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Marta Bretó

Recuerdos de Chapursan

Tráiler de la película de nuestra aventura en Pakistán

Bajo mis pies noto el traqueteo del coche, que a duras penas me permite escribir las primeras líneas de este diario.

El 4×4, conducido por Alam, bota y rebota mientras serpenteamos por la carretera que une China con Pakistán. De fondo, el sonido ininterrumpido de las bocinas y las posturas imposibles de los ocupantes de los vehículos que, ya sean motocicletas o coches superpoblados, no paran de hacerse fotos de estilo “selfie” con el teléfono móvil, contrastan con la belleza y la tranquilidad del paisaje de montaña.

Con el estómago relleno de daal y naan, regresamos contentos hacia Zood Khun donde, después de días de incerteza, podrá por fin dar comienzo nuestra aventura.

Welcome to Pakistán (15/06/2018)

Llegamos a Islamabad a las 5 de la madrugada y después de un largo momento de tensión esperando las mochilas nos dirigimos al exterior en busca de un taxi.

El problema es que no hemos podido cambiar de moneda y solamente llevamos euros.

Los taxistas hacen cola sentados y nos coge uno y dice que nos puede llevar. Nos acaba timando bastante porque nos cobra 28 € por un viaje de 20 minutos que allí cuesta unos 15 € como mucho, pero pagamos porque estamos muy cansados y solo queremos ir a dormir.

Desde que arranca el taxi comienza una aventura: la conducción por Pakistán.

Todos van como locos. Existen carriles pero a nadie le importa lo más mínimo. La motos van llenas de gente y nadie lleva casco. A veces, nos avanza una moto con hasta 5 pasajeros (niños y adultos). Los coches también van llenos y la gente se acumula incluso sentada en las ventanillas o de pie detrás o en el techo del coche.

De tanto en tanto pasamos junto a un camión súper repintado y decorado con luces de neón, pero posiblemente lo más curioso de todo es que todos pitan sin parar, y no porque estén enfadados, simplemente para hacerse notar.

En la calle no hay normas, es la ley de la jungla, así que digamos que da un poco de miedo y que no hay manera de entender que no haya un accidente cada 15 minutos.

Pasamos por zonas que no son demasiado acogedoras. Cuando nos encontramos en una de ellas el taxi se para: hemos llegado.

Se supone que estábamos en un hotel de 4 estrellas, pero parece un motel “guarro” de los que salen en las películas, donde los traficantes y asesinos se esconden de la ley. La gente del hotel es súper simpática y nosotros no podemos hacer otra cosa que caer muertos a la cama. Son las 7 de la mañana y aún no hemos podido dormir ni un poco desde que subimos al avión, hace ya 24 horas.

Primer contacto (15/06/2018)

A las 9:30 de la mañana (2 h y media después de haber ido a la cama) suena el teléfono de la habitación, situado a 2 cm de mi cara. Es el recepcionista, que nos avisa de que podemos bajar a desayunar.

Como zombies, nos vestimos y bajamos a comernos una tortilla picante que te mueres y un chai ardiente en una sala-restaurante sin aire acondicionado en una ciudad que está a 40 grados de temperatura.

Volvemos a la cama y nos despertamos sobre las 6 de la tarde, dispuestos a dar una vuelta por los alrededores, pero cuando por fin salimos por la puerta una lluvia apocalíptica nos frena: el monzón.

Por lo visto, en la zona de Islamabad el monzón llega por estas fechas. Aun así, en la calle la actividad no se detiene: motocicletas y coches superpoblados corren arriba y abajo, mientras que los peatones caminan tranquilamente bajo la lluvia y el viento huracanado.

Preguntamos en el hotel donde podemos cambiar moneda pero por lo visto hoy es el último día del Ramadán y como consecuencia, todo está cerrado. Desde el hotel nos proponen pedirnos un taxi para acercarnos al centro pero solo tenemos euros así que nos quedamos sentados en la entrada del hotel fotografiando el ir y venir de las motos, a las que parece que el concepto de aquaplanning no les preocupa. Nadie lleva casco y hay motos en las que las mujeres se sientan con las dos piernas hacia el mismo lado.

Para cenar, ya que es fiesta, en el hotel preparan un buffet libre y podemos probar un poco de todo (todo picante, ¡por supuesto!)

Después de cenar hablamos con los del hotel para ver dónde podemos cambiar dinero mañana para poder coger el bus hacia Gilgit, al norte de Pakistán, pero por lo visto mañana tampoco podremos cambiar porque es el Eid!!!

Por lo que hemos podido entender, el Eid es una festividad que se celebra después del Ramadán y que depende de la posición de la luna, motivo por el cual es complicado de prever.

Hablamos por teléfono con Alam y nos comenta que intentará buscar una solución tanto por lo que toca al cambio de moneda como para ver cómo podemos encontrarnos con él. Nos dice que nos buscará un conductor privado, ya que con todo esto del Eid, lo del autobús parece poco fiable.

Living on the Eid (16/06/2018)

Al día siguiente, sin un duro en el bolsillo y con unas temperaturas desorbitadas decidimos salir de paseo.

Mientras caminamos por las calles lo vemos todo lleno de basura por todas partes. Por lo visto no tienen papeleras ni contenedores y lo tiran todo donde les va bien, como por ejemplo el río que pasa por la población.

Reseguimos el camino principal hasta que un coche se detiene y nos pregunta dónde vamos. Le decimos que simplemente paseamos pero él nos dice que hace demasiado calor para pasear y que nos lleva donde queramos.

Subimos al coche y nos explica que es militar en activo y que trabaja para el gobierno. Nos presenta a su padre, que va de copiloto, y nos pregunta hacia dónde vamos. Le contestamos que íbamos a pasear hasta Sadar, un barrio al que precisamente ya estamos llegando.

Nos comenta que como es el Eid todo está cerrado y que no vale la pena, que sería mejor dirigirnos a Islamabad en bus, que él nos puede acercar a la parada. Le decimos que no hace falta ya que no tenemos rupias y que al estar todo cerrado no podemos cambiar moneda. El se gira y nos da 300 rupias (unos dos euros en moneda pakistaní) y nos dice que con esto nos da para ir y volver en bus y tomar algo por ahí. Le decimos que no podemos aceptarlo pero insiste y nos lleva a la parada del bus.

Nos despedimos y compramos nuestro billete. Al entrar al bus, el vigilante nos dice que la zona de mujeres está al frente y la de los hombres atrás, donde por cierto, van como sardinas. Por suerte, encontramos dos asientos en la intersección de zonas, así que aprovechamos para sentarnos juntos.

Casi sin saber cómo, logramos bajar en la parada correcta y nada más salir nos “ataca” una horda de niños que no paran de cogerme de las manos y los brazos y no sé cómo deshacerme de ellos. Al final lo conseguimos y empezamos a caminar. Vemos un militar y le preguntamos qué podemos ver en la zona y nos da indicaciones para ir a la Faisal Mosque, una enorme mezquita.

Cuando comenzamos a caminar pensamos que el calor será lo peor a soportar, pero en seguida vemos que hay algo aún peor: ¡más niños!

Por lo visto por aquí no hay turismo extranjero y todo el mundo nos detecta a la primera. Grupos de niños (y no tan niños) nos persiguen y nos detienen sin descanso, para hacerse selfies con nosotros.

Durante los aproximadamente 2 km de recorrido tuvimos que hacer de modelos, sin exagerar, durante más de 30 selfies, individuales y grupales. Además, todos los niños nos preguntaban si éramos chinos o japoneses, seguramente porque el poco turismo que hay por aquí es asiático.

Los grupos de niños se nos pegan y nos siguen como si fuéramos los flautistas de Hamelín y no nos dejan tranquilos hasta llegar a la Faisal Mosque, donde un cartel explica que “mujeres impuras”, vestimentas inadecuadas y cámaras fotográficas están prohibidas, así que no nos la jugamos y nos marchamos por donde hemos venido mientras “todo cristo” nos persigue de nuevo hasta el bus.

Llegamos al hotel habiendo gastado nada más que 40 rupias para el bus y unas 100 en un refresco. Cuando llegamos al hotel nos enteramos de que el hermano de Alam nos ha venido a buscar para acompañarnos en una visita por Islamabad. Una pena.

Descansamos un rato pero decidimos volver a salir. En esta ocasión nos perdemos por los callejones de Rawalpindi, esquivando motoristas y coches que circulan como locos, y de tanto en tanto, participando en la tradición de los selfies.

Regresamos hacia media tarde y volvemos a preguntar a los del hotel cómo podemos cambiar moneda para pagar el bus, pero no hay manera. Por lo visto mañana, como es el día después del Eid, todo sigue cerrado (¡!) así que nuestra única solución es un conductor privado que, después de llevarnos a Gilgit nos pueda acompañar a un banco.

