Por dónde empezar… Ha pasado ya casi un mes del viaje y todavía se nos pone la piel de gallina al recordar los momentos vividos. La experiencia ha sido tan intensa e interesante a nivel fotográfico que hemos tardado semanas en revelar todas las imágenes. Esperamos que esta crónica y estas fotos hagan justicia a todo lo vivido en esta gran aventura.
Aterrizamos en el aeropuerto de Lulea, donde nuestro guía local Christian nos esperaba con la furgoneta y el súper arcón para todo el material. Nos desplazamos a Jokkmokk, donde tomamos una deliciosísima cena inspirada en la naturaleza y los bosques de Laponia de la mano de Kaissa. Tras un breve brieffing y una sobremesa fotográfica nos fuimos a dormir para descansar antes de iniciar la gran aventura.
Y es que el viaje comenzó fuerte: a la mañana siguiente y tras un suculento desayuno, un helicóptero nos trasladó hasta el límite del Parque Nacional de Sarek, conocido como el rincón más salvaje de Europa. El vuelo no tiene desperdicio, y es que pese a que el cielo parcialmente nublado no nos permitió disfrutar de las montañas más altas, ver el bosque a vista de ave no tiene precio, y si además al aterrizar uno llega a un lugar tan lleno de magia y con paisajes tan alucinantes… ¿Qué más se puede pedir?
La previsión meteorológica para el siguiente día era bastante mala: una lluvia intensa nos dejaría “atrapados” en nuestro acogedor refugio en las montañas de Sarek. Sin embargo, esto no evitó que disfrutáramos de la experiencia: mientras en el exterior llovía a mares, nosotros pasamos el tiempo cortando madera, disfrutando de una buena sauna y charlando sobre técnica fotográfica frente al fuego.
Al día siguiente pudimos disfrutar del paisaje en todo su esplendor: las nubes viajaban por el cielo y abrían pequeños claros que permitían a los rayos del sol colarse y jugar con el paisaje. Aprovechamos para fotografiar el entorno de modos distintos, incluso desde dentro del agua. Con la ayuda de una canoa hinchable, dos packrafts y una pequeña barca a remos nos hicimos al agua. El bautizo nos llevó a explorar la parte final del Rapadalen, e incluso los más aventuraros llegaron a ascender por uno de sus brazos.
A ratos parecía que se iba a desatar la tormenta del fin del mundo. Otras veces aparecía un arcoíris y otras las luces iluminaban el monte Skierffe. Un espectáculo que aprovechamos hasta el último momento, cuando las aguas se calmaron y nos permitieron gozar de unos reflejos espléndidos durante la puesta de sol. Por si fuera poco, esta misma noche una tímida aurora hizo su aparición en el firmamento.
A la mañana siguiente empezaba nuestro último día en el delta del Rapadalen. Con una previsión de cielo despejado que terminó en niebla densa, nos adentramos en el bosque para subir al monte Skierffe, desde donde gozar de la vista desde el punto más elevado. Las nubes bajas amenazaban con frustrar nuestro objetivo, pero a la vez nos ofrecían oportunidades únicas para retratar el paisaje envuelto en una atmósfera de misterio.
Nada más alcanzar el punto más alto de la línea de árboles pudimos contemplar el espectáculo visual que nos ofrecía la naturaleza de Sarek, con el monte Skierffe y el Nammasj apareciendo y reapareciendo entre las nubes. También, el colorido bosque otoñal parecía resistir bajo olas de nubes.
Llegados a cierta altura el grupo se dividió en dos: una parte ascendería hasta el punto más elevado para gozar de las majestuosas vistas, mientras que el otro permanecería en un punto elevado en compañía de una manada de renos que recorría el paisaje otoñal.
