Puede que algunos no os hayáis fijado, pero en el apartado “viajes” de nuestra web hay una coletilla abajo que indica que, si deseas realizar un viaje a Escocia, Islandia, Irán o Pakistán distinto, ya sea por fechas, número de días o recorrido, a los que tenemos publicitados te pongas en contacto con nosotros.
Es tremendamente complicado que podamos ajustar nuestro calendario, pero en raras ocasiones los astros se alinean. Esto es lo que sucedió cuando Salvador me contactó y me explicó que quería un viaje a Islandia diferente, para disfrutar con su grupo de amigos aficionados al trekking y la aventura y que además uno de ellos quería montar un documental de la aventura. Su propuesta era para agosto, un mes que raramente tengo libre pero este año era la excepción, así que no me pude negar.
Al poco tiempo estábamos reunidos en su casa en Aiguafreda y mirando mapas, aconsejando rutas y hablando de la meteorología y la geografía de la isla de hielo y fuego. Además, este viaje se me antojó irresistible, porque algunas de las rutas sugeridas eran nuevas para mí también, pues mis viajeros habituales en este destino no son grandes montañeros y no podemos aventurarnos a hacer cosas demasiado extremas. Este detalle para mí puso la guinda en el pastel y a ellos les encantó la idea de descubrir estos lugares juntos.
Sin darnos cuenta llegó el momento de coger el avión y no pudimos comenzar el viaje más “on fire” que visitando el volcán Fagradalsfjall, que unos días antes volvía a entrar en erupción en la península de Reykjanes. Visitado anteriormente en marzo y en julio de 2021, esta vez la erupción era un poco más lejos y el camino algo más tortuoso, pero mereció la pena recorrer esos 14 kilómetros con el jet lag encima para gozar de uno de los mayores espectáculos de la naturaleza.
Parecía que empezábamos el viaje pisando fuerte y que quizás esa primera visión de las entrañas de Islandia iba a ser difícil de superar, pero los próximos días demostraron que la isla de fuego y hielo tiene muchísimo más que ofrecer.
Nuestra siguiente parada fue para empezar a familiarizarnos con las cascadas islandesas. Si bien visitamos un buen numero de ellas guardo un bonito recuerdo de nuestra visita a Haifoss. Háifoss es una cascada situada cerca del volcán Hekla, al sur de Islandia. El río Fossá, un afluente del Þjórsá, vierte aquí sus aguas desde una altura de 122 metros. Es la segunda catarata más alta de la isla. La visita a esta zona, muy poco turística comparado con otras cascadas islandesas, también nos permitió pasear por el agradable valle de Gjáin.
Los siguientes dos días nos llevarían a recorrer dos de mis paisajes favoritos de Islandia, ambos pertenecientes a la región de las Highlands: en Landmannalaugar, una ruta circular de unos 11km nos permitió subir dos montañas y caminar entre colinas de riolita multicolor y campos de lava y obsidiana. Este es, sin duda, un punto bastante concurrido de las highlands, pero jamás se me ocurriría quitarlo de un recorrido por Islandia. Como podréis comprobar, las imágenes hablan por sí solas.
En Thórsmörk, el paisaje, todavía montañoso, cambió radicalmente en todos los aspectos: el bosque de Thor se muestra rodeado de montañas verdes y glaciares de los cuales brotan riachuelos que pintan el valle con sus meandros. Aquí la excursión de unos 9 kilómetros nos mostró la belleza del lugar.
El día siguiente, ya el quinto del viaje y después de dos días con excursiones algo exigentes nos tomamos un respiro para disfrutar de paisajes más accesibles. Estos lugares cercanos a la carretera son los más masificados de la isla, pero es difícil pasarlos de largo por su extraordinaria belleza. Lástima que el azar nos jugó una mala pasada y empeoró la meteorología para el día siguiente, para el que habíamos planificado una ruta, nada menos que de 20km y 840 metros de desnivel. Algo imposible o más bien inhumano de realizar un vientos y lluvias fuertes.
Lo bueno de realizar un viaje así con un guía experto en la zona es que es fácil encontrar planes B cuando esto sucede, así que dejamos de hacer una cosa, pero a cambio hicimos tres. Por supuesto tres cosas más sencillas y con escape fácil en caso de mal tiempo, pero con una belleza especial que hizo más fácil olvidar la excursión perdida.