Desgraciadamente parece que no hay manera porque como es el Eid todo el mundo hace fiesta y punto. Lo peor de todo es que el Eid por lo visto es indefinido y por lo tanto, no tenemos garantía de que mañana o pasado se regrese a la normalidad. Parece que todo está perdido hasta que, a las 23 h, a punto de apagar ya el móvil e ir a dormir recibimos una llamada de Alam. ¡¡Tenemos conductor y nos pasa a recoger en 30 minutos!!

Hacemos las mochilas a toda prisa y bajamos al vestíbulo. Allí nos espera nuestro conductor, que coge las mochilas y subimos a su coche. Son las 23:40 h de la noche y nos quedan 11 horas de carretera por delante hasta llegar a Gilgit. Nos sorprende porque en teoría son 15 según nos habíamos informado, pero después de ver al temerario, o más bien dicho psicópata del conductor, lo comprendemos todo. Quizás con decir que en zonas donde la velocidad máxima era de 40 km/h el iba a 100 km/h os podréis hacer una idea. Y eso sin saber cómo son las carreteras de Pakistán, donde de golpe y porrazo te encuentras rocas enormes en medio de la calzada, un agujero o una valla de hormigón.

Deadproof II (17/06/2018)

Después de unas horas de pánico con giros, pitadas y frenazos bruscos  nos dimos cuenta de que lo mejor que podíamos hacer era intentar dormir (o al menos cerrar los ojos para no ver constantemente lo que sucedía). Aun así lo peor llegó cuando dejamos de lado las zonas rurales y nos adentramos en los puertos de montaña, a través de una carretera que alcanzaba los 4000 metros de altitud.

En esta carretera había puntos de control de los militares, que cada dos por tres nos paran y nos piden el pasaporte y quieren saber de nosotros, dónde vamos y todos los detalles de nuestro viaje. Además, de punto de control a punto de control apadrinamos un militar, que nos acompaña hasta la siguiente parada.

Uno podría pensar que llevando un militar armado de copiloto el conductor se cortaría un poco con la conducción…. Pues no

Derrapamos, pasamos sobre rocas, esquivamos coches y cabras al borde del precipicio…

Sin saber cómo, por fin llegamos a Gilgit, donde nuestro protector, Alam Jan Dario, ya nos espera con los brazos abiertos… y un choi.

La ruta (17/06/2018)

Dejamos nuestros trastos en la habitación y junto a Alam empezamos a esbozar un posible itinerario.

Por lo visto, la ruta que nos enseña es tan poco conocida que hasta hoy solo la han hecho entera dos veces. Esta ruta lleva desde el valle de Chapursan hasta Pasu, pasando por diversos glaciares, el collado del Íbice (Yoksh Goz pass) y la cadena montañosa de Batura. No obstante, ya nos avisa de que la ruta se encuentra en una zona restringida, a menos de 25 millas de la frontera natural entre China y Afganistán, así que existe la posibilidad de que no  nos dejen pasar y tengamos que pedir un permiso…¡y esperar a ver si nos lo dan!

Un pueblo llamado Zod-Khun (18/06/2018)

Abandonamos Gilgit y nos dirigimos hacia Zod-Khun, el pueblo de Alam, en Chapursán. De camino, pasamos por Alí Abbad, un pueblo muy concurrido donde, de nuevo, intentamos cambiar dinero si éxito, pues el Eid nos sigue persiguiendo.

Continuamos nuestro camino pero los militares nos detienen a la entrada del valle de Chapursan. Les decimos que únicamente vamos a pasar unos días como invitados a casa de Alam y nos dejan pasar, pero nos dicen que al marcharnos deberemos volver a pasar por este punto, lo cual imposibilita nuestra ruta, que finaliza en otro sitio.

Así pues decidimos seguir adelante y volver atrás dentro de un par de días para intentar conseguir un permiso, cuando el Eid por fin haya terminado.

La carretera a Chapursan es toda una aventura por sí sola; solo cabe un coche y al lado hay un barranco que parece no tener fin. Enfrente montañas puntiagudas y por debajo de nosotros el río que recorre el valle.

Curvas vertiginosas se compaginan con momentos de miedo cuando coincidimos con otro vehículo que transita en dirección contraria.

La carretera se deja cruzar al cabo de unas tres horas y cuando vamos por la mitad, como no puede ser de otra manera nos paramos en un tenderete improvisado de un conocido de Alam que nos sirve un choi.

Seguimos nuestro camino y ya de noche llegamos a Zood-Khun. Es muy oscuro y no se ve nada, así que vamos directamente a casa de Alam donde, después de dejar las mochilas en nuestra habitación, compartimos una cena caliente con su familia (Haji Bibi, la mujer de Alam, su madre, sus dos hijas (Sabrina y Cumcum) y sus dos hijos.

Se trata de una familia de etnia wakhi. Viven en este lugar apartados del mundo, en el fondo de un valle olvidado por el gobierno (de hecho no les permiten votar ni tienen obligaciones fiscales).

Sus casas son de adobe y en el interior no hay muebles (ni camas, ni sillas ni nada de nada). El interior está forrado de alfombras y en el centro de la sala hay una especie de estufa que sirve a la vez de cocina y de fuente de calor durante el invierno. En el techo, en la parte superior de la estufa, hay un agujero en la madera que permite que el humo salga de la casa y no se acumule en exceso.

Cenamos con ellos, todo con las manos, aquí no existen los cubiertos. Se come acompañando con naan y la comida siempre es picante. Después de gozar de su hospitalidad nos vamos a la cama.

Estirando las piernas (19/06/2018)

Al día siguiente Sabrina, la hija mayor de Alam, nos lleva de excursión por las afueras de Zod-Khun mientras Alam hace unas llamadas para ver si podemos comenzar pronto nuestro trekking sin necesidad de permiso. Sin embargo, cuando regresamos nos dice que deberemos acompañarlo de nuevo a Alí Abbad para intentar sacar el permiso.

Por la tarde paseamos por el pueblo, que por cierto se sitúa a 3300 metros y por tanto, las temperaturas aquí no tienen nada que ver con las de Rawalpindi.

Paseamos entre prados, casas de adobe y ganado hasta encontrarnos con dos niños que juegan con una cometa. Está hecha con tan solo dos palos y una bolsa de plástico rota. Nos quedamos con ellos durante la puesta de sol y cuando regresamos a casa de Alam vemos que nos han preparado una grata sorpresa antes de la cena: han venido unos amigos suyos con instrumentos e interpretan varias piezas de música tradicional wakhi. Los instrumentos principales son el daff (una especie de tambor) y el rabab, un instrumento de cuerda que recuerda al sítar y que tiene muchas cuerdas. Siri, el músico del rabab también es quien pone voz a la melodía.

Después del concierto disfrutamos de una nueva cena todos juntos.

El permiso (20/06/2018)

Empezamos de buena mañana nuestro camino hacia Alí Abbad junto a Alam y Hafeez, a quien Alam llama cariñosamente “muki” y quien además será nuestro guía durante el trekking, ya que Alam tiene un poco de artrosis y ya hace tiempo que no puede caminar como lo hacía años atrás. Lo curioso es que Hafeez, quien por cierto era uno de los músicos de ayer, no se sabe la ruta, pero como es obligatorio llevar un guía para que nos den el permiso nos lo llevamos con nosotros.

Después de todo el día conduciendo llegamos al fin a Alí Abbad a la hora que cierra la supuesta oficina de los trámites. Por suerte, quien se hace cargo ahora de esa oficina da la casualidad que es un antiguo compañero de la infancia de Alam y nos deja entrar. Después de más de una hora de espera y contra todo pronóstico –gracias a la influencia de Alam- nos dan el permiso.

Se nos ha hecho tarde para volver a Zod-Khun, así que nos quedamos a comer por la zona y tomamos el camino de regreso, deteniéndonos a hacer noche en un pequeño pueblo cerca de Sost. Pasamos una noche un poco movida (todos) y creemos que es por algo que no nos ha sentado bien en la cena, pero finalmente por la mañana nos sentimos mejor y proseguimos hacia el valle de Chapursan.

De nuevo, la truculenta carretera nos lleva hasta la casa de Alam Jan. Una vez allí nos presenta a los dos porteadores: uno de ellos es Sikander, el hijo de Alam. El otro es su amigo Is Ror. Ellos cargarán con toda la comida, la cocina y el gas.

Cenamos y vamos a dormir, que mañana, por fin, comienza nuestra aventura.

Un campamento de mierda (22/06/2018)

Nos levantamos a las 8 de la mañana y con las mochilas ya preparadas desde el día anterior, nos disponemos a comenzar nuestro trekking.

Parece que por la noche ha llovido pero las nubes comienzan a despejar el cielo, así que esperamos tener buena meteorología.

Hafeez, Is Ror, Sikander, Tato y yo subimos al 4×4 de Alam, que nos acerca hasta el final de la morrena, donde nos despedimos y comenzamos a caminar en busca de nuestro primer campamento. Cuando no hace ni una hora que caminamos, de repente, el grupo de pakistanís se detiene y se desperdigan. En cuestión de minutos, aparecen de nuevo cargados de ramas y hacen un fuego. Totalmente impactados observamos cómo, nada más comenzar, ya se paran a preparar un choi. Nos unimos con preocupación, ya que se acercan lenta pero incesantemente unas nubes amenazadoras… Al cabo de poco empiezan a caer unas pocas gotas, pero por suerte el viento se lleva las nubes hacia otra dirección.