Ambos grupos fueron recompensados por los dioses de la fotografía. El grupo que ascendió al Skierffe lo hizo acompañado por una niebla densa que dificultaba intuir el paisaje. Sin embargo, una vez en la cima las nubes se disiparon durante más de una hora para permitir una visión impecable de todo el Rapadalen. Bajo nuestros pies los meandros del río Rapa serpenteaban entre humedales. En la ribera los abedules destacaban con tonos ocres y amarillos. En la distancia, paredes rocosas se alzaban hasta las nubes, y ahí, en lo más alto del muro de piedra del monte Skierffe, nosotros, disfrutando del paisaje.
Al iniciar la bajada las nubes se volvieron a cerrar, como si hubieran permitido tal espectáculo solo para nuestro disfrute personal. Cuando llegamos al campamento intermedio, el otro grupo seguía retratando el ir y venir de los renos mientras los huecos entre las nubes mostraban un paisaje lejano cubierto de bosques y lagos.
Retomamos juntos el camino hacia el punto donde el helicóptero regresó a por nosotros, no sin antes jugar un rato con las siluetas de los renos recortadas en el horizonte. Una vez en el helicóptero, ambos grupos pudimos disfrutar del Rapadalen a vista de ave sin necesidad de coronar el monte Skierfe. El resto del camino fue un desfile de montañas, bosques y ríos serpenteantes desde las alturas, todo ello acompañado por una atmósfera espectacular, en la que las nubes y las luces seguían disputándose el paisaje.
Ya en Arrenjarka pasamos los siguientes tres días disfrutando del relax y la belleza de este rincón idílico. Los reflejos, las saunas y la deliciosa comida local aderezaban las excursiones a través del bosque de taiga, mientras esperábamos tener suerte alguna noche con la visita de la aurora boreal. Nuestra primera excursión nos llevó a recorrer la isla en busca de posibles localizaciones nocturnas, pero también nos permitió fotografiar los paisajes y algunos detalles del bosque como setas y frutos del bosque.
El segundo día nuestra ruta nos llevó hasta la playa de Bjornviken a través de un bosque tapizado por miles y miles de arándanos azules y rojos. En las horillas del lago un par de anátidas flirteaban sobre los reflejos de los troncos. En lo alto, los picapinos iban y venían. Fotografiamos líquenes, texturas y troncos caídos, y nos pusimos morados (nunca mejor dicho) de arándanos. Por la tarde, los más aventureros nos hicimos de nuevo a nuestras embarcaciones y remamos hasta la sauna flotante. Al salir nos esperaban los cálidos reflejos de la puesta de sol.
En nuestra última excursión subimos al monte Arrevarre. El recorrido estaba repleto de sorpresas en forma de setas variadas y formaciones extrañas en los árboles caídos. Algún picapinos se dejaba ver por momentos, aunque la estrella fue el arrendajo siberiano. Solo aquellos con más paciencia lograron retratarlo entre las ramas.
Desde las alturas pudimos echar un último vistazo hacia las distantes montañas de Sarek y gozar de la visión del lago Saggat desde las alturas. Después de un delicioso pícnic en una cabaña de madera regresamos para disfrutar de una suculenta cena. Y como colofón, la sorpresa final: unas auroras boreales de despedida.
Ha sido sin duda un viaje espléndido y estamos muy contentos de que los viajeros que nos acompañaron hayan podido compartirlo con nosotros. No podemos esperar al año que viene para repetir esta experiencia tan especial. En breve podremos abrir inscripciones, pero de momento os dejamos con algunas fotografías más y esta foto de grupo.
¡Muchas gracias por acompañarnos: Ignasi, Fina, Ricard, Cefe, Pep y Jaume! Esperamos coincidir con vosotros en otra aventura cámara en mano. Y tú, que estás leyendo estas líneas y no has venido aún con nosotros, no lo pienses más y ven a la próxima. Puedes ver nuestros próximos viajes fotográficos aquí.
1 comentario en “Viaje fotográfico a Laponia 2025: Crónica y fotografías”
Uns espais fantàstics, una companyia fantàstica. Què més es pot demanar ?