar en las ricas aguas islandesas. Los pescadores locales vieron mermadas drásticamente sus capturas, pero no podían hacer nada para evitar la invasión británica.
En aquellos años, Inglaterra era la reina de los mares, mientras que Islandia dependía de Dinamarca, cuyo gobierno tenía más interés en un provechoso acuerdo comercial con Londres que en la vida de los pescadores islandeses. En 1901 Londres y Copenhague firmaron un tratado que establecía el límite de las aguas territoriales de Islandia en tres millas alrededor de la isla. Y así quedaron las cosas durante 50 años.
En 1944 Islandia declaró la independencia de Dinamarca, y en 1952 el gobierno extendió el límite de las aguas territoriales a cuatro millas de la costa. Como respuesta, los dueños de los pesqueros británicos impidieron atracar y vender sus capturas a los barcos islandeses en los puertos de Hull, Grimsby, Fleetwood y Aberdeen. La Unión Soviética aprovechó la coyuntura y se ofreció a comprar las capturas islandesas a cambio de vender petróleo, algo que no agradó nada a Estados Unidos.
Las frías aguas que rodean la costa de Islandia son muy ricas en vida marina.
En 1956, el gobierno británico obligó a los dueños de los pesqueros a levantar la prohibición sobre los barcos islandeses. Pero en 1958, en la primera Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, varios países acordaron un límite territorial de 12 millas. Y este fue el detonante de las tres guerras del bacalao (1958, 1972 y 1975). Gran Bretaña no estaba dispuesta a ceder, pero la amenaza de Islandia de desmantelar la base de la OTAN en Keflavik logró que finalmente David venciera a Goliat. Ahora, las aguas territoriales de Islandia, como las de otros países, se extienden 200 millas a partir de la costa.
En medio de este tira y afloja de luchas políticas y comerciales entre Inglaterra e Islandia, sobresale una apasionante historia de náufragos y héroes que permanece oculta en los recovecos de la memoria. Un resumen de lo sucedido se puede leer en una desgastada placa metálica cerca de los acantilados de Látrabjarg. La historia completa me la contó una mujer que regenta el refugio-hotel de Breiðavik. Mientras fuera rugía el viento y la lluvia imaginé cómo se debieron sentir los protagonistas de la historia que voy a contar.
En los fiordos de Islandia se desatan terribles tormentas, que a lo largo de la historia han provocado multitud de naufragios, cuyos restos descansan en el fondo del océano, en las playas o entre las rocas.
El 12 de diciembre de 1947, el pesquero británico Dhoon se vio arrastrado por una tormenta hacia los imponentes acantilados de Geldingaskoradalur, en Látrabjarg (fiordos del oeste). La Asociación de Rescate Nacional alertó a la población de la zona para organizar una expedición de rescate. En aquella época no existían ni pistas ni carreteras, así que los grupos de rescate tuvieron que avanzar campo a través, de noche y bajo la tormenta. Los primeros 15 rescatadores tardaron tres horas en llegar al borde del acantilado Flauganef, cubierto de nieve y hielo.
La mañana del 13 de diciembre, 12 hombres descendieron 80 metros ayudándose de una gruesa cuerda hasta un promontorio, mientras los otros tres la sujetaban. Desde allí, cuatro continuaron descendiendo 40 metros hacia la base del acantilado con todo el equipo de rescate. Una vez abajo todavía les quedaba caminar más de un kilómetro por las rocas cubiertas de algas para llegar a la zona del naufragio. Como el barco había embarrancado a unos 100 metros de la costa, tuvieron que tender una cuerda con un arnés de salvamento. De los 15 tripulantes del pesquero, tres habían sido lanzados al mar helado por las olas y desaparecieron. Los 12 hombres que seguían con vida tuvieron que pasar esa noche atados al castillo de proa para no ser arrastrados al mar. A las 16.30 h del día siguiente todos lograron llegar a la costa. Algunos apenas podían moverse a causa de la hipotermia. Un miembro del equipo de rescate y siete tripulantes se vieron obligados a quedarse allí hasta la mañana siguiente, bajo una roca grande para cobijarse de las inclemencias del tiempo. Dos sufrieron heridas en la cabeza por la caída de rocas y trozos de hielo. El resto de los hombres pasaron la noche sobre una estrecha cornisa en el acantilado.