Seguimos montaña arriba entre grandes rocas que caen de las cimas próximas. En la distancia, Hafeez nos señala una familia de yaks.

Después de caminar un rato llegamos a nuestro primer campamento, el cual no podría ser más curioso ni más escatológico, pues plantamos la tienda en el interior de un corral de cabras. Las cabras por supuesto no están en el corral, pero sus excrementos son omnipresentes en toda el área. Se entremezclan con los de los yaks y no dejan un solo especio en blanco.

Una vez montado el campamento Hafeez, Sikander e Is Ror se dirigen a la cabaña del pastor, situada al lado del corral y bajo la protección de sus paredes de piedra encienden nuevamente un fuego.

Mientras tanto, el sol baja y la luz empieza a iluminar las montañas hacia las que nos dirigiremos mañana. Pasamos el rato fotografiando esta danza de luces y alternamos con los yaks, que finalmente se han dejado ver de cerca, al acercarse a nuestro campamento.

El día de las piedras (23/06/2018)

Nos levantamos sobre las 8 de la mañana y caen cuatro gotas. Nos sorprende que por tan poca cosa, los porteadores prefieren esperar. Por suerte, al cabo de poco el tiempo mejora, así que desmontamos el campamento y comenzamos a caminar por un camino de tartera, resiguiendo la morrena lateral del glaciar.

Tanto por las explicaciones de Alam como por las tiendas de Sost sabemos que hay muchos minerales y piedras preciosas en esta zona, así que prestamos atención al suelo mientras caminamos y hacemos algún hallazgo geológico interesante, pero nada destacable.

El camino es agotador debido a las rocas pero las vistas son espectaculares, así que de tanto en tanto aprovechamos para tomar algunas fotografías.

De repente, todos se detienen en lo alto de una colina muy fotogénica. Al principio pienso que se trata de una parada para descansar, pero de repente veo que se ponen a cocinar fideos!! Ahora que comenzábamos a coger buen ritmo se ve que quieren comer. Y por supuesto, después de comer hay que tomar un choi. Por cierto, un detalle de interés es que hemos usado excremento de Yak como combustible para cocinar

Mientras tanto y para no enfriarnos procedemos con nuestra búsqueda de rubíes y miramos de reojo la tormenta que se acerca poco a poco y que, tal y como imaginábamos, nos coge a medio choi. Por suerte, con un poco de vista ya nos habíamos puesto los pantalones impermeables.

Con una lluvia que va y viene, continuamos por un camino pedregoso que parece no tener fin. No podemos explicarnos como puede ser que, teniendo todo este camino por delante se detengan con toda la tranquilidad del mundo para cocinar y tomar el té, sobretodo porque nosotros no acostumbramos a cocinar nunca durante un trekking, solo por la noche y con el campamento montado.

Hay que decir que aunque los porteadores llevan la comida y nos ayudan con algo de material, nosotros llevamos 17 kg cada uno en la espalda. 17 kg que hay que cargar por un pedregal resbaladizo y movedizo interminable.

Por suerte, después de mucho caminar, llegamos a nuestro campamento; una pequeña explanada en un oasis en medio de un desierto de piedras.

Montamos la tienda y corremos río arriba aprovechando los últimos rayos de luz para lavarnos un poco. También para cargar con nuestra placa solar los acumuladores que usamos para cargar baterías para nuestras cámaras de foto y vídeo.

El entorno es precioso. Estamos rodeados de elevadísimas montañas que podemos fotografiar durante una bonita puesta de sol. Por desgracia de noche se tapa y termina por empezar a llover, así que dejaremos la fotografía nocturna para otro momento.

Winter is coming (24/06/2018)

Toda la noche escuchando las gotas caer sobre la tela de la tienda. Por suerte, esta nos protege como de costumbre. Se está tan bien dentro del saco… pero en algún momento hay que salir aunque sea para ir al baño y en ese momento abro la cremallera y descubro que está todo blanco. Tenemos el techo y las paredes de la tienda llenas de nieve. No podemos evitar mirarnos y exclamar “¡otra vez no!”

Está claro que si ayer cuatro gotas hicieron que los porteadores no quisieran avanzar, ahora no va a ser diferente. Pero bien, ya contábamos con vernos obligados a hacer un día o dos de descanso en algún momento debido a la meteorología o porque un punto concreto nos gustara. Así pues, nos pasamos el rato en la tienda escribiendo y leyendo mientras pasa el tiempo y finalmente para de nevar.

Salimos de la tienda y vemos como todo el paisaje ha quedado teñido de blanco: el campamento, las montañas y hasta la ropa que dejamos tendida ayer por la tarde. La acumulación de nieve es espectacular, pero el sol termina por fundirla en unas pocas horas.

Pasamos la tarde tomando fotos por los alrededores, en especial del Kuk Sar, una impresionante montaña de unos 7000 metros de altura que nos mira desde la distancia, al final del valle. Por supuesto también tomamos unos cuantos chois con los chicos y les enseñamos a jugar al tres en raya usando piedrecitas del entorno como fichas.

Esta noche podemos tomar algunas fotografías nocturnas entre nubes que vienen y van, hasta que nuevamente empieza a nevar intensamente.

Tato & Marta’ camp. AKA El campamento inundado (25/06/2018)

Hoy despertamos esperando encontrarlo todo nevado pero por suerte durante la noche ha terminado despejando y ahora hace sol, de manera que nos ponemos las pilas y después de desayunar – ojo al dato porque nos han traído huevos frescos y nos los han preparado – proseguimos con nuestro pedregoso recorrido.

Hafeez nos avisa de que hoy toca caminar mucho y que será más cansado que el día anterior, pero la verdad es que nos parece más sencillo porque la mayoría de las zonas de pedregal las hacemos por la cima de la morrena.

Como no podía ser de otra manera volvemos a hacer una parada para comer (ya nos podemos ir acostumbrando). Cabe decir que llevan una bombona de gas enorme y pesada para cuando no encuentran ramas ni excrementos de yak para hacer fuego.

Después de comer Hafeez nos enseña unas piedras incrustadas en una gran roca y conseguimos coger un par de muestras. Parece cuarzo rosa. Al cabo de un rato Hafeez se acerca a mí y me regala un pequeño trozo de cuarzo blanco que ha encontrado. Es muy bonito, creo que me haré un collar cuando regrese a casa.

Seguimos caminando. De tanto en tanto nos impacta el hecho que encontramos marcas cuando nos han dicho que esta ruta no es conocida y que la han hecho apenas dos personas. Al cabo de un rato lo comprendemos. Los mojones de piedra marcaban el camino a una mina de cuarzo. Por lo visto los mineros vienen a este punto a pie, puesto que no se puede acceder de otra manera, y llevan consigo todo el material necesario para extraer los minerales, así como la comida para unos cuantos días. Cada minero se lleva además unos 25 kg de cuarzo de bajada hacia el pueblo.

Nos acercamos a la zona de acampada de los mineros (que no están aquí) y encontramos algunos cristales de cuarzo, que por ser demasiado pequeños, han quedado aquí abandonados. Hacemos una pequeña selección y nos llevamos los que más nos gustan, bajo la insistencia de Is Ror, que nos explica que su padre trabaja en esta mina y nos asegura que estos que dejan es porque son tan pequeños que no les compensa comercializarlos.

El lugar parece perfecto para acampar, pero después del saqueo seguimos caminando entre miles de piedras para encontrar el que será el verdadero campamento. Este se encuentra en una planicie de arena que deja claro que en algún momento del año debe fluir el agua en abundancia, pero ahora mismo parece un desierto árido, llano y perfecto para acampar. Dicho y hecho, montamos las tiendas mientras Sikander nos explica que nunca han llegado tan lejos y que es la primera vez que alguien acampa aquí, así que deciden bautizarlo con nuestros nombres.

Es decir esto y llenarnos de orgullo y satisfacción cuando de repente, empiezan a aparecer riachuelos de la nada pero que amenazan con hundir nuestras tiendas. Se trata de un riachuelo de deshielo, que trae agua procedente de la nieve de las montañas, derretida por el potente sol del día de hoy y que ha tenido la puntualidad de aparecer justo cuando ya teníamos las tiendas montadas.

Lo primero que hacemos es intentar desviar los riachuelos excavando surcos y creando diques con la ayuda de nuestros piolets. Finalmente parece que lo logramos: el río ha perdido fuerza y ha aceptado nuestras propuestas de redirección.

