
Marta Bretó
- Fechas de la expedición: Agosto de 2023
- Duración:13 días
- Integrantes: Marta Bretó, Tato Rosés
- Texto: Marta Bretó / Fotos: Marta Bretó y Tato Rosés
Nuestra idea era caminar durante 20 días para explorar una remota zona de Alaska surcada por montañas, glaciares, bosques y ríos, sin un solo camino ni rastro de humanidad. Esta anhelada aventura, llena de riesgos e incertidumbre, puso a prueba nuestra resistencia física y psicológica de un modo que jamás habríamos previsto.
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Comienza la aventura
Escribo estas líneas desde la última mesa en la que me podré apoyar durante los próximos 20 días, después de la última ducha de agua caliente y minutos antes de la última cena bajo techo.
Nos encontramos en Blackburn, un antiguo asentamiento del pueblo minero de McCarthy, en el sureste de Alaska. En pocas horas dará comienzo nuestra próxima aventura por lo salvaje.
Durante los próximos días, y si todo va según nuestras expectativas, cruzaremos un total de 7 glaciares, ascenderemos y descenderemos 5 collados de montaña, danzaremos sobre pendientes de pedrera (scree), cruzaremos 4 enormes ríos y muchos aparentemente menos complicados. Y sin duda, también afrontaremos un sinnúmero de dificultades. Todo esto con la fuerza de nuestras piernas y espaldas, que tendrán que soportar los 28 kg de peso de nuestras mochilas, llenas hasta los topes de ropa, comida, cocina, saco de dormir, tienda de campaña y, por supuesto, nuestro equipo fotográfico.
Llegamos a Alaska hace cuatro días, y es que llegar hasta dónde estamos hoy no ha sido nada fácil.
Primero tuvimos que superar el larguísimo vuelo internacional, del que hasta esta mañana todavía sufríamos jetlag. Después pasamos un par de días en Anchorage acabando de reunir todo el material que nos faltaba y que no podíamos llevar desde casa, como por ejemplo el gas para cocinar y el espray para osos. Si, osos, no antimosquitos. Antiosos.
El tercer día nos recogió un shuttle, que en cuestión de 8 horas por carretera con unas vistas increíbles de bosques sin fin nos “desembarcó” junto al puente que da acceso al pueblo de McCarthy. De McCarthy a Blackburn hay poca distancia a pie. Por suerte, nuestros anfitriones nos vinieron a buscar en vehículo y nos trasladaron hasta la cabaña de madera donde hemos pasado los últimos dos días dentro del bosque, al pie del glaciar de Kennicott.
Mañana por la mañana nos dirigiremos al inicio de la ruta gracias a una avioneta, con la que sobrevolaremos los 130 km que tendremos que recuperar a pie durante nuestra aventura. ¿Lo conseguiremos?
Un primer día insuperable
Me ha costado dormir. Los mosquitos, el calor o quizás por culpa de los nervios, pues mi cuerpo se preparaba para todo lo que está por venir…
Sobre las 12 del mediodía la avioneta levanta el vuelo. Cada minuto el paisaje resulta más impresionante. De golpe empezamos a reconocer algunos puntos que hemos estudiado sobre el mapa y en seguida nos damos cuenta de que estamos sobrevolando toda la ruta.
En unos 20 minutos de vuelo la avioneta ha sobrevolado 20 días de ruta. Desde el cielo divisamos el Long Glacier mientras el piloto se aproxima al landing strip situado en medio del Wrangell Plateau.
Después de una rápida despedida la avioneta desaparece y nos quedamos solos. Se hace el silencio. Nos cargamos las mochilas y empezamos a andar. Junto a la pendiente desde donde disfrutamos de las vistas del glaciar encontramos un camino de cabras que seguimos alegremente. Precisamente, como resulta fácil avanzar decidimos seguir algo más adelante de donde pensábamos acampar, acercándonos más al glaciar que nos tocaría cruzar al día siguiente. Por desgracia, esta resulta ser una mala decisión, puesto que el río junto al que pensábamos acampar está seco y nos queda muy poca agua.
