Año 1909
El sonido del agua resulta atronador; incluso desde varios kilómetros de distancia se escucha la fuerza del agua. En este remoto rincón de Laponia el poder de la naturaleza adquiere una dimensión contundente, espléndida. Montañas y colinas inabarcables cubiertas de denso bosque boreal, lagos, ríos e infinitas vistas sin atisbo de huella humana.
Stour Muorkkegårttje, la cascada más imponente de Europa, domina los sentidos en un anónimo lugar por encima del círculo polar ártico. El gobierno sueco, a instancias del explorador polar Adolf Erik Nordenskiöld, accede a declarar parque nacional una extensa zona para preservar la cascada y su entorno de la explotación comercial. Pero poco después los intereses económicos echan por tierra los esfuerzos conservacionistas de unos pocos y se inicia la construcción de una presa hidroeléctrica para generar energía.
Antes de juzgar prematuramente esta decisión es necesario recordar que a principios del siglo XX la taiga y la tundra se consideraban fundamentalmente almacenes de madera, carne y energía, por lo que la conservación de la naturaleza per se era un concepto difuso e incomprensible para muchos, pues no aportaba ningún beneficio tangible a corto plazo.
En la década de 1960 los drásticos cambios que había sufrido esta zona condujeron a su exclusión del parque nacional Stora Sjöfallets. Pero más allá, a tan solo unos centenares de metros, la naturaleza seguía mostrándose en todo su esplendor, igual que siglos atrás, libre de cualquier vestigio de artificialidad. Y así continúa en la actualidad.
Septiembre de 2020
Nos bajamos del autobús en una estrecha carretera rodeada de bosque hasta donde alcanza la vista. En los alrededores no existe ningún centro de información con mapas y artículos de recuerdo. Tampoco hay bares ni restaurantes donde tomar algo caliente sentados a una mesa antes de comenzar a caminar. Ningún letrero indica la entrada al parque. Durante los siguientes diez días caminaremos por una inmensa extensión de taiga y tundra cuajada de lagos, ríos, glaciares y montañas.
No tardamos en avistar los primeros renos, un par de ejemplares adultos y una cría. Aprovechamos para fotografiar y filmar la escena con las montañas de fondo. Nos observan con curiosidad mientras pastan tranquilamente entre rocas cubiertas de líquenes y matas de arándanos y Empetrum nigrum. Al poco rato se alejan a trote lento colina arriba hasta que los perdemos de vista.
A lo largo de esta aventura, la segunda que viviríamos en Sarek, tuvimos que atravesar ríos helados y soportar una meteorología terrible que nos puso en un serio aprieto. Mientras nosotros sufríamos, los renos permanecían indiferentes a los vientos huracanados, la lluvia y la nieve.
A diferencia de sus primos los caribús, que viven en una extensa zona septentrional de América del Norte, los renos de Escandinavia son propiedad de los sami, que los explotan de forma organizada desde el siglo XVI. Su territorio ancestral abarca una inmensa región de unos 100.000 km2 que ellos denominan Sápmi (la tierra de los sami), distribuida entre Finlandia, Noruega, Suecia y Rusia. En aquel entonces las fronteras eran difusas y permeables, y nadie se preocupaba de fijar territorios ni de escriturar propiedades, simplemente porque no tenía sentido hacerlo. Pero las cosas empezaron a cambiar a principios del siglo XX, concretamente en 1905, cuando Noruega y Suecia se separaron. A los nuevos señores no les hacía gracia que un grupo de pastores y sus renos vagaran libremente y sin control por un territorio que ya no era suyo. Esa gente estaba desvinculada de los tiempos modernos, de la tecnología, del progreso. A partir de 1919 comenzaron las reubicaciones forzosas, un destierro en toda regla. Estas palabras me recuerdan la expulsión de los tibetanos de sus tierras ancestrales a manos del gobierno chino cuando invadieron su país en 1950. Como siempre ha pasado a lo largo de la historia, los indígenas pierden sus derechos cuando llega el colonizador.
La relación entre humanos y renos se remonta más allá de 8000 años atrás, cuando los antepasados del pueblo sami, nómadas-recolectores, se adentraron en esta tierra aprovechando la desaparición de los mares interiores. Durante miles de años no tuvieron problemas, hasta que llegó el voraz mundo moderno, con sus grandes ventajas y sus inquietantes problemas.
Los renos están perfectamente adaptados a los rigores de su hábitat, a diferencia de las vacas y las ovejas que pastan estacionalmente en las praderas y las montañas de muchos países del mundo. Las pezuñas de los renos se extienden al pisar el suelo, lo que les permite avanzar con sorprendente facilidad por zonas anegadas o sobre la nieve. En invierno, cuando el paisaje queda cubierto por un tapiz blanco, escarban con las pezuñas para alcanzar el suelo y comer líquenes, hierba seca e incluso algún incauto roedor. El aparato digestivo del reno segrega liquenasa, una encima que rompe la estructura de los vegetales y los hongos. Esta adaptación le permite sobrevivir en un entorno muy pobre en alimento. Como los líquenes carecen de proteínas, cuya digestión requiere bastante agua, los renos se las arreglan comiendo nieve.