Esta noche parece que clarea y podremos gozar por un lado de una buena salida de luna sobre el Kuk Sar y por otro lado, de unas pocas fotografías nocturnas desde el campamento. Hoy además ya empieza a notarse el efecto de la altura. Nuestro campamento está a 4373 metros y tengo un poco de mal de altura. Por suerte mis síntomas no son graves, solamente un poco de dolor de cabeza y falta de apetito, pero mañana toca subir bastante más arriba, de modo que espero que no vaya a peor.

¿Dónde está el collado? (26/07/2018)

Me despierto con un dolor de cabeza terrible. Salgo a tomar el aire y veo que el río se ha retirado y el agua que queda se ha helado completamente. Por suerte, este nivel de mal de altura es bajo y se me  pasa con un ibuprofeno, pero la noche ha sido durilla, pues al hacer tanto frío (hemos estado a unos tres grados bajo cero) he dormido con la braga de cuello y el gorro, cosa que no ha ayudado a mi dolor de cabeza.

Por suerte cuando empezamos a andar ya se me ha pasado. Hoy toca subir bastante y deberíamos alcanzar la visión de nuestro objetivo: el Yoksh Goz Pass (el collado del íbice, bautizado por nuestro amigo Alam Jan Dario).

Antes que nada y como no podía ser de otra manera, toca sortear un pedregal hasta llegar al glaciar, donde nos ponemos las polainas para evitar que la nieve entre dentro de las botas. Si caminar entre las piedras era incómodo aún lo es más caminar entre piedras y nieve inestable (en zonas es dura y en otras es primavera y te hundes al avanzar).

Cruzamos el glaciar ya tocando la falda del Kuk Sar. Estamos tan cerca que, desde nuestra perspectiva, da la sensación de que se ha deformado. De tanto en tanto el peso de la nieve y las altas temperaturas hacen que se desencadene una avalancha en algún punto de la montaña. Cuando esto sucede no podemos hacer otra cosa que observar embobados y sin tiempo a reaccionar para fotografiar el momento o filmarlo.

Una vez cruzamos el glaciar tenemos una nueva visión de las montañas del entorno, que antes nos quedaban ocultas a la vista por el propio relieve del paisaje. También comienza la subida más dura. Una subida horrible donde nos hundimos a cada paso que damos y debemos sortear bloques de piedra y tarteras de piedra pequeña y arenisca, que resbala montaña abajo nada más poner el pie encima.

Como no podía ser de otro modo los porteadores se detienen para preparar la comida en el punto más peligroso y rocambolesco posible: una pequeña roca inclinada sobre un precipicio que da a las grietas del glaciar. Comemos y seguimos adelante. Parece que estos chicos, aparte de no saberse el camino tampoco ven muy bien cuál es el mejor punto por donde avanzar, pues siempre tiran por el recto, por el punto aparentemente más complicado e inseguro posible.

Y así pasamos la tarde. Subiendo pendientes verticales y a rebosar de nieve. El mal de altura vuelve a hacer presencia y es que a esta altura tienes la mitad de aire que a nivel del mar, por lo que la respiración es más complicada. Sikander, Hafeez e Is Ror también empiezan a notar estos efectos y se nota que están hechos caldo, pues normalmente somos nosotros dos los que vamos atrás pero hoy ellos van más lentos.

 Aun así, cada diez pasos que doy necesito detenerme para respirar y observo que ellos hacen lo mismo, así que después de muchos zigzags montaña arriba, acabamos montando el campamento entre dos collados. ¿Cuál será el nuestro? Nadie lo sabe. No existen mapas detallados de esta zona y ninguno de nosotros ha estado aquí con anterioridad. A la derecha hay uno que parece imposible. Es muy rocoso y en la parte superior hay una enorme cornisa de nieve. A la izquierda hay otro aparentemente más sencillo, con menor pendiente y una altura que cuadra con lo que Alam nos explicó en su casa de Zod-Kun.

Montamos el campamento sobre la nieve y Sikander y Tato deciden subir sin el peso de las mochilas al collado más fácil, el de la izquierda, para comprobar si es el nuestro. No tardan demasiado en regresar y desgraciadamente nos informan que este no es el collado, sino el más complicado.

Nos vamos a dormir pronto y mañana intentaremos el collado, que parece prácticamente imposible. Nos levantaremos a las 3 de la mañana con la idea de subir con la ayuda de los crampones, mientras la nieve aún esté dura. Antes de entrar al saco podemos tomar alguna fotografía del campamento, con la Luna casi llena y el Kuk Sar de fondo.

Desilusión, avalanchas y supervivencia (27/06/2018)

Son las 3 de la mañana. Oigo el despertador de alguno de los porteadores. Yo estoy dentro del saco esperando la señal “Excuse me, breakfast is ready” 🙂

Como veo que no hacen señal yo sigo dentro del saco, pues hace un frío que pela (-6 grados dentro de la tienda). Medio dormida escucho el rugido de una enorme avalancha, posiblemente procedente del Kuk Sar y que ha hecho temblar toda la montaña. Después… el silencio….Después, música pakistaní (imagino que debe ser el despertador de alguno de ellos) y después si… Breakfast is ready 🙂

Así que nos reunimos todos en la tienda de los porteadores (Que es de mayor tamaño) y desayunamos todos juntos mientras acabamos de coordinarnos antes de desmontar el campamento.

Finalmente empezamos a caminar a las 4:30 h con las botas completamente congeladas y duras como piedras. De nuevo el mal de altura se hace notar. Hoy hemos acampado a 4850 metros y la parte más alta del collado y de todo nuestro recorrido es de 5200 metros. Como el dolor de cabeza es importante he procurado desayunar muy lentamente por miedo a que me siente mal. A cada paso que doy, siento mi respirar agitado y cada cuatro o cinco pasos necesito pararme a descansar y respirar antes de continuar hacia arriba.

Al cabo de un rato alcanzamos la base del collado. Es súper inclinado, una pared de nieve y roca. Nos ponemos los crampones, los arneses y empezamos a subir encordados. Cada paso es un infierno y también más inclinado. La cordada es de tres; Tato va delante, yo en el medio y cerrando va Hafeez, pero se nos da fatal, pues para Hafeez y para mi es la primera vez en esta situación.

Ni Sikander ni Is Ror llevan crampones y a causa de ello caen repetidas veces por la pared vertical. Increíblemente no se quejan y vuelven a intentar subir. Después de mucho esfuerzo llegamos a lo que sería el primer tercio del paso, cuando de repente Tato anuncia su fatídico mensaje: Deberíamos retirarnos. A partir de aquí todo es hielo. Por s fuera poco se trata de una pared de hielo vertical coronada por una cornisa también de hielo y nieve que nos puede caer encima en cualquier momento de nuestro ascenso…

Nos hemos quedado a 5125 metros de los 5200 que hace el collado y no lo hemos podido lograr por muy poco. Decepcionados pero convencidos de haber tomado la decisión correcta comenzamos a deshacer el camino pared abajo. No hay nada que hacer: se trata de un acceso técnicamente complicado y un riesgo demasiado elevado para un grupo en el que no hay nadie con suficiente experiencia y personas sin el material necesario.

La bajada tampoco es fácil. Sikander, que va un poco más adelantado que nosotros y sin crampones, resbala y cae. Por suerte no se da con ninguna roca y solo se hace una quemada alargada en el estómago por el rozamiento con la nieve dura. Ya es de día pero aún no ha salido el Sol. De hecho, en un momento dado ha empezado a nevar, como acompañando la situación decepcionante de no lograr nuestro objetivo, aunque quizás lo peor es saber que ahora nunca veremos el otro lado con sus maravillosos nuevos paisajes, pues deberemos regresar por el mismo camino.

Por suerte, convencemos a Hafeez de no bajar por las rocas que subimos, sino por la pendiente nevada del lateral, de modo que podemos bajar patinando como si esquiáramos o incluso a ratos de culo. El resultado es que nos ahorramos dos horas de bajada tensa y difícil. Pero lo fácil no dura mucho, y pronto estamos abajo. Ahora toca rodear la falda de la montaña entre bloques de piedra y nieve en la que nos hundimos a cada paso que damos.

De repente oímos un ruido y todos miramos hacia la izquierda para descubrir una enorme avalancha que viene de la parte superior del Kuk Sar. Los porteadores se quedan embobados mientras Tato y yo intentamos inmortalizar el momento con nuestras cámaras. La avalancha cae lentamente y choca contra el suelo. De repente, vemos como rebota y una nube de polvo multiplica su tamaño a gran velocidad. No hay ninguna duda: nos alcanzará.

De golpe, nuestros gestos y expresiones de sorpresa y admiración desaparecen y con dos escasos segundos de reacción buscamos la manera de afrontar el impacto. Yo me giro de espaldas y me apoyo en una gran roca que tenía atrás, de manera que mi mochila se lleve el golpe. 2… 1… Fssssshhhhhh!