Ya son las 16 h y es un poco justo, pero decidimos cruzar el glaciar hoy mismo. En el talud de piedras y arena una familia de perdices nivales observan cómo tomamos la segunda mala decisión del día.
Para cruzar el glaciar primero hay que acceder, y para ello nos deslizamos como si esquiáramos por una pendiente de tartera. Abajo nos calzamos los crampones, y empezamos a abrirnos paso entre un mar de crestas y depresiones de hielo. Solo son 3 km de glaciar, pero hay que estudiar muy detenidamente la ruta a seguir, puesto que el terreno está lleno de grietas y gendarmes de hielo. Por si fuera poco, Tato no lleva los crampones adecuados y me hace sufrir a cada paso.
Llovizna a ratos y hace calor. Me mojo de sudor mientras el agua me cae encima. Los 28 kg de peso no facilitan las cosas, pero este tipo de terreno no nos permite parar a descansar. En ocasiones, las grietas son tan impresionantes que nos encordamos a nosotros o a nuestras mochilas para poder pasar. El ambiente es tenso y sabemos que la luz pronto empezará a bajar.
Seguimos bailando entre grietas y, de vez en cuando, encontramos huellas de ungulados entre el hielo. Ya oscureciendo, sobre las 20 h, llegamos al que parece el otro lado del glaciar, pero no encontramos un lugar seguro por donde salir, ya que de repente el hielo forma paredes verticales de 20 metros de altura que se precipitan sobre un río gélido que baja con furia y de color marrón, imposibilitando estudiar el fondo.
Reculamos hasta que finalmente encontramos un precario puente de hielo. Lo cruzamos, justo para darnos cuenta de que avanzar por este lado es más complicado de lo que parecía. Hemos abandonado el hielo, pero ahora una pendiente de roca mojada nos bloquea el camino. La subimos como podemos, primero Tato y después yo encordada. Avanzamos unos metros pero son ya las 21 h y la oscuridad nos dificulta seguir adelante.
Estudiamos el terreno y localizamos una zona donde mínimamente se pueda plantar la tienda. El terreno no es plano y es lleno de piedras, pero sacamos las que podemos y montamos el campamento. No será una noche cómoda ni agradable, pero al menos podremos calentarnos dentro de los sacos.
PD: Cogemos agua del río glaciar, encajonado entre una pared de hielo y una pendiente de roca, para asegurarnos una cena caliente. Los pies doloridos y las manos de Tato ensangrentadas de alguna caída en el glaciar…
Mañana será otro día..
El kilómetro más largo
Nos hemos levantado sobre las 8:30 h con un sol tímido que intentaba atravesar las nubes. Ha llovido toda la noche, las posturas incómodas en un saco que resbalaba como un tobogán por las protuberancias del suelo. Visiones y pesadillas de hielo, alucinaciones de animales y poco dormir. Por suerte no hemos pasado frío y algo habremos descansado.
Afuera las nubes se van dispersando y poco a poco descubren una espléndida vista del Monte Wrangell (4317 m) presidiendo la unión de los glaciares que cruzamos ayer. Después de un buen desayuno volvemos a cargarnos las mochilas con la intención de salir de esta pendiente infernal. No obstante, no nos hacíamos la idea del que estaba por venir. El kilómetro que nos separaba del próximo riachuelo y, por tanto, de la posibilidad de un buen campamento era solo apto por las más virtuosas cabras de montaña.
A cada paso el suelo cedía bajo nuestros pies. Una caída nos precipitaría hacia el río helado y los icebergs procedentes del glaciar, decenas de metros más abajo.
Hemos pasado horas buscando la mejor ruta posible, pero damos con esa ruta no parece existir. Mi mochila ha sido remontada a base de cuerda y Tato, y ha sufrido una buena sacudida cuando se ha deslizado montaña abajo, arrastrando a Tato con ella hacia el río. Por suerte y con su serenidad que siempre le acompaña, pudo frenarse a tiempo.
