El bosque de terciopelo estaba tal y como lo recordábamos. Si bien la falta de lluvias había propiciado un otoño seco y con colores mucho más apagados de lo normal, nuestro rincón especial del bosque seguía húmedo y verde, repleto del caos que tanto nos gusta para exprimir nuestras capacidades compositivas.
Después de un buen desayuno comenzó una agradable excursión durante en la que en más de una ocasión se alternó la manga larga, la manga corta, la sudadera e incluso el plumas.
El primer tramo del recorrido, que transcurre por una pista de montaña aparentemente sin interés, nos enseña que hay que estar atento a los pequeños detalles: las texturas de una hoja, las gotas del rocío e incluso un hallazgo en forma de fósil marino llegan a sorprendernos y a captar la atención de nuestros encuadres fotográficos.
Pero tarde o temprano toca abandonar la pista y proseguir al más puro estilo INDOMITUS: encontrando caminos ocultos a la vista. Caminos que atesoran más detalles y nuestra parte favorita de esta ruta. En este lugar, ya más frondoso, podemos practicar nuestra creatividad jugando con largas exposiciones y deleitándonos con las diferentes especies de hongos que encontramos por doquier.
Aquí también se nota la sequía. El río baja algo más somero que de costumbre, aunque lleva suficiente agua para mantener el excelente estado de salud del bosque. En los troncos y las ramas de los árboles cuelgan barbas verdes, adornando toda la zona con un toque muy especial que en su momento nos animó a bautizar este lugar como “el bosque de terciopelo”.
Pasamos un largo rato centrados en este punto desconocido por el senderista habitual de la zona, antes de acceder al rincón quizás más impactante: a un lado una gran cascada que cae como un velo de novia, y al otro lado la luz moteada por el dosel del bosque crea bellos reflejos sobre el río que se marcha montaña abajo.
Pasamos el rato moviéndonos entre estas dos zonas, componiendo y jugando con nuestros trípodes y filtros de densidad neutra. Solo después de saciarnos proseguimos con la excursión.
El camino de vuelta es aparentemente menos fotogénico, pero si nos fijamos en los detalles mientras caminamos, el bosque alberga muchos rincones de ensueño. Árboles carismáticos, luces que se filtran entre sus hojas, el reflejo caleidoscópico de unas rocas sobre las aguas del río son solo algunos ejemplos que captan nuestra atención.
Finalmente, y casi sin darnos cuenta, la puesta de sol se encuentra con el final de la excursión y no podemos sino celebrar nuestra aventura, que concluye con una buena cerveza.
Muchas gracias por acompañarnos a Ana, Jaume, Carme, Jose, Joan y Olga. Esperamos que hayáis disfrutado tanto como nosotros y que pronto volvamos a vernos.
Y si estás leyendo esto y piensas… “¿por qué no me habré apuntado?”, estate atento a nuestros próximos phototrekkings y ¡Que no te lo cuenten!
Os dejamos con algunas fotos más de este phototrekking.