La nieve llega y todo se vuelve blanco. Un viento huracanado me aprieta de golpe hacia la roca en la que me apoyo. Me impresiono a mí misma; no estoy asustada. Soy consciente del momento y de lo que implica pero estoy sonriendo, entusiasmada. Pasan los segundos y no se detiene, sigue apretando el viento y la nieve. Sólo es polvo, no parece que nos tenga que enterrar, pero cada vez cuesta más respirar. Dentro de la avalancha me quito la gorra y la coloco delante de mi cara, logrando así respirar a través de la tela mientras sigo observando como siguen pasando los copos de nieve a toda velocidad.

Poco a poco se va reduciendo la intensidad y al cabo de un rato, aún con reminiscencias de la avalancha, veo a Tato entre unas rocas, completamente blanco. Mi cámara también está blanca. Le hago unas fotos sin saber si mi cámara todavía funciona.

Is everybody ok? –dice alguien entre la nube de nieve aún presente–. Todos respondemos que sí mientras reímos exaltados y con locura. Cuando por fin la nieve deja de caer y el polvo desaparece por fin nos vemos las caras: ¡estamos todos completamente blancos!

Reímos, reímos mucho. Es como si todo en el mundo se hubiera vuelto blanco y ya no existieran los colores. También estamos empapados, del todo. La nieve que nos cubre se derrite con el sol y ahora la ropa está completamente mojada, así que nos apartamos un poco y buscamos un lugar donde cambiarnos. Miramos hacia el fondo del valle y vemos la nube de polvo que aún está en movimiento, alejándose de nosotros.

Ha sido una avalancha enorme, tanto que durante el resto del día caminamos sobre la nieve recién depositada a su paso sobre el paisaje. Estábamos a muy pocos metros de la montaña. Estamos seguros de que de no estar en el punto en el que nos encontrábamos en el momento de la avalancha el viento nos hubiera hecho volar por los aires. De haber estado un poco más cerca de la montaña, sobre el glaciar, estas líneas no estarían escritas y quizás jamás nos hubieran encontrado, como pasó con los abuelos de Hafeez tiempo atrás, según nos explica Alam al regresar.

Nos detenemos para comer algo caliente no muy lejos y aún en zona de peligro, pero sale el sol y aprovechamos el momento para secarnos y recuperarnos. Posteriormente seguimos deshaciendo el camino. Decidimos pasar de largo el campamento de Tato y Marta y bajar un poco más abajo por donde estaba la mina, cruzando sobre el glaciar y sorteando algunas grietas.

Mientras nos movemos sobre el glaciar este también se mueve. Nos encontramos sobre una gran masa de hielo agrietada y recubierta de piedras, arena y rocas de distintos tamaños. Un paso en falso y podríamos caer dentro de una de estas grietas de quién sabe cuanta profundidad.

Después de varios momentos de tensión lo logramos, aunque aún nos queda un último obstáculo: una pendiente de arena y piedra. Estas pendientes son muy peligrosas porque según como, al pisar la pared se desmorona y todo cae montaña abajo.

Por suerte también superamos esta prueba y llegamos finalmente al que hemos nombrado “campamento de la mina”, donde por fin podemos descansar.

20.000 leguas de viaje por las piedras (28/06/2018)

Nos hemos despertado de nuevo bajo la nieve. Por suerte es una nevada débil y solo nos retrasa un poco.

Hoy no sabemos lo que nos espera. Bueno, en realidad si porque es el mismo camino por el que vinimos, pero deshacer el camino ha sido un tute importante. Después de las más de 10 horas de caminata de ayer (con avalancha incluida) pensábamos que hoy iríamos con más calma, sobretodo porque se avecinan dos tramos de piedras muy jodidos, pero no, los hemos hecho seguidos en un solo día. En total han sido 9 horas de caminata intensa y rocambolesca.

Ayer Is Ror se cayó y se lesionó un poco la rodilla. Camina algo cojo pero parece que nada puede detenerlo. No describiré de nuevo lo jodido que es este camino, pero se puede resumir como piedra tras piedra, tras piedra, tras piedra… y así hasta el infinito.

Justo antes de llegar al que fue nuestro segundo campamento ha habido un tramo de importante peligrosidad: hemos hecho una diagonal por una vertical de arena resbaladiza, de estas que solo con mirarlas se producen deslizamientos. Justo en el último momento he sufrido una caída y me he hecho daño en el cuádriceps izquierdo. También, al caminar sobre las piedras, noto como si tuviera los pies en carne viva. Los noto arder a cada paso que doy y aunque podríamos detenernos a descansar en lo que fue el segundo campamento preferimos continuar y quitarnos de una vez por todas las piedras del camino.

Así pues, medio cojos y doloridos continuamos hasta el primer campamento (el campamento de mierda). Caminamos y caminamos, y parece que nunca llegamos. Caminamos deprisa pero con cuidado. Mientras el sol cae y las montañas se tiñen con las últimas luces del día. Con un último rayo de luz avistamos el círculo de piedras y la cabaña del pastor. Ya hemos llegado.

Volver a empezar (29/06/2018)

Hoy empezamos de nuevo. Ayer, hablando con Hafeez, Sikander e Is Ror decidimos empalmar con otro trekking por la zona de Chapursan, el Pamiri Trek. Se trata de un trekking que nos comentan que es más corto y sencillo y en el que se pueden ver animales. Así pues nos ponemos en marcha hacia el nuevo campo base, al que llegamos en seguida, puesto que está cerca de la pista que lleva a Baba Gundi, donde comenzamos el primer trekking.

Alam viene por la tarde a vernos y pasamos un buen rato compartiendo con él las aventuras vividas, el susto de la avalancha y la experiencia en el Yoksh Goz Pass.

Pamiri Trek Begins (30/06/2018)

Nos despertamos temprano, recogemos todo y nos despedimos de Alam. Hay nubes en el horizonte y no tenemos una meteorología demasiado prometedora, pero en seguida iniciamos un pedregoso camino por el lateral de un nuevo glaciar, el Yishkuk.

Nada más empezar nos desmoralizamos un poco porque hace mucha pendiente y el terreno es muy inestable. Además se nota el cansancio acumulado del trekking anterior. Alam nos ha dicho que la primera hora es la más complicada, pero aún nos desmoralizamos más cuando llevamos más de tres horas y seguimos igual. Según él este es su trekking favorito, donde él iba de pequeño con sus padres a cuidar del ganado… Pero nosotros no le vemos la gracia por ningún lado. Volvemos a estar inmersos en un mar infinito de piedras y encima, ahora sin vistas.

Llegados a un punto perdemos de vista el camino. Hafeez y los demás hace rato que han desaparecido y no sabemos por dónde se han metido. Seguimos adelante buscando la manera más sencilla de avanzar, pero las cosas se complican y terminamos por meternos en una zona de desprendimientos.

Tato avanza y hace una diagonal, pero a cada paso que da el suelo se desmorona bajo nuestros pies. De golpe, le pierdo de vista y solo veo polvo y piedras que caen en dirección a las innumerables grietas del glaciar. Entonces el polvo desaparece y veo que está bien, al otro lado de la pendiente.

Está claro que yo ya no puedo pasar por el mismo sitio, así que intento salir escalando (escalando con una mochila de 17 Kg y dos bastones de trekking).

En un momento dado el bidón de agua cae de mi mochila y rueda pendiente abajo hasta el glaciar. Me veo obligada a abandonarlo. Es pasto del glaciar, un plástico más en la montaña.

Sigo escalando con dificultad extrema, pues algunas piedras se desprenden  al rozarlas y hay que colocar los pies con mucho cuidado, ya que si el suelo se desprende, toda la pared va hacia abajo.

De repente, cuando ya casi estoy arriba del todo y me queda un solo paso, la roca bajo mis pies cede y empiezo a resbalar con la arena. Por suerte, Tato llega justo a tiempo para darme la mano y no caer al glaciar. Nos hemos salvado por los pelos.

Seguimos el camino y en un rato encontramos a Hafeez y los chicos, que planean acampar. Les decimos que preferimos continuar, pues por ahora no nos está gustando mucho y sentimos la necesidad de llegar a algún punto que valga la pena, así que como masoquistas que somos seguimos adelante por este horrible camino de piedras sin final, cansado y sin ninguna virtud paisajística.

Después de muchas horas el camino va mejorando en cuanto a piedras e inclinación. Además, parece que las nubes se retiran de la escena y nos dejan ver algunas montañas interesantes más adelante.

Encontramos una nueva mina a cielo abierto, con un riachuelo al lado y una explanada llena de ruibarbo, así que nos detenemos un rato a descansar y a comer esta deliciosa planta. Para comerla hay que arrancar sus hojas y pelarla, pues la piel es tóxica.

Los chicos vuelven a proponer acampar pero insistimos en continuar, y así un par de veces más. Suerte de ello, pues al final encontramos un campamento con buenas vistas, así que ya no se lo discutimos más. Sencillamente acampamos y gozamos del entorno después de la cena, con la visita de nuestra primera Vía Láctea en el Karakorum.

Descanso activo (1/07/2018)

La de ayer fue una buena y merecida sesión nocturna, con demasiada Luna para mi gusto, pero aun así pudimos hacer algunas fotos muy interesantes.