Llegados a este punto hemos decidido ganar altura, también utilizando en algún caso la ayuda de la cuerda. Finalmente, a duras penas hemos podido llegar al nuevo valle.
No ha habido ningún tipo de duda: hemos acampado a la primera posibilidad. Esta tarde descansaremos e intentaremos recuperar fuerzas, a la vez que reparamos material diverso que se ha malogrado con las caídas de hoy.
K.O.
El sol rozaba la tienda y yo abría los ojos tratando de encontrar el teléfono por saber la hora. Eran las 8:30 h y no me podía mover. Tenía el cuerpo destrozado. La dureza de los días anteriores, sumada a la tensión constante y a la adrenalina me empezaba a pasar factura.
En seguida veo que prácticamente no me puedo poner en pie. Los cuádriceps me queman y las piernas en general me hacen un daño terrible. Me levanto. Me encuentro cansada. Me cuesta respirar y noto que el cuerpo me tiembla. Solo quiero volver dentro del saco y descansar. Parece que con todo el esfuerzo de los dos días anteriores las defensas me han bajado y posiblemente haya acabado por pillar el constipado que hace unos días Tato va dejando atrás.
Viendo el panorama, decidimos descansar hoy. A ver si mañana me encuentro mejor y podemos continuar.
Un día pasado por agua
Nos hemos despertado de nuevo bajo la lluvia, pero pronto hemos visto que amainaba, marcando nuestra oportunidad.
Con la intención de avanzar por el valle hasta el pie de la subida que dejaremos para el día siguiente hemos continuado río arriba, viendo numerosos excrementos de oso grizzly. La lluvia enseguida ha vuelto y nos ha mantenido frescos y remojados durante el resto del camino.
Finalmente hemos montado el campamento bajo la lluvia. Tratamos de entrar en calor mientras se forman lagunas de agua en diferentes zonas de la tienda. Mañana, después de acampar trataremos de repararla, suponiendo que no llueva .
Hacia las seis de la tarde ha parado la lluvia y he aprovechado para salir con la cámara. He podido fotografiar dos ardillas terrestres y un pica.
De vuelta, he patinado y he dado unas vueltas de campana por la pendiente mojada. Espero no haberme hecho daño.
Fall Creek Pass
Nos hemos levantado sobre las 7:30 h y hemos visto que el cielo empezaba a clarear. Dentro de la tienda, durante la noche se habían formado charcos que ahora vaciábamos con las kupilkas. Mientras desayunábamos esperábamos poder secar un poco toda la ropa que ayer quedó empapa. Desgraciadamente una montaña nos tapaba el sol y estábamos en el único rincón del valle en sombra.
Hacia las 11:30 no hemos podido esperar más. Me he calzado las botas mojadas y los calcetines mojados de ayer, ya que hay que reservar unos secos para cuando montemos el nuevo campamento.
Al principio el “camino” era sencillo, entre matorrales, explanadas y rocas entre las que despuntaban algunas madrigueras de ardilla terrestre. Al cabo de un rato ha empezado la subida hacia nuestro destino, un collado de montaña que nos llevaría hacia el nuevo valle.
La subida ha empezado empinada, sobre todo teniendo en cuenta el peso que llevamos en las mochilas. Poco a poco, la pendiente se intensifica y empiezan a aparecer amplias zonas de pedrera. El desnivel era tremendamente pronunciado entre suelo fangoso y pedrera (scree).
Hemos tardado más de tres horas, pero finalmente hemos llegado a Fall Creek Pass, desde dónde nos despedimos del Monte Wrangell y sus glaciares y damos la bienvenida a un nuevo valle.
Tal y como prometía, el principio ha sido una vertiginosa bajada por un barranco pedregoso hasta que finalmente hemos llegado a una zona herbosa. Desde aquí hemos interceptado el río Fall y lo hemos seguido hasta encontrar un pequeño rellano en su cauce, donde hemos montado el campamento y hemos gozado de un chocolate caliente mientras disfrutábamos de los últimos rayos de sol del día. Después hemos reparado un poco la tienda y esperamos no tener tantos charcos en las próximas lluvias, que seguro llegarán.