De hecho, perder la excursión de nuestro sexto día hizo que estuviéramos más descansados y preparados para encarar la excursión del séptimo día, la más dura de todo el viaje y la cual nos llevaría a la cima del Kristinantindar (1126m). Esta excursión, que sale a pocos metros por encima del nivel del mar alcanza su punto de máxima elevación en 1126m y el recorrido total, de unos 20 kilómetros, pasa por una de las cascadas más conocidas de la isla, Svartifoss, pero pronto la deja atrás para elevarse entre riscos pedregosos y lenguas de glaciar que proceden del Vatnajökud, el glaciar más grande de Europa.
En esta excursión, la meteorología se apiadó de nosotros, al menos durante la subida y la ascensión al pico, pero una vez arriba nos regaló lluvias intermitentes durante el descenso y hacia el final, lluvias bastante pesadas que hicieron que regresáramos al coche bastante mojados y cansados. Aun así, el esfuerzo y el baño valieron la pena para poder gozar de la excursión estrella de este viaje.
Al día siguiente había planificado un día de relax. Nos dirigimos a la bahía glacial de Jökulsárlón, donde los icebergs flotan lentamente hasta la playa de Breidamerkkursandur, también conocida como “la playa de los diamantes”, porque algunos de los bloques de hielo son devueltos y varados en las arenas negras de la playa.
He visitado muchas veces este lugar, sin embargo, no recuerdo haber visto antes unos tonos azules tan espectaculares en el hielo de los icebergs. Concretamente pudimos ver uno que recientemente había dado la vuelta y exponía a la vista una parte pocos minutos antes sumergida en las gélidas aguas.
Como decía, el plan era hacer algo relajado hoy. Sin embargo, no pude evitar proponer al grupo que, si se sentían con ganas, podíamos acercarnos a un pequeño y hasta ahora poco conocido cañón (para evitar contribuir en masificar la zona no voy a poner el nombre), y como no podía ser de otra manera, el grupo entero se animó a realizar la excursión.
Esta excursión de unos 6-7 kilómetros nos descubrió un rincón maravilloso en el que una luz aparentemente mala (sol duro y a contraluz) no propiciaba buenas fotos. Me equivoqué: este rincón ofreció muy buenas posibilidades y pudimos aprovecharlas, poniendo así la guinda a un día perfecto.
En nuestro noveno día nos dirigimos a Egilsstadir, la capital del Este de Islandia, donde haríamos noche para prepararnos para la excursión del siguiente día. De camino, paramos en la bahía de Stokksnes, donde realizamos un recorrido para reconocer los pies de la montaña Vestrahorn, su playa y sus dunas de arena negra.
A la mañana siguiente cogimos nuestros bocadillos de pícnic y nos dirigimos a otra de las zonas que para mí eran desconocidas. A través de una ruta de 14-15 kilómetros y 817 metros de desnivel exploramos unas pinceladas de los fiordos del Este, haciendo cumbre en una pequeña montaña que probablemente pocas personas en la história hayan ascendido. En el siguiente fiordo encontramos una playa paradisíaca en la que repusimos fuerzas antes de regresar por un nuevo camino, en el que encontramos un refugio de emergencia (muy de emergencia) en el que había material que nadie ha usado en mucho tiempo. Como una ventana al pasado, las ollas seguían en el fuego, el quinqué esperando que alguien lo encendiera… Un instante pausado en el tiempo.
Llegó el 11avo día y nos dirigimos a la zona de Mývatn (el lago de las moscas). Se trata de una zona de gran interés paisajístico y ecológico, además de un punto de reunión para numerosas especies de aves migratorias.
No estaba en el planning, pero los viajeros me preguntaron si podíamos hacer una parada en el cañón de Studagil, y, como yo nunca antes había estado, pero sí que había visto algunas imágenes muy interesantes pensé que valía la pena modificar un poco nuestro recorrido. Mi gran decepción fue comprobar con tristeza que el sitio había muerto de éxito prácticamente antes de empezar a ser conocido. No me malinterpretéis, el sitio es muy bonito, pero existen hasta tres párquines y varios accesos por los que hordas de turistas caminan para hacerse una foto idílica en un punto en el que solo caben dos o tres personas pero en el que unas 15 por minuto hacen cola por posar en un selfie.
Después de esta excursión fallida de 6 kilómetros accedimos a la zona de Hverir, ya en las proximidades de Mývatn. Se trata de una zona geotermal con lodos hirvientes y fumarolas en la que realizamos otra breve pero interesantísima excursión de tan solo tres kilómetros antes de proseguir hacia la zona volcánica de Krafla, donde un recorrido de 5 km nos permitió caminar entre musgo, lava solidificada, grietas e incluso un cráter. Tanto este lugar como Hverir para mi eran más que familiares, pero aun así nunca puedo cansarme de caminar por estos paisajes.