Hoy será día de descanso para explorar el entorno a la búsqueda de interesantes composiciones tanto para el atardecer como para las nocturnas de hoy.

Hemos llegado a pie hasta otro campamento donde, según nos explican los chicos, cayó la primera y única avalancha de Pamiri, sepultando a nueve pastores y un niño mientras dormían. Para sus cuerpos se creó un cementerio justo donde están nuestras tiendas. También en este lugar encontramos el cráneo de un íbice.

Al fondo del valle varios glaciares y picos anónimos apuntan hacia el cielo. Parece que finalmente ha merecido el esfuerzo subir hasta aquí por el horripilante camino.

Subimos a la morrena para ver las vistas y la recorremos con la ilusión de que de noche, al salir hoy la Luna más tarde, podremos fotografiar estos paisajes con la presencia de la Vía Láctea. Mientras soñamos despiertos una mancha negra empieza a bajar por la montaña de al lado. Parece que se trata de una manada de Yaks, así que descendemos la morrena y nos aproximamos a ellos con cautela, logrando unas cuantas fotografías de ellos con las montañas y los glaciares de fondo.

Con la tontería se hace tarde y los chicos ya hace un buen rato que nos han abandonado y se han ido a comer, de modo que, por si nos están esperando, decidimos deshacer el camino y regresar al campamento.

Durante la tarde, las pocas nubes presentes se van retirando, de modo que la puesta de sol empieza a perder sentido. Decidimos pasar el rato buscando más minerales sin éxito. Después de cenar regresamos donde el campamento de la avalancha con la ayuda de los frontales. Escalamos de nuevo la morrena y gozamos de una espectacular Vía Láctea sobre los picos nevados y el glaciar. Hemos aprovechado hasta que la Luna ha aparecido y ha empezado a iluminar el paisaje.

Con las cabras hemos topado AKA En ocasiones veo cabras (2/07/2018)

Sale el Sol y en cuestión de segundos el interior de la tienda se convierte en un infierno (o en Rawalpindi) así que desayunamos, empaquetamos todo y salimos.

De nuevo, el camino de bajada parece no guardar ningún secreto: ya sabemos todas las putadas y dificultades del recorrido y por lo tanto no nos engañamos pensando que de bajada será más fácil.

La parte buena es que, en vez de bajar de golpe como hicimos con la subida, hacemos un alto a medio camino. Desviándonos un poco por un “camino” vertiginoso y temerario llegamos a la cabaña de unos pastores. Al entrar, la señora wakhi que la habita nos ofrece amablemente un choi. No habla inglés, pero Sikander nos explica que el choi y la nata que nos ofrece como acompañamiento en un plato (y que por cierto es deliciosa) está hecha con la leche de sus cabras. Nos comenta que ahora, su marido está con las cabras montaña arriba pero que si nos quedamos a dormir podremos conocerle.

Así pues acampamos cerca, con vistas al glaciar y hacia media tarde en la distancia, vemos una polvareda en lo alto de la montaña que nos indica que el pastor y las cabras están bajando. No tardan demasiado en llegar y rodearnos. Incluso hay una que me coge cariño y no me deja en paz, reclamando mimos y caricias.

Finalmente llega el pastor y con una serie de ruidos guturales y gestos consigue que todas las cabras entren en el correal de piedra donde pasarán la noche.

Es al cabo de un rato cuando entro en la cabaña de los pastores y me encuentro con el cuadro; el pastor ha matado una de las cabras y la está descuartizando, imagino que para ofrecérnosla para cenar. Me doy la vuelta con cara de circunstancia y me voy a la tienda deseando que no fuera la cabrita que quería tantas caricias pero a su vez decidida a probar la cena, pues para ellos habrá sido un sacrificio importante.

Y así lo hago: llegada la hora de la cena entramos en la cabaña. Lo primero que veo es la cabeza de la cabra, decapitada, en un rincón, como observando la escena. Decido sentarme dándole la espalda y pido que me echen poca cantidad en el plato. No os podéis imaginar lo que me costó comerme ese plato. Lo que se hace es trocear el animal y cocinarlo todo hervido, sin hacer feos a las tripas, el hígado, tendones, etc. El caso es que ves a saber que leches me han servido a mí, pero posiblemente se trate de algún tendón, porque por mucho que masticara no podía deshacerlo ni mucho menos tragármelo. Me costó media vida sacarlo de la boca sin que nadie se percatara.

Acompañamos la carne con una cosa bastante extraña, también hecha de leche de cabra y que viene a ser como una especie de yogurt pero muy agrio (se llama Kurut). Por suerte, vi la mirada que ponía Sikander al ver tal manjar y le di la mitad del mío.

Por la noche y esperando no tener pesadillas sobre cabras vengativas, fuimos a dormir tras una nueva sesión de paisaje nocturno.

Final de ruta + Baba Gundi (3/07/2018)

Pese a que hace rato que me estoy muriendo de calor dentro de la tienda me acabo levantando un poco tarde, pero justo como para ver como ordeñan un par de cabras y las dejan salir del corral para de nuevo ir montaña arriba a pasar el día buscando que comer.

El pastor se marcha de nuevo para no regresar hasta la puesta de sol, mientras nosotros nos quedamos con su mujer haciendo un choi dentro de la cabaña, donde por cierto, aún está la cabeza de la cabra, mirándonos.

Al marcharnos nos despedimos de la pastora  y ella nos regala una bolsa llena de kurut, cosa que no nos ilusiona en exceso pero esperamos encolomárselo a Alam durante la cena.

Seguimos con nuestra ruta. Es increíble pensar que esta pareja de pastores, que por cierto se ven bastante mayores, puedan hacer este recorrido tan horripilante cada verano.

Este tramo final se nos hace eterno. Además el sol quema cada vez más según perdemos altitud. Las plantas de los pies arden, las piedras se mueven, la arena se desmorona… y vuelta a empezar.

El momento de gloria es cuando por fin, en la distancia, se ve el verde de la explanada donde comenzamos nuestra ruta. Parece cerca, pero aún nos queda bastante para llegar. Cuando finalmente lo hacemos no nos lo podemos creer. Seguimos sorteando piedras hasta que vemos en la distancia el 4×4 de Alam.

Nos espera con dos refrescos. Están calientes pero nos da igual. Nos abrazamos todos y subimos las maletas al coche. Nos vamos a Baba Gundi.

Cuando estuvimos los primeros días en casa de Alam estuvimos leyendo todos los comentarios en su libro de visitas. Casi sin excepción, todas las personas que habían llegado hasta este lugar remoto de Pakistán han venido para visitar este lugar.

Descubrimos que Baba Gundi es un lugar de culto situado a pocos metros de la frontera con Afghanistán (si, metros) y que hace años que a los turistas extranjeros les está prohibido acercarse.

El caso es que, el permiso que nos dieron para el trekking incluye el acceso a esta zona, así que vamos para allá. Hacemos el camino de acceso en coche y suerte, porque nos paran los militares y nos dicen que nos dejan pasar, pero nos prohíben tomar fotografías. No nos parece que el sitio sea para tanto, así que nos parece bien el trato.

Finalmente acabamos tomando un choi delante del templo y nos vamos. Parece ser que no hay manera de escapar de los chois e ir a descansar, porque una vez terminada la visita regresamos de nuevo al campo base. El tema del choi es muy friki y no puedes escapar de él. Mientras estás tomando uno aparece gente que se une y hay que terminar preparando más y seguir tomando. Por suerte. Todo tiene un final y acabamos regresando a casa de Alam, donde nos pasamos la tarde durmiendo.

Ha sido un trekking o trekkings bastante diferente a lo que estamos acostumbrados, ambos complicados y cansados, así que ahora toca descansar

La hora del adiós (4/07/2018)

Nos despertamos para despedirnos de Zod-Khun pero antes, Hafeez nos invita a desayunar a su casa, donde nos presenta a su padre y a su mujer. Nos ofrece un desayuno de lujo, que compartimos también con Sikander: choi (of course), tortilla, chapati y nata (en este caso de leche de vaca, igual que sucede con el choi).

Una vez hemos desayunado hemos subido las mochilas al 4×4 de Alam y nos hemos despedido de los demás. Hemos reseguido por última vez la carretera de Zod-Khun, esta vez sin más paradas para choi, hasta llegar a Sost, donde hemos comido. A las tantas de la noche, después de horas y horas de coche hemos llegado a Gilgit, donde hemos pasado la noche en el Madina y curiosamente nos hemos topado con los coreanos que conocimos al inicio de nuestro viaje.

Cambio de planes (5/07/2018)

Después de una noche movidita por problemas de estómago y monzones huracanados, nos hemos levantado dispuestos a desayunar café con leche (a quién se le ocurre, estaba malísimo).