PD: Por suerte la caída de ayer no me ha supuesto ningún problema.
Del paraíso al infierno hay un paso
Nos hemos levantado en un día soleado, con algunas nubes pasajeras. Después de desayunar y desmontar el campamento hemos comenzado a andar río abajo resiguiendo este nuevo valle.
Enseguida hemos visto que tocaría cruzar el río varías veces, así que nos hemos calzado los zapatos de cruzar ríos durante un buen rato. Por suerte el agua no estaba muy fría y apenas nos cubría hasta los gemelos. Cuando a nuestro río se le ha sumado otro por la izquierda lo hemos cruzado también y nos hemos quedado en el margen izquierdo, ahora más grande e indómito durante el resto de la jornada.
De golpe, aparece un paisaje más amplio por donde nos resulta mucho más fácil desplazarnos, sobre todo por el margen pedregoso y poco arbustivo del lado del río. Por desgracia, todo tiene un final. El río se encañona y los arbustos proliferan por todas partes. Por si fuera poco, ahora toca un descenso vertiginoso hasta el nuevo valle. ¡Pero no acaba aquí! El descenso vertiginoso está lleno de arbustos y árboles que no dejan espacio para pasar. Las vistas hacia la distancia, con el glaciar Kluvesna, el río y el bosque frondoso, son impresionante. No obstante, la tensión, el estrés y el miedo de un paso en falso no nos deja disfrutar el momento.
Avanzamos lentamente, pisando ramas tan gruesas como el diámetro de mi brazo. Las piernas, los brazos y los bastones se entrecruzan constantemente mientras nubes de mosquitos se acercan atraídos por nuestro sudor.
No nos estamos luciendo demasiado, así que dado que en pocas horas oscurecerá, decidimos regresar y montar el campamento para volverlo a intentar por la mañana con todo el tiempo y la paciencia que seamos capaces de reunir.
PD: Junto al campamento hay una huella de alce, y hoy hemos visto dos willow ptarmigan (lagópodo común) y una rapaz.
Inmersos en el infierno verde
Nos hemos levantado con la promesa de un día soleado y un infierno verde por delante. Las piernas y los brazos no tenían fuerza y me costaba respirar, pues no dejaba de pensar en lo que nos esperaba.
Con las mochilas a la espalda seguíamos el camino por tercera vez. Luchando entre arbustos de diferentes tipos y tamaños intentábamos llegar al punto donde comenzaba la pendiente boscosa e interminable.
Un pie tras otro y las manos alternando los bastones de trekking y las ramas para no perder el equilibrio. Cansancio, sudor y tensión constante para no dar un paso en falso. Las ramas crujen y chasquean a nuestro paso.
Cada pocos minutos un descanso, un trago de agua y comprobamos en el GPS que no nos desviamos hacia la derecha y terminamos en un precipicio inesperado. La bajada tenía unos 600 metros de distancia y 330 metros de desnivel, vertiginosos y con una vegetación exhuberante. Por suerte hemos cogido un itinerario de bajada mucho mejor que el de ayer, que nos resultó imposible. Sin embargo, hemos tardado casi 5 horas en llegar abajo del todo, donde hemos encontrado por fin una llanura que nos permite descansar los pies.
Ahora los árboles son más grandes. Entre el caos vegetal hemos encontrado algunas huellas de animales, como excrementos de alce y oso. De tanto en tanto damos con una zona más transitada por la fauna que nos facilita temporalmente el movimiento.
Por último hemos encontrado un lugar perfecto para montar el campamento. Muy cerca hay un excremento sece de oso, frente a un arroyo con vistas idílicas. Pasamos la tarde disfrutando del sol, lavándonos un poco y haciendo la colada. También hemos hecho una hoguera que disfrutamos muchísimo hasta que la puesta de sol y un precioso arco iris desvían nuestra atención. Ojalá mañana acabe como hoy.