Esperábamos nuestro doceavo día con impaciencia, pues tocaba visitar la calera volcánica de Askja, de nuevo en las Highlands, pero la meteorología nos jugaría una mala pasada. Lloviznó todo el día, haciendo que ni siquiera pudiéramos gozar de las impresionantes vistas desde nuestro vehículo 4×4. La suerte o el destino quisieron que en el momento de acercarnos a Askja la lluvia se detuviera y pudiéramos intuir algo de lo que ahí de cocía: el pequeño cráter Viti se rodeaba de interesantes texturas y guardaba en su interior unas aguas de un azul imposible. En los alrededores pudimos intuir la caldera del Askja, inundada también con agua, pero la niebla no nos permitía comprobar el tamaño total del cráter. De lo que no teníamos ninguna duda es que era enorme en proporción del Viti, pues daba la sensación que nos encontrábamos frente al mar.
La sorpresa sin duda la tuvimos al regresar, cuando delante de nuestro acogedor alojamiento, construido en el límite de un enorme campo de lava, una familia de perdices nivales descansaba.
Lejos de mejorar, al día siguiente la meteorología estaba embravecida. Una alerta naranja se había levantado y esto impedía nuestros planes de recorrer el cañón de Asbyrgy y recibíamos el aviso de que, al día siguiente, nuestro tour para avistar ballenas quedaba también cancelado por las terribles previsiones meteorológicas. Estaba claro que en un viaje de 18 días era imposible no toparnos con una de estas situaciones, tan frecuentes en un país en el que suele hacer bastante “mal tiempo”. En nuestro recorrido en coche a Húsavík paramos a ver la cascada Dettifoss, la más caudalosa de la isla. ¡Terminamos empapados!
Tal y como vaticinaba la previsión a la mañana siguiente seguíamos en alerta naranja en esta zona, de modo que decidimos alejarnos cuanto antes y seguir con nuestra ruta en otro lado más apacible.
Nuestra primera parada fue en la cascada Godafoss (la cascada de los dioses) y para mí una de las más bonitas de la isla. Sin embargo, también nos atrevimos a acercarnos a su vecina oculta Alderjayfoss, escondida tras una tortuosa carretera de montaña. Ahí pudimos comer nuestros bocadillos en un marco incomparable. Por la tarde, ascendimos la que sería nuestra séptima montaña islandesa, el Vinbelgjarfjall. Desde su cima pudimos gozar de una de las mejores panorámicas de Mývatn el único punto (a excepción de una avioneta) desde el cual poder ver los pseudocráteres del lago y sus alrededores en todo su esplendor. Lo que empezaba como un día pasado por agua terminó con muy buen sabor de boca.
En nuestro quinceavo día hicimos algo que aún no habíamos podido vivir en Islandia: pinchamos una rueda. Y no solo pinchamos una rueda, lo hicimos en una carretera de mala muerte a pocos kilómetros de nuestro destino: Thingvellir. Cambiar una rueda en Islandia es todo un rito de iniciación que yo no vivía ya desde mi primer viaje, así que no estuvo mal refrescar la memoria. El tiempo que perdimos entre poner la rueda de repuesto y medio entendernos con el mecánico nos dejó suficiente tiempo para visitar dos de los puntos más conocidos del Circulo Dorado: Gullfoss y Geysir. Sin embargo, dejaríamos Thingvellir para el día siguiente, en el que, además, visitamos la cascada Bruarfoss, menos conocida y visitada porque acceder a ella requiere una buena excursión de 7 kilómetros desde un parquin no señalizado.
Esa misma noche llegamos a la capital, completando así nuestra pintoresca y curiosa vuelta al país. El día siguiente lo guardamos para regresar al volcán. Sin embargo, durante los días anteriores pudimos saber que se había ido apagando poco a poco. Así terminamos por cambiar ese plan por visitar algún lugar donde bañarnos con agua caliente en plena naturaleza. Así terminamos, tras un recorrido de 8km con baño incluido, poniendo fin a una larga aventura de 18 días a través del país de hielo y fuego.
Salvador, Piu, Marta, Martí, Rosa i Josep Maria, los integrantes de este viaje
Os dejo con algunas fotografías más de esta aventura.
Si tu también quieres realizar un viaje más personal a uno de nuestros destinos estrella contacta con nosotros y veremos como podemos ayudarte. Si bien compaginar nuestro calendario con otras fechas que no sean las propuestas es complicado podemos ofrecerte servicios de consultoría y ayudarte a preparar tu ruta o, si los astros se alinean, podemos acompañarte, como ha sucedido en esta ocasión.