La noche del 14 de diciembre otro grupo de rescate consiguió llegar a Látrabjarg con comida y ropa de abrigo. A las seis de la tarde del domingo, tras una agotadora jornada bajo la lluvia y fuertes rachas de viento, fue izado el último de los hombres, Hafliði Halldórsson. Siete tripulantes del Dhoon fueron trasladados a caballo a granjas de la zona, pero cinco estaban demasiado agotados para continuar y se vieron obligados a pasar la noche dentro de una tienda de campaña acompañados por dos islandeses.
Finalmente, a mediodía del 15 de diciembre, 75 horas después del naufragio, todos consiguieron salvar la vida. El 18 de diciembre partieron hacia Patreksfjord, y desde allí a Reykjavík en barco. Antes de Navidad estaban de nuevo en Fleetwood.
Los escarpados acantilados de Látrabjarg, donde tuvo lugar el naugrafio del Dhoon.
Un año después, Þórður Jónsson, uno de los miembros del equipo de rescate, propuso la filmación de un documental sobre el naufragio del Dhoon. Ese mismo verano de 1948, el cineasta Óskar Gíslason filmó la primera parte de la película con algunos de los protagonistas de la operación de rescate. Durante el rodaje de la segunda parte, cerca de los acantilados de Látrabjarg, se recibió la noticia de que otro barco de pesca británico, el Sargon de Grimsby, había embarrancado en Hafnarmúli, cerca de Patreksfjörður.
Cuando los “actores” salieron corriendo hacia el lugar del naufragio, Óskar los acompañó para filmar el rescate real de los seis supervivientes de la tripulación del Sargon. Las escenas de este rescate se aprovecharon para el documental sobre el Dhoon, del cual no existe ninguna toma auténtica. La película Björgunarafrekið við Látrabjarg (Rescate en Látrabjarg), se estrenó el 8 de abril de 1949. Durante todo el verano se proyecta en el museo cada domingo a las tres de la tarde.
Partimos del espartano refugio de Keflavik bajo una fina cortina de lluvia. Al cabo de unos cuantos kilómetros dejamos las bicicletas junto a la pista y nos desviamos por un sendero cubierto de hierba que conduce al acantilado de Geldingaskoradalur. Clavada en una roca, desafiando las inclemencias del tiempo, una placa metálica en cuya base dos manos se agarran por las muñecas, recuerda el heroico rescate del Dohn un frío invierno de 1947.
De las muchas fotografías que tomé, estas son las que mejor transmiten la descomunal fuerza del Atlántico Norte y la tragedia del Epine GY7.
Desperdigados por la arena y las rocas de Djúpalónssandur se encuentran los restos retorcidos y oxidados del pesquero a vapor Epine GY7, que naufragó al este de Dritvik la noche del 13 de marzo de 1948. Algunos hombres consiguieron atarse a las jarcias, donde resistieron toda la noche. Con el paso de las horas el viento aumentó a fuerza 9, venciendo la resistencia de los marineros, expuestos al frío, al viento y a las implacables embestidas del mar.
Poco después del amanecer el equipo de rescate vio a varios miembros de la tripulación en el castillo de proa y la cámara del timonel. Cuando bajó la marea los rescatadores pudieron tender una cuerda con un arnés de salvamento hasta el barco, que algunos tripulantes consiguieron atar al mástil. Un hombre se lanzó al agua, o fue barrido por una ola, y llegó vivo a la playa. Otros cuatro fueron salvados por el equipo de rescate. Los 14 restantes murieron ahogados, de frío o de agotamiento.
64 años después, recorremos la playa entre los antiguos restos de acero del Epine, empujando las bicicletas hacia el pequeño refugio de Dritvik, a un kilómetro de distancia por un escarpado sendero esculpido en la lava.
2 comentarios en “Islandia: Una historia de náufragos y héroes”
Qué historia más bonita, me recuerda alguna historía también de naufragío en Galicia, concretamente la del pueblo de Lira que en 1966 rescataron a la tripulación de la fragata “El Ariete” . Claro que el frío de Islandía y ese acantilado no son iguales, pero cuando el mar se pone con grandes olas, y hay muchas rocas, todos los rescates, son complicados
Hola Maribel, muchas gracias por tu comentario. Estas historias que casi nadie conoce me encantan y me gusta difundirlas para que otras personas las conozcan. Voy a buscar la historia del naufragio que comentas, seguro que vale la pena leer la noticia.