PD. Hemos visto un pigargo en vuelo y otra rapaz sin identificar.
Un paseo por el bosque
Me he levantado sobre las seis y el cielo estaba completamente cubierto. Por suerte, a las 8 h el sol ha salido y ha expulsado a todas las nubes. Desmontamos el campamento y comenzamos a caminar a través de un bosque espeso y salvaje.
El suelo está tapizado por una alfombra verde y mullida, matas de arándanos y otros frutos silvestres. Cientos de árboles caídos y enterrados tiempo atrás nutren este ecosistema. A veces, un sendero creado por la fauna nos ayudaba a avanzar. Pero lo más habitual era librar una batalla constante contra los árboles, arbustos y matorrales de todo tipo.
Por si fuera poco, hoy hemos empezado a ver que el mapa no coincide con exactitud con nuestra posición por satélite. Salimos del bosque y aparece el glaciar del Kluvesna. El río que tenía que ocultarse bajo la morrena había crecido en anchura desde la última vez que alguien estuvo aquí y describió la zona.
Primero, nos hemos acercado al pie de la morrena, pero el terreno era muy complicado, así que hemos decidido volver atrás e intentar cruzar el río inmenso, algo que también ha salido fatal, porque una vez vimos que el agua nos cubría hasta medio muslo hemos decidido abortar la misión.
Nos hemos secado y abrigado rápidamente. Después, hemos retrocedido aún más, hasta el último lugar en el que hemos visto factible montar campamento. Esperamos tener suerte mañana, ya que volveremos a intentar cruzar el río a primera hora del día, cuando el nivel de los ríos glaciares suele estar más bajo.
Kluvesna
Era noche oscura cuando algunas gotas repiqueteaban sobre el techo de la tienda. Yo me concentraba y pedía “por favor que no llueva”…
Por suerte, al final mis plegarias han sido escuchadas y cuando ha sonado el despertador a las 6:30 h el cielo estaba nublado pero la tienda seca. Conclusión: el río no podía haber crecido.
Después de remolonear un rato hemos desayunado y desmontado el campamento. Nuestra vestimenta era un poco extravagante: pantalón corto, botas y polainas, preparados para cruzar un río inmenso, feroz y de aguas marrones donde no se ve el fondo, lo que explica que hemos querido cruzarlo con las botas, sabiendo que pasaremos el resto del día con los pies mojados.
Llegamos a un punto que habíamos estudiado previamente, desde donde hicimos un primer intento para cruzar, pero llegó un punto en que el agua cubría demasiado y tuvimos que retroceder. Por un momento pensamos que tocaría cruzar por la morrena, mucho más lejos y peligrosa, pero por suerte el segundo intento tuvo más éxito. Poco a poco fuimos avanzando, abriéndonos paso entre las gélidas aguas, muy despacio para no tropezar con una roca sumergida o acabar en un agujero imprevisto, con el peligro de terminar en el agua.
No podíamos creerlo: estábamos al otro lado. La marca del agua en el pantalón corto no engaña: el nivel ha llegado hasta las “partes sensibles”.
Demasiado contentos estábamos. Al avanzar unos cuantos metros vimos que el río tenía un segundo canal, donde ahora el agua bajaba con más fuerza. Hemos repetido la operación varias veces, pero siempre había un momento en el que el riesgo de caerse era demasiado alto y nos obligaba a dar media vuelta. Finalmente hemos decidido cruzar por un lugar más complicado, con menos volumen de agua pero con mayor corriente. Lo hemos logrado.
Desde un punto elevado sobre la morrena nos secamos al sol mientras recuperamos fuerzas comiendo una barrita de manzana y canela. Poco nos imaginábamos que ahora nos tocaría cruzar un maldito bosque de arbustos y árboles impenetrables, mientras seguiamos intentando encontrar la dirección hacia donde pensábamos acampar.