Este animal, tan bien adaptado a las condiciones del ártico, no obstante está sufriendo los efectos del cambio climático. Una copiosa lluvia sobre el manto de nieve a principios del invierno, seguida de una súbita bajada de las temperaturas, crea una gruesa capa de hielo que los renos son incapaces de romper para alimentarse. Este fenómeno, antes muy raro, ha provocado la muerte masiva de renos por inanición en algunas regiones de Escandinavia.
De tanto en tanto encontramos astas de diferentes tamaños, unas antiguas, cubiertas de pequeños líquenes, y otras relativamente recientes. Algunas llevarán en el suelo más de una década, semienterradas y tapizadas por la vegetación de la tundra. Se les caen una vez al año, en diciembre a los machos viejos, en primavera a los jóvenes y en verano a las hembras. De vez en cuando los renos mordisquean las astas que encuentran por el suelo para incrementar su ingesta de calcio, un mineral difícil de obtener.
El ambiente gélido del invierno lo paraliza casi todo. La materia orgánica se descompone muy lentamente debido a la menor actividad de las bacterias, e incluso las plantas y los líquenes crecen más despacio. Cuatro años antes, en 2016, nos topamos con los restos momificados de un reno, un recordatorio de lo implacable que resulta el clima ártico incluso para los más preparados.
Aunque nuestras mochilas pesan algo más de 27 kg, Marta recoge algunas de las astas más bonitas para añadirlas a su creciente colección de huesos, cráneos y demás. Las experiencias que vivimos día a día quedan profundamente grabadas en nuestras mentes. Estos intensos viajes de inmersión en la naturaleza nos ayudan a apreciar de una manera holística la relevancia del mundo no humano. Creo que sin darnos cuenta van cambiando la forma en que percibimos nuestro papel en la Tierra y nuestra relación con el resto de los seres vivos.
En contra de lo que puede parecer, Suecia no es un modelo envidiable de sostenibilidad. A ambos lados de muchas carreteras de Laponia se extienden kilómetros y kilómetros de bosques artificiales, monocultivos de píceas que se plantan para luego aprovechar la madera. En zonas apropiadas también se talan bosques centenarios para instalar parques eólicos que proporcionan energía verde al país. La naturaleza biodiversa de hace unas décadas se está convirtiendo en campos agrícolas. Los bosques autóctonos, que evolucionaron durante miles de años para crear un ecosistema saludable y resiliente, se talan a un ritmo insostenible. Solo se dejan unos pocos árboles por hectárea para cumplir con la normativa medioambiental.
Paradójicamente, estos vigorosos bosques artificiales empeoran uno de los problemas que sus defensores señalan como uno de sus principales beneficios. La mayor parte del dióxido de carbono que almacena la taiga no se encuentra en los árboles, sino en el subsuelo. Cuando se arrasan los bosques autóctonos la mayoría de ese carbono almacenado durante siglos se libera a la atmósfera. El nuevo ecosistema no es capaz de almacenar tanto carbono como el antiguo, de modo que aunque se planten miles de árboles las emisiones de CO2 son positivas. De nuevo, el pueblo sami resulta perjudicado por esta práctica de sustitución del bosque, pues los renos están adaptados para vivir en zonas con una amplia diversidad de plantas y árboles. El nuevo bosque boreal es excelente para aprovechar la madera, pero no para vivir en él.
En otros tiempos, sobre todo en los frondosos bosques de la taiga, también había lobos, pero como depredaban sobre los renos y los alces, las presiones del pueblo sami y los cazadores consiguieron que el gobierno eliminara la mayoría de los ejemplares y recolocara a unos pocos en zonas menos conflictivas del interior de Suecia. Ahora, en los vastos bosques de Laponia ya no se escucha el aullido de las antaño numerosas manadas de lobos salvajes.
Pero no todo son malas noticias. Los inmensos parques nacionales de la Laponia Sueca, como Sarek y Stora Sjöfallets, son reductos intocables de naturaleza virgen donde el ser humano es solo un invitado. Aquí podemos ser testigos de cómo era la naturaleza antes de nuestra implacable intervención.
¿QUIERES SABER MÁS SOBRE LAPONIA?
Marta acaba de publicar un interesante artículo sobre las auroras polares. Lo puedes leer aquí:
En nuestro sitio web (indomitus.eu) puedes ver tráileres y películas de nuestras aventuras por algunas de las zonas más prístinas y salvajes del planeta. Clica aquí
En INDOMITUS organizamos un viaje único a la Laponia sueca, diseñado para que puedas vivir en primera mano la experiencia de caminar y explorar la tierra ancestral de los sami. Si te interesa, puedes informarte aquí.
Si quieres profundizar sobre el pueblo sami te recomiendo la lectura de estos libros:
Robo, de Ann-Helén Laestadius
Los señores nos mandaron aquí, de Elin Anna Labba
y también la lectura de este artículo del fotógrafo sueco Marcus Westberg (en inglés). Para acceder clica aquí.