Mientras intentamos desayunar, Alam ha aprovechado para hacer unas reparaciones a su coche. Mientras regresaba nos hemos visto obligados a pensar en un cambio de planes: Nuestra idea inicial era ir a Deosai, una explanada natural donde podíamos ver nómadas y osos, cerca de Skardu. El problema es que se trada más de 12 horas en llegar y lo mismo en volver (en total 4 días de recorrido) y con las lluvias del monzón las probabilidades de desprendimientos en las carreteras son extremadamente elevadas, así que nos hemos sumado a la propuesta de Alam: haremos una ruta por diferentes pueblos y valles hasta llegar a Sahndur, donde se celebra anualmente un festival de Polo que curiosamente cae en estas fechas. Seguiremos con Alam hasta Chitral, donde nos despediremos y cogeremos un bus hasta Peshawar.

Nos apasionaba más el plan de Deosai, pero la verdad es que es muy arriesgado y podríamos terminar sin ver nada, así que vamos a lo seguro. Se ha hecho tarde, así que comemos en Gilgil y continuamos nuestro camino en coche bajo la lluvia.

Nos detenemos a comprar un poco de fruta y comida variada, porque según Alam, es muy probable que durante nuestro recorrido alguien nos invite a pasar la noche en su casa y debemos llevar algo de comida.

Esta noche la pasamos en un hotel, el River Palace, que tiene un nombre como de hotel de lujo… pero no. Eso sí, aquí por muy poco dinero tienes cena, cama y desayuno.

Yasin Valley (6/07(2018)

Nos despertamos en nuestro “lujoso hotel” (lujoso porque hay una taza de WC y ducha de pared) y desayunamos unos huevos fritos con chapati y choi antes de partir hacia Yasin.

Se trata de un valle precioso, pero hoy hace sol y la luz es demasiado dura para tomar buenas fotografías de paisaje. Pasmos todo el día recorriendo el valle. De nuevo, hemos necesitado pedir permios para entrar y por suerte los militares nos lo han concedido, siempre y cuando pasemos como mucho una noche aquí.

Llegamos hasta un pequeño pueblo donde encontramos un guesthouse que se aguanta por los pelos. Comemos y vamos a dar una vuelta por el pueblo. Llegamos a una plaza donde hay una escultura militar. Un héroe de guerra que defendió el pueblo durante la guerra y que gracias al cual mucha gente sobrevivió.

La información está escrita en urdu, pero una simpática chica nos lo explica. Habla inglés perfectamente y nos invita a su casa a tomar choi y galletas. También nos regala una botella de lassi (una especie de yogurt líquido hecho con la leche de su vaca). Me lo bebo como puedo porque es muy fuerte pero Tato lo disfruta. Desgraciadamente parece que le sienta mal y se queda sin cenar.

La chica y sus amigas nos hacen de guía a través del pueblo y nos hablan un poco de sus costumbres. Nos acompaña toda la tarde, hasta que llega la hora de las plegarias y nosotros nos volvemos a nuestra guesthouse.

No tener nada, darlo todo (7/07/2018)

Hoy seguimos nuestra ruta, pero lo primero es arreglar el tubo de escape del coche de Alam, que sigue dando problemas después de tantos baches en las carreteras.

A un lado del camino encontramos un chico que arregla coches. Se pone unas gafas de ventisca “Spy” (una marca de snowboard) y le da caña al soldador. Nos indica donde está su casa y nos dice que mientras él arregla el coche podemos ir hacia allí a tomar un té.

Así lo hacemos. Nos preparan un té y encima nos llevan a un prado de albaricoques de su terreno para recoger algunos y que nos podamos llevar una bolsa para el camino.

Me preguntan por mi relación con Tato, como sucede cada vez que alguien nos para. Como de costumbre, les respondo que es mi marido, ya que para ellos decir que es un amigo sería algo totalmente incomprensible. Entonces las mujeres se ponen todas contentas y me felicitan, jajaja

Son muy amables, y aunque me permiten tomarles unas fotos me piden que no las publique, así que no vais a verles por aquí, pero guardo un gran recuerdo de ellos.

Seguimos nuestro camino, haciendo paradas puntuales para tomar fotos o comer algo. En un punto concreto he bajado del coche para tomar unas fotos de una gente que estaba lavando una enorme alfombra en el río y de repente, una orda de niños han salido de la nada, corriendo, gritando, cantando, bailando y dando palmadas. ¡Que susto! Nos han rodeado un buen rato riendo y cantando, ha sido muy surrealista pero divertido.

La carretera es larga y llena de baches, por lo que Alam está bastante cansado de conducir. Empezamos a preguntar a la gente que encontramos por el camino si saben de algún hotel o guesthouse, pero parece ser que en estos poblados tan pequeños tienen poca cosa.

En un momento dado nos detenemos a preguntar a un señor, que nos dice que en el siguiente pueblo hay una, pero que si lo preferimos podemos quedarnos en su casa, y así lo hacemos.

Bajamos una pendiente de arena y bordeando la casa de adobe nos ofrece dormir en una pequeña sala de estilo wakhi, de 4 metros cuadrados y con un lavabo comunitario en el exterior.

Mientras Alam prepara el té, toda la familia viene a curiosear a los extranjeros. La madre, un bebé, una niña de unos 7 años, dos chicas de unos 18 y otra chica algo mayor y con una mejilla hinchada. Parece que tiene una infección en una muela, así que le damos los antibióticos de nuestro botiquín y que no hemos usado durante el trekking.

Pasamos la tarde con ellas, riendo y tomando fotos. También nos invitan a su parte de la casa. Nos enseñan orgullosos su aparato de tv (como las que teníamos aquí en los 90). No tienen nada y nos han ofrecido si casa, todo lo que tienen.

Cenamos de maravilla. Ellos han cocinado la comida que hace unos días compramos en un mercado durante nuestra ruta en coche. También hemos tomado algunas imágenes nocturnas antes de ir a dormir.

Shandur (8/07/2018)

Desayunamos y nos despedimos de la agradable familia. En unos kilómetros nos paran de nuevo los militares y nos piden, como de  costumbre, que mostremos todos nuestros papeles, aunque en esta ocasión parece que hay novedades: nos avisan que si continuamos por este camino saldremos del territorio de Gilgit-Baltistán y entraremos en Khyber Pakhtun Khwa y que por lo tanto, debemos renovar toda nuestra documentación. Lo haremos al llegar a Chitral, dentro de un par de días, pero de momento nos requisan todos los documentos que nos permitían traspasar barreras militares en el norte.

Seguimos avanzando hasta que divisamos nuestro objetivo, el valle de Shandur, al cual también llaman algunos por aquí “el techo del mundo”. Se trata de una elevación de 3700 metros que separa el distrito de Chitral y el de Ghizer en el norte. Nosotros, además tenemos la suerte de pasar por aquí en un momento muy especial, pues estos días se celebra el Shandur Polo Festival.

Durante el resto del año, Shandur es una explanada desierta, pero ahora y durante un total de tres días se convierte en una espécie de espectáculo nacional al más puro estilo Woodstock.

Personas de todo el país vienen a ver los partidos que se disputan entre el distrito de Chitral y los de Gilgit-Baltistán. La zona y el campo de juego están rodeados por militares y estos, a su vez, están rodeados de zonas de acampada y tenderetes en los que se venden distintos productos, entre los cuales destacan las mascarillas para protegerse del omnipresente polvo, paradas de comida y bebida.

Nos quedamos a ver uno de los partidos. Es bestial ver el espectáculo; dos equipos luchando SIN NORMAS para darle a una minúscula pelota con un bastón enormemente largo mientras galopan esquivando los bastonazos de sus contrincantes. De telón de fondo, montañas de entre 6000 y 7000 metros presiden el paisaje.

Después de vivir este espectáculo continuamos de bajada por la vertiginosa y serpenteante carretera en dirección a Chitral. Los coches que subenen dirección a Shandur están repletos de rostros barbudos con cara de felicidad. Alam nos explica que hacer este viaje es un tipo de tradición o iniciación; al menos una vez en la vida, todo Pakistaní debe vivir la aventura de viajar a Shandur y vivir la emoción del festival. Muchos vehículos, para nada preparados para este tipo de carreteras, o sobreviven esta prueba de fuego.

Después de un buen rato de traqueteo llegamos a un pequeño poblado donde pasaremos la noche. De nuevo, somos los primeros extranjeros en mucho tiempo. El dueño de la guesthouse está súper contento y nos dice que nuestra presencia le ha traído suerte, pues al cabo de un rato llegan dos extranjeros más y por la noche una chica también extranjera. Entre todos hemos llenado el hotel, y es que es como un pequeño oasis ajardinado dentro de un pueblo de “mala muerte”.

Chitral (9/07/2018)

Día pesado de carretera. Al principio era muy pedregosa y a tocar de un elevado precipicio, pero  a medida que pasan las horas el estado ha ido mejorando al mismo ritmo que perdemos altitud y suben las temperaturas.

Llegamos a Chitral muertos de hambre y con Alam muy cansado, así que le dejamos en la habitación y salimos a buscar algo de comida para todos. Antes de ello, nos obligan a acercamos a la comisaría para perder un poco de tiempo y hacer el papeleo que nos pidieron los militares camino a Shandur.

Después de comer algo en un bar compramos algo de comer y beber para Alam y nos disponemos a pasear por los callejones. Todo el mundo nos ofrece ayuda y algunas personas se preocupan porque la policía no nos ha dado protección (protección = un militar armado que te acompaña en todo momento).

Pasamos la tarde entre tenderetes (incluso compramos un par de turmalinas a un vendedor de minerales), pero al oscurecer, bajan las temperaturas y los habitantes de Chitral salen a la calle armados con ametralladoras. Todo bien, pero mejor nos vamos a dormir.

Un viaje en bus para recordar (10/07/2018)

Nos levantamos pronto, hacemos las “maletas” y tomamos un ddesayuno improvisado en la terraza. Poco después nos despedimos de Alam y subimos al bus que nos llevará, en un total de 11 joras, des de Chitral a Peshawar. Promete ser un viaje memorable… pero intentaremos tomárnoslo con calma.

El bus es como una lata de sardinas y nosotros nos hemos sentado hacia el final. No hay aire acondicionado, pero por suerte estoy al lado de la ventanilla. El bus va a toda pastilla (digo bus pero es una furgoneta muy larga) y a cada curva que coge parece que tengamos que salir volando por el precipicio.

Por si fuera poco, a medida que descendemos y avanzamos camino las temperaturas suben, y lo hacen hasta un punto inimaginable.

El bus solo se detiene cuando toca rezar, momento en el que aprovechamos para intentar conseguir una bebida fría. Las horas avanzan muy lentamente y el camino se hace insoportable. De tanto en tanto el bus se para y sube alguien más. Parece increíble porque no quedan asientos libres, pero se colocan donde se pueda (donde caben 15 caben 20). También nos paramos en todos los controles militares, donde continuamente nos piden los pasaportes, hecho que nos ralentiza aún más.

En el bus corre un bidón de agua fría con un único vaso, que se va rellenando y pasando de pasajero a pasajero, por supuesto untando los dedos de “todo cristo” dentro del vaso. Recuerdo haber pensado “no bebo de ahí ni que me muera de sed”… En menos de dos minutos de este triste pensamiento veo acercarse el vaso… lo intercepto y me lo bebo entero.

Llegamos a Peshawar ya de noche, sobre las 22h y después de unas cuantas paradas más para rezar. En la parada de buses, cojemos un tuc-tuc (una especie de motocicleta con carruaje cubierto en la parte trasera) y este nos deja en nuestro hotel.

Hemos tenido suerte, porque fuera hay unos 40 grados (recordemos que es de noche) pero en la habitación y por primera vez en todo el viaje, tenemos aire acondicionado. No solo eso, sino que hay un lavabo con taza, papel de wc y ducha (si, es un milagro)

Bajamos a cenar una comida excesivamente picante y vamos a dormir temiendo la prueba de fuego de mañana: salir de paseo bajo las temperaturas de Peshawar.

Cerrado por explosión (11/07/2018)

Salimos najo el calor infernal, vestidos completamente tapados y yo con el pañuelo al cuello, deteniéndonos cada dos por tres a comprar agua fría (botellas pequeñas, ya que en cuestión de minutos el agua se calienta y no tiene sentido comprarlas de litro).

Un tuc-tuc nos deja en el centro, donde cambiamos dinero y nos perdemos por las callejuelas y los bazares. Primero visitamos el bazar del oro, donde todas las tiendas venden ostentosos collares y joyas de oro macizo. Los tenderos no paran de invitarnos a entrar. Lo curioso es que no quieren que compremos, solo sufren por nosotros por el calor que hace. Todo el mundo quiere invitarnos a su tienda e invitarnos a un té o un refresco que a veces van a comprar expresamente para nosotros. Todos tienen ganas de hablar con los extranjeros y hacerse fotos con el móvil.

Nos desviamos y llegamos al bazar de los minerales, donde disfrutamos y de nuevo nos hacen entrar en algunas tiendas, donde nuevamente charlamos con los tenderos y os hacemos fotos. También compro algunas pulseras de malaquita y lapislázuli para regalar en casa.

Hacia el mediodía vemos que algunas tiendas se apresuran a cerrar. Nos extraña, pero mientras buscamos donde comer terminamos entrando en una mezquita, donde, después de tomar unas fotografías, somos interceptados por un chico que nos dice que nos puede llevar a un sitio desde el cual se pueden tener unas mejores vistas del templo.  Le seguimos por los callejones y cumple su promesa, pero después nos lleva a la tienda de un amigo suyo donde terminamos por comprar algunas antigüedades.

Preguntamos al chico por algún sitio donde comer y nos acompaña a un restaurante con comida de Afganistán, donde terminamos por invitarle a comer con nosotros. Comemos tres personas por la friolera de 4 euros. Nos han dado arroz, lentejas, ensalada, postre, pan y bebida.

Nos despedimos y regresamos al bazar de los minerales. Todo sigue cerrado, de hecho ahora más que antes, así que decidimos preguntar a alguien. Un chico que pasaba por la calle nos explica que ayer hubo una “explosión” y que murió un político. Nos lo va contando mientras señala un rostro de una pancarta electoral que hay en un muro. Nos aconseja regresar al hotel porque hoy todos están de luto por este político.

Decidimos regresar al hotel, pero antes nos paramos en un par de sitios. El primero es una tienda de minerales donde nos explican que la explosión ha sido un atentado suicida de los talibanes, que ha terminado con la vida de unas 15-20 personas.

El segundo punto donde paramos es una tiende de antigüedades donde un refugiado de Afganistán nos muestra sus reliquias, encontradas por payeses al arar la tierra. Decidimos comprarle algunas piezas pero no nos queda dinero, así que le decimos que volveremos mañana.

Una vez en el hotel y ya durante la cena, comentamos al camarero lo sorprendidos que estamos e lo del atentado. En la tv que hay al fondo de la sala aparecen algunas imágenes mientras hablamos. Le preguntamos si sucedió muy lejos. Nos responde que sucedió en la calle trasera del hotel, ayer, sobre las 23h, justo cuando cenábamos en esta sala tras llegar de Chitral.

1, 2, 3... ¡Strike! (12/07/2018)

Hoy es nuestro último día, así que empezamos a tope.

Primera parada: nuestro amigo afgano. Le compramos dos monedas de plata de la época de Alejandro Magno, una figura de Buda y dos anillos de sello.

Nuestra segunda parada es el Mina Bazar (el bazar de las mujeres), donde curiosamente todos los tenderos son hombres. Aquí aprovecho para comprarme por fin un Shawar kamiz, que por cierto soy incapaz de ponerme por el calor que hace. También nos invitan a entrar en varias tiendas a tomar el té y charlar, pero no tenemos mucho tiempo a perder porque queremos visitar el museo de Peshawar, el cual no gozamos suficientemente porque es mucho más grande de lo que pensábamos.

Durante nuestra entrada al museo un chico se nos acerca y nos dice “vosotros llegasteis a Peshawar hace dos días en un bus repleto de gente. Os vi en una de las paradas del bus pero no os saludé”. Nos dice que es guía de la oficina de turismo (que por cierto se encuentra en el exterior del museo) y nos dice que está terminando su visita guiada, pero que cuando terminemos de ver el museo nos pasemos por su oficina y nos preparará un té.

Así lo hacemos: tomamos un té (que en la zona de Peshawar es té verde, aquí no toman chai) y después, compartimos un tuc-tuc hasta otro bazar, que resulta ser un centro comercial como los que tenemos en casa, pero con aire acondicionado. Comemos juntos y nos propone la frikada final con la que despedirnos del viaje: ¡una partida de bolos!

Con dos ventiladores enfocándonos directamente y con una máquina de colocar los bolos que se estropea constantemente por el calor, terminamos por pasar una tarde genial. De repente a Saheed le llaman unos posibles clientes, de modo que nos despedimos y cogemos un tuc-tuc para el hotel, donde ya solo nos queda esperar el coche que nos viene a buscar para llevarnos al aeropuerto.

Mientras esperamos nuestro vuelo, un sonido fuerte nos rodea de forma repentina… El monzón acaba de explotarnos en la cara. Relámpagos y truenos nos persiguen continuamente y las gotas de agua suenan como piedras al golpear el techo del aeropuerto. El vuelo se retrasa hasta próximo aviso. Poco a poco, empiezo a notar los efectos de un aire acondicionado exagerado. Me levando, me dirijo al lavabo con la mochila… y salgo con mi nueva vestimenta: por fin soy capaz de ponerme el shawar kamiz! J

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Marta Bretó

Fotógrafa de naturaleza y guía de montaña y de viajes, disfruta recorriendo los paisajes más variados y las noches más estrelladas con la intención de captar los aspectos salvajes y bellos que la naturaleza ofrece a través de sus imágenes.

Amante incondicional de la naturaleza y la fotografía, hace de su pasión su forma de vida, además de utilizar su trabajo para motivar la conservación y el respeto de la vida salvaje.

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