Crujidos y chasquidos de ramas seguro que han asustado a todos los animales en kilómetros. El agua nos faltaba y sudábamos mientras nos perseguían los mosquitos. Por suerte hemos encontrado un pequeño oasis, un riachuelo de aguas cristalinas que brotaba del suelo.
En un momento dado hemos dejado atrás el bosque, y poco a poco los arbustos nos dejaban avanzar más fácilmente, pero a través de una vertiginosa pendiente de tundra repleta de madrigueras de ardilla terrestre alfombrada de arándanos, que aprovechamos para degustar cada vez que nos deteníamos. No hemos visto ninguna ardilla, pero sí una pareja de halcones.
Las vistas nos han acompañado durante toda la subida; por un lado el impresionante glaciar Kluvesna a la derecha, coronado por una serie de montañas nevadas. Por otro lado el río Kluvesna y la morrena infinita. Viendo el espectáculo desde las alturas nos alegramos enormemente de haber podido cruzar el río y el bosque y nos damos cuenta de lo terrible que hubiera sido tratar de cruzar por la morrena y el glaciar.
Las horas han ido pasando y finalmente, sobre las 18.30 h de la tarde hemos llegado a nuestro destino: un prado sin arbustos junto a un río. Haremos noche aquí y mañana esperamos llegar a Surprise Creek Pass.
Mitad del camino
A las 9 de la mañana el sol no tocaba la tienda, pero ya estábamos bastante recuperados de la odisea de ayer, así que poco a poco nos hemos ido activando. Hoy, sin embargo, la intención era tomárnoslo con calma y seguir ganando altura hasta Surprise Creek Pass, donde montaremos el 10º campamento de esta aventura.
Y así ha sido: bajo un sol de justicia hemos ido subiendo con descansos intermitentes, siguiendo el río hasta el collado. Ha sido duro, pero comparado con el río y el bosque de ayer el terreno era pura gloria. En los últimos metros hemos encontrado un camino de cabras que nos ha guiado hasta nuestro destino. Sólo eran las 15 h pero nos merecíamos una tarde tranquila para disfrutar del paisaje y la fotografía.
Las vistas desde aquí arriba son realmente espectaculares en ambas direcciones, o mejor dicho en las tres que permite esta situación. Tras un corto paseo hemos podido acceder a las vistas del valle hacia el que nos dirigiremos mañana, lleno de montañas impresionantes y el terrible río Kotsina, que encontraremos dentro de dos o tres días.
Un breve paseo en dirección contraria nos ha permitido ver el valle del Kluvesna, con su también terrible río, que cruzamos ayer por la mañana. Al fondo volvemos a ver el Mt. Wrangell con su impresionante casquete de hielo. A nuestra derecha, en cambio, vemos el camino que hemos recorrido hasta aquí y las montañas y los glaciares del fondo.
Por si el espectáculo no fuera suficiente, después de nuestro riguroso chocolate caliente, un carnero de Dall ha asomado a pocos metros de la tienda. Hemos podido disfrutar unos minutos de su presencia en las inmediaciones del campamento, ofreciéndonos muy buenas oportunidades fotográficas.
PD. A media subida hemos encontrado los restos de un carnero de Dall con el cráneo en perfecto estado y la funda de una parte de la cornamenta.
Por caminos de cabras
Ayer fue un festival. Después de la visita del carnero de Dall todavía volvimos a salir a tomar alguna foto más de la puesta de sol. Hoy nos lo tomaremos con calma, y es que el descenso promete sorpresas…
Al principio la bajada era sencilla: una pendiente por una garganta aparentemente ancha y de hierba… Mucha hierba. De repente, la garganta dio lugar a una llanura, por lo que tuvimos que ganar altura por un talud de piedras para tratar de superar el tramo más escarpado.
Cuando todo eran precipicios de scree, hemos decidido dejar las mochilas e ir a investigar cuál podía ser el itinerario menos arriesgado. Finalmente ha resultado ser una pendiente escarpada donde una pizca de hierba brotaba entre cascadas de scree. Una pendiente con una inclinación increíble, pero la hemos superado. Visto desde arriba, una vez hecho, sigue pareciendo imposible.
Una vez arriba el terreno ya no era tan salvaje, pero de todas formas parecía mucho más inclinado de lo que indicaban las curvas de nivel del mapa. Poco a poco hemos ido perdiendo altura hasta llegar a una atalaya perfecta donde montar el campamento. Las próximas horas de bajada prometen dureza y preferimos dejarlas por el día siguiente.
Pasamos la tarde disfrutando de las vistas y el buen tiempo: cargamos baterías con la placa solar, nos bañamos en el río con agua helada, comemos arándanos del suelo… Todo muy idílico.
Esperamos que mañana no llueva como vaticina la previsión meteorológica de nuestro dispositivo satelital y podamos seguir avanzando.
El bosque asesino
¡Qué mala suerrrte chato! La previsión tenía razón y ya desde bien temprano caen las primeras gotas del gran diluvio universal que está por venir.
La noche, además, ha sido complicada, porque todo lo bonito que tenía el campamento carecía de comodidad. Aunque acampamos en el lugar más plano posible, tenía de todo: hacía bajada, tenía bultos y agujeros, es decir, que nos hemos pasado la noche deslizándose de un lado para otro.
Empezamos la ruta de hoy con aparente facilidad: toca seguir una pendiente de hierba a lo largo de los ríos Surprise y Sunshine hasta llegar abajo.
Desgraciadamente, enseguida la bajada herbácea se convierte en una bajada arbórea, donde la dificultad de caminar entre matorrales enredados se complica con la lluvia que lo moja todo. Cada vez que una rama se te estampa en la cara te pega una ostia mojada. Por supuesto, además de la lluvia hace calor, así que aunque la chaqueta impermeable protege un poco, no paramos de sudar… ¿Lo peor? Mis gafas están permanentemente empañadas y llenas de gotas.
En un momento dado la bajada se complica y nos vemos obligados a descender por una pendiente de scree muy inclinada, con la mala suerte de que resbalo y me caigo al suelo, lesionándome el hombro. Me deslizo sin control por la pendiente hasta que Tato me detiene más abajo.
Acabamos de bajar la pendiente con mucho cuidado hasta el arroyo “Sunshine”. Desgraciadamente, lejos de mejorar el terreno, el arroyo alimenta a miles de arbustos que se mezclan con troncos de árboles caídos que convierten el camino en un laberinto infinito lleno de trampas. Después de mucho rato y esfuerzo por avanzar sin apenas resultado, hemos decidido seguir nuestra intuición y ganar altura en una nueva dirección, que si bien nos aleja de la ruta nos lleva a una zona por donde se puede avanzar algo mejor.
Poco a poco el bosque se apiada de nosotros y nos permite avanzar cada vez mejor, hasta que llegamos al fondo del valle y empezamos a encontrar senderos de animales, generalmente de alce por las huellas y excrementos que encontramos. Si bien el camino mejora, el dolor de mi hombro, que no ha parado desde la caída, se incrementa cada vez más, y es que llevamos muchas horas sin parar, caminando bajo la lluvia y con el peso de las mochilas. Cuando parece que ya no puedo más con el dolor, lo sentimos… lo vemos…. en la distancia y entre los árboles aparece el río Kotsina.
Kotsina es brutalmente salvaje. El agua baja enfurecida y marrón, mientras hace sonar las piedras que remueve por debajo.
Nos miramos, sabiendo en ese momento que el río no se puede cruzar.
Montamos el campamento bajo la lluvia y nos sacamos toda la ropa mojada, es decir, toda. Nos abrigamos y calentamos agua para hacer un caldo de verduras que nos ayude a entrar en calor y recuperar algo de fuerza. Esta noche será dura; el agua va cayendo dentro de la tienda y se mezcla con las gotas de transpiración que generamos.
Fin de trayecto
Ha sido una noche complicada. Ha llovido más de lo previsto y los charcos siguen formándose por todo el perímetro de la tienda, mojando incluso el saco de dormir de plumas. Lo peor de todo es que la previsión para los próximos días es muy mala, ya que va a llover constantemente durante casi una semana, y haciendo crecer aún más el desbocado Kotsina, que ya ha crecido en caudal desde que llegamos ayer.
Valoramos nuestras opciones. Pensamos en desplazarnos río abajo cuando la lluvia afloje para investigar posibles puntos de cruce, pero parece imposible… De repente nos damos la vuelta… No podemos creerlo: un árbol entero navega río abajo a una velocidad tremenda. Está decidido. El río no puede cruzarse.
Dentro de la tienda estudiamos las posibilidades sobre el mapa, pero estamos en un callejón sin salida. No se puede avanzar, tampoco volver atrás por dónde hemos venido. Si subimos río arriba encontramos el glaciar con multitud de inmensas grietas. Por último, si seguimos río abajo este se cruza con el Kluvesna, que ya costó mucho cruzar hace unos días y que a esta altura es más caudaloso.
No hay más opción: debemos pedir un rescate. Sabemos que es la decisión correcta pero nos cuesta dar el paso. Nos sabe mal pulsar el botón SOS cuando no estamos en una situación de vida o muerte inminente y pensamos que quizá nos van a tomar por pixapins que se han cansado o se han perdido.
Mientras reunimos fuerzas para pulsar el botón las gotas de agua se detienen por un momento y salimos fuera para disfrutar del paisaje. Como sabiendo que nos vamos, el paisaje nos regala un rato increíble, con nieblas que peinan el bosque, el glaciar y las montañas. La lluvia y el cansancio solo nos permitieron tomar una fotografía ayer, pero ahora el disparador no tiene descanso. Es sencillamente una maravilla.
Poco a poco el cielo se vuelve a tapar. Nos miramos y cogemos el Garmin. Destapamos la protección del botón SOS y lo pulsamos. Ya está hecho. Hasta aquí hemos llegado.
Al cabo de media hora una avioneta sobrevuela nuestro campamento. Estudia la zona para aterrizar y recogernos, pero nosotros sabemos que no podrá aterrizar. El terreno es demasiado accidentado y seguro que tendría un accidente. Después de un buen rato girando por el valle, el piloto se rinde y se aleja.
Recibimos un mensaje: nos enviarán un helicóptero militar. Volvemos a montar el campamento, en espera de que el helicóptero llegue al día siguiente, pero finalmente nos da el tiempo justo de secarnos un rato y preparar una cena caliente.
A las 22.45 h el sonido del rotor llega desde el fondo del valle. Ya es oscuro, pero con la ayuda de gafas de visión nocturna pueden volar, aterrizar y despegar de nuevo. Una vez dentro del helicóptero nos sentimos como dentro de una película bélica americana. El helicóptero militar es enorme, y dentro, aparte de nosotros, hay otras 6 personas, todos vestidos de camuflaje y con unas pintas difíciles de describir.
En 20 minutos de vuelo nocturno durante el que se desdibujan montañas, valles y mares de niebla en la oscuridad aterrizamos en Gulkana y nos trasladan a Glenallen, donde pasaremos la noche en un hotel llamado Caribú. Habíamos fracasado en nuestro recorrido, pero habíamos logrado cumplir nuestro objetivo: explorar uno de los pocos lugares de la Tierra que todavía permanecen ajenos a la invasión humana.

Marta Bretó
Fotógrafa de naturaleza y guía de montaña y de viajes, disfruta recorriendo los paisajes más variados y las noches más estrelladas con la intención de captar los aspectos salvajes y bellos que la naturaleza ofrece a través de sus imágenes.
Amante incondicional de la naturaleza y la fotografía, hace de su pasión su forma de vida, además de utilizar su trabajo para motivar la conservación y el respeto de la vida